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Los secretos

Mientras admiro los hermosos ejemplares de peyote que se exhiben, florecidos, tras un cristal de seguridad en el Jardín Botánico (un lugar y un hongo de los que les hablaré en otra ocasión) recuerdo, por mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo, que mi carnal, el escritor Fritz Glockner, me contó que para los aztecas el sabio tenía un significado distinto del que tiene en nuestro mundo occidental. Carentes de un sistema de escritura, esta sociedad guardaba bajo forma de pintura, con colores rojos y negros, o memorizando, todos los sucesos importantes que luego los sabios interpretaban y daban a conocer al pueblo.

Envalentonado por los efluvios derivados de la fenilalanina-tirosina me doy cuenta de que, cuando he de escribir una columna de opinión, en lo primero que pienso es en lo que no debo decir. Es curioso los mil motivos que tiene uno para callarse. Así como para los pueblos primitivos la capacidad de memorizar era asombrosa y necesaria (pensemos que entre los griegos los escolares podían recitar todo Homero o gran parte de él, de ahí el nacimiento de la poesía) para los pueblos avanzados la desmemoria se ha convertido en una gran potencia igualmente asombrosa y más que necesaria. Mejor no acordarse de nada, seguir adelante, hoy es nuevo día, feliz domingo, borrón y cuenta nueva. Para acordarse de todo están las máquinas y esos discos, pendrives y nubes -qué hermoso nombre- donde para poder encontrar algo necesitas pasar con la barca de Caronte y rebuscar entre fantasmas y tinieblas. Por ese motivo se cotizan desde hace unos años, como mirlos blancos, los tontos útiles tanto en la empresa pública como en la privada como en las reuniones familiares.

El cretinismo, como fuente de inspiración y energía, podría encontrarse en el origen de obras espontáneas, al menos si fuera usado con inteligencia, pero la realidad nos hace constatar que su obra se acaba siempre en las propias limitaciones del cretino. Al cretino se le mete en la cabeza que posee los secretos técnicos de la economía, del medio audiovisual, del periodismo, la política y de otras ciencias que no requieren tubos de ensayo ni pruebas concluyentes, o que ha descubierto nuevas mezclas cromáticas con las que extasiar a los demás en sus pretensiones de arte. Pero en pintura, por ejemplo, no hay secretos. En el ultimo libro o diario de Artur Heras que Media Vaca presentó el jueves en el Muvim, Ribera y yo, se desprende y se conoce cómo el Greco estudia a Tintoretto, Pater estudia a Watteau, Goya estudia a Rembrandt, Cézanne estudia a Delacroix y Courbet a Pissarro. En las memorias, las biografías, los diarios de los grandes maestros, o en los dibujos de Ribera, como vio el fascinante Giovanni Morelli, se revelan, se exponen ante todos, los secretos de su técnica, de su oficio. Se conocen los desecativos y los disolventes, la preparación de las telas. Sabemos que los pintores de la prehistoria usaban el manganeso para el blanco, el óxido para los rojos y el humo para el negro. Cierto color de los gobelinos, esos raros tapices franceses, era obtenido poniendo la lana, para que se ablandara, en la orina de ciertos prisioneros que eran obligados a ingerir dosis mortales de sal. Los pintores del cuatrocientos utilizaban la leche de higo y la yema de huevo. Esto no es un secreto para nadie.

¿Hablar de secretos innombrables, «ni se te ocurra contarlo, Tonino»? No hay secretos en ningún dominio más que en nuestra mente. Rusia no consigue custodiar los secretos de su politburó y los Estados Unidos aún están castigando a Assange por todos los medios, valga la redundancia. Los grandes establecimientos farmacéuticos miran las probetas de los rivales. Las fantasías sexuales de los demás las conocemos todos. Las mezclas de los colores son de dominio público, porque los pintores tenían discípulos. En pintura y en todas las artes, los modelos y la copia sirven para algo: Sterne confiesa que antes de escribir leía a Rabelais y a Crébillon; Dostoievski leía a Paul de Kock, Maupassant imita a Flaubert€ y Sthendal leía el Código Civil, por su claridad.

Sólo existe el secreto del éxito, la originalidad de lo nuevo, la necesidad de reunión en comandita, el club exclusivo, la capacidad de seducción del influencer, la recomendación para llegar a director, presidente, Conseller o a Ministro, para el cretino. Para los demás, nos cabe seguir los pasos de los que nos enseñaron a estar en este crudo mundo y contemplar, atónitos, el imparable ascenso del cretino hasta la extinción del planeta.

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