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Antonio Cabrera

Le conocían como el poeta filósofo. Y no porque diera clases de Filosofía en el instituto de Sagunto. Había nacido entre los campos y las garitas guardiaciviles con aroma a cuero en Medina Sidonia, pueblo con ducado de la provincia de Cádiz, de tal suerte que esa vinculación de la niñez asociada al sentido escrutador del paisaje rural, a la civilización cantada de la aldea, le acompañará para siempre. De ahí su pasión por la ornitología, su voluntad mirona por toda la pajarería.

Antonio Cabrera acaba de morir hace unos días, puede que de modo apacible, descansado, tras dos años de parálisis física y suplicios hospitalarios. Durante todo ese tiempo, sus amigos, que son muchos y persistentes, han mantenido abierto un grupo de whatsapp que informaba de los más mínimos registros de salud en Antonio. Ha sido tremenda la actividad de esa circunstancia de escritura telefónica. Los amigos de Antonio han desnudado toda su emotividad, sin pudor, viviendo cualquier nimia mejoría con entusiasmo.

De Cádiz vino a València siguiendo destino: A las huertas periféricas de Monteolivete, donde estudió el bachiller. Luego vendrá un largo interregno. No se pondría a escribir versos de modo profesional hasta los cuarenta años. Una llegada tardía a la alta literatura que es también un síntoma de versador filósofo.

Uno no entiende demasiado de poética contemporánea. Me defiendo con los sonetos más o menos clásicos. Veo a los poetas de hoy como una especie de secta de iniciados, profundamente excitadizos por la arritmia y lo sincopado, el verso ácrata y el adjetivo cargado de plutonio enriquecido. Son grandiosamente insuperables, exploradores de las fronteras entre el ser y la nada. Me pierdo en esa jungla. Por eso prefiero los poemas con pensamiento, los versos filosóficos.

El primer Cabrera reconocido, el de los 40 años y pico, andaba en dicha línea: una estación perpetua, tomando el tren hacia la conciencia. Por eso se le conocía como poeta filósofo. Eliot, Walt Whitman, Borges, Pessoa, Pound, Pavese€ Autores para los que la poesía es la guía con la que buscar -y, a veces, encontrar- la descripción de lo indecible. Si mis palabras constituyen los límites de mi yo, estos poetas son la caballería que avanza hacia lo desconocido. Ahí se sentía cómodo Antonio Cabrera. A Pessoa lo solía traducir al español, y a Borges lo invocaba a menudo.

En uno de los intentos de los amigos de Antonio por devolver al escritor a una cierta normalidad, se organizó hace unos meses en la librería Ramon Llull del barrio del Carmen la presentación de su último libro, Gracias, distancia. Un volumen de aforismos, escrito contra la adversidad. La intervención se encuentra en youtube. En silla de ruedas, inmóvil, mientras José Saborit le pasa dulcemente las páginas y la poetisa pelirroja persigue su voz con el micro, Antonio Cabrera va leyendo con dificultad sus sentencias.

«Pensamos porque morimos€ perdón€ porque miramos». El público de la librería que escucha la lectura se echa a reír, el escritor apunta una mueca. El lapsus no solo resulta premonitorio sino metafísicamente correcto. Rotundo, epicúreo.

Por eso, cuando un amigo común me comentó que Antonio Cabrera estaría encantado de colaborar con nosotros en Posdata, el suplemento cultural de este diario, me puse como unas castañuelas. Le busque sin éxito. El pase del teléfono era incorrecto. Tardamos unas semanas en conocerle, fue en el jardín parnasiano de Fernando Delgado, por estas fechas, cuando arranca el verano y el aire libre se torna un espejo del paraíso mental. Aceptó sin más enrolarse en el Posdata.

Antonio era más bien callado, un tímido que ha superado sus barreras con la madurez. Pero casi siempre estaba allí, amable, entrañable. Un gran tipo, con el que no resultaba nada difícil empatizar en poco tiempo. Franco y preciso cuando hablaba. Escribiendo tenía ese mismo don. Sus textos parecen surgir de modo natural, sin énfasis ni rimbombancia, fluido, con la ligereza de un pequeño manantial. Como si no le costara, escribiendo de noche bajo una cálida luz y sin dolor. Hasta el jodido accidente.

Suya fue la memorable defensa que hizo en estas páginas del carácter poético de Bob Dylan cuando la polémica del Nobel, y su elocuente reseña de Juan Vicente Piqueras. A su obra más reciente, ya más naturalista, se enganchó Vicente Gallego, y le dedicó Joan Garí una deliciosa crónica en catalán con final surrealista a su libro más ontológico, editado por Pepitas de Calabaza. Antonio también traducía del italiano y del catalán, un idioma con el convivía felizmente pues Adelina, su mujer, vivaracha, solo habla en alegre valenciano. ¡Menudo genial escritor teníamos aquí al lado, en la Vall d'Uixó! Desapercibido.

Como nacimos el mismo número de día del mismo año y también me siento dylaniano, he grabado un homenaje a Cabrera, un link de audio con su selección de las mejores canciones-poemas del bardo de Duluth. Por si no lo archivaron en su día cuando lo publicamos: Idiot Wind, Desolation Row, Shelter from the Storm, Sad Eyed Lady of the Lowlands, Visions of Johanna, All Along the Watchtower, Standing in the Doorway, Tryn' to Get to Heaven, Not Dark Yet, Highlands, Mississipi o Workingman's Blues.

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