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Tribuna

Consecuencias e inconsecuencia

Antes de que acabe la legislatura actual, empezará a ser perceptible un gran cambio estructural en la demografía española: la retirada del mercado laboral de la llamada generación baby boom -los nacidos en las casi dos décadas que van de 1958 a 1977, en las que venían al mundo más de 650.000 niños cada año-. Para situarnos, no hay más que pensar que el año pasado nacieron solo 369.302 niños, en una población que supera en 17 millones a la de hace 60 años. Las cifras son elocuentes pero la aritmética remite a una lectura unidimensional que en absoluto alcanza a plasmar las consecuencias del envejecimiento poblacional. Es una tendencia fuerte en las sociedades occidentales pero no aislada de otras no menos decisivas, como la digitalización, que nos llevan a un nuevo escenario de retos y de oportunidades que ya está siendo objeto de estudio por organismos nacionales e internacionales como la OMS.

La primera evidencia es que las personas no nos convertimos en dependientes automáticamente el día que nos jubilamos. Desde una perspectiva estrictamente económica, seguimos contribuyendo al sistema mediante el consumo, el pago de impuestos directos e indirectos e incluso movilizando nuestros ahorros e inversiones. En materia de empleo, el trabajo no remunerado como el cuidado de los nietos permite a padres y madres jóvenes tener disponibilidad para una jornada laboral normal. Ni siquiera el gasto sanitario se ajusta a las profecías de los colapsólogos de la sanidad pública. Los datos reales muestran un efecto mínimo y muy gradual, con un impacto mucho más mitigado que otras variables como el incremento de precios y la innovación tecnológica. Son bastante más apreciables las consecuencias de la contaminación y los hábitos de vida poco saludables como el alcohol, el tabaco, el sedentarismo y una alimentación poco equilibrada. También en edades no avanzadas.

En un país de inconsecuencias como el nuestro, en el que al mismo tiempo que lamentamos la escasa natalidad mantenemos una vergonzante tasa de pobreza infantil, y las medidas de conciliación difícilmente animarían a nadie a tener hijos; en el que idolatramos la juventud a la vez ofrecemos a nuestros jóvenes unos puestos de trabajo escasos y mal pagados, es muy posible que, al final de la vida laboral, nos digan que lo pactado no va a poder ser. Las fórmulas que se manejan ahora para abordar los desequilibrios de las pensiones están claramente dirigidas a justificar un acceso más tardío, a unas pensiones más bajas.

Es probable que para disfrutar de este logro histórico que es la prolongación de la esperanza de vida, haya que implantar nuevas políticas dirigidas a promover el trabajo remunerado y no remunerado, que se adapten los puestos a las capacidades de los mayores (flexibilidad, acortamiento de la jornada laboral, posibilidad de trabajar desde casa), que se normalice un envejecimiento activo dirigido a mejorar las condiciones físicas, cognitivas y sociales, que se profundice en la digitalización en materia sanitaria impulsando la telemedicina... En definitiva, mejor será buscar soluciones y no llevar la inconsecuencia hasta sus últimas consecuencias.

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