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Me gusta más el parto del Rialto. Aquello de la Nau tenía reminiscencias de tragedia grecolatina. Rialto suena a cabaret, que es más un talante que un musical con plumas. Aprovechando la coyuntura, los gobernantes del Cap i Casal podían reabrir el music-hall que permanece cerrado en ese racionalista edificio de la plaza del Ayuntamiento que diseñó Cayetano Borso di Carminati, una alcurnia que frecuentó los mejores lupanares de la capital, como buenos liberales. València tuvo en los sesenta y setenta una concentración de cabarets de primera, con las mejores cupletistas del momento. Rosita Amores me contó que trabajaban todos los días de cinco de la tarde a cinco de la madrugada. Esa diversión durante el largo franquismo estaría prohibida ahora por el consistorio más regulador de la democracia. Paradojas del destino. El Mocambo, el Bataclán, el Casablanca o el Alkázar eran los más famosos. Siempre en el perímetro que rodeaba la Estació del Nord, donde bajaban los naranjeros de la Ribera y la Safor, para cerrar tratos y celebrarlos. Eso si que era movilidad auténtica. El festejo del otro día entre Ribó, Gómez y Campillo resultó forzado con la exhibición del catecismo del acuerdo. Craso error, porque los pactos que mejor funcionan entre iguales son los de confianza mutua, sin papeles y con la merecida puesta de largo, que llegaría a los vecinos si los autobuses acortan su escandalosa frecuencia de paso y las calles aparecen más limpias. Si encima renuncian al puritanismo evitaran que València se consolide como una urbe-botellón. En estos días donde solo apetece la brisa nocturna, el gobierno del Rialto sigue prohibiendo que las terrazas se conviertan en un paisaje envidiable en toda Europa. Si además acuden al archivo de Rafael Solaz (al que habría que hacer un monumento por documentar la memoria urbana), comprobaran que es un disparate frenar la sensualidad ciudadana, como cantaban las coristas: «Allons messieurs, que sale el tren, yo soy la maquinista del amor, un tren que alegre va, pidiendo vía libre, sin ver que, se puede a lo mejor descarrilar».

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