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Ganar y perder con Mercosur

Tenemos la tendencia a apresurarnos a etiquetarlo todo. En la actualidad las relaciones entrañan tal complejidad que si las etiquetamos a priori se corre el riesgo de instalarse en una posición que puede suponer una desventaja difícil de superar. Me refiero a la calificación de perdedores y ganadores que se le ha atribuido a los diferentes sectores económicos con motivo de la firma del acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Mercosur, una de las alianzas económicas del cono sur de América entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay como miembros activos, ya que Venezuela está en suspenso y Bolivia en proceso de adhesión.

No descubro nada cuando afirmo que sólo se puede hablar de ganar o perder cuando se ha llegado al final de una negociación o trato. Aunque después de más de veinte años de negociaciones, que son muchos teniendo en cuenta la velocidad de los numerosos cambios que se han ido produciendo en la realidad política y económica de los países intervinientes, el anuncio a bombo y platillo del acuerdo de libre comercio llega en un momento muy propicio. La guerra comercial entre Estados Unidos y China que se recrudece por momentos, los mercados emergentes asiáticos, un brexit que se prevé duro, unidos a una Unión Europea debilitada e incluso considerada, aunque nos pese, como un pariente en decadencia, requería que la UE realizara una actuación política con el fortalecimiento de las relaciones comerciales internacionales. Precisamente en una materia en la que por tradición histórica, sólo hay que recordar su origen y propósito, la UE es experta.

Según anunciaba el Fondo Monetario Internacional el crecimiento de la zona euro para este año lo fijaba en el 1,3 %. En las llamadas economías emergentes y en desarrollo, en la mayor parte de los países el crecimiento supera al de la UE, por ejemplo, para la India lo fija en el 7,3. Resultaría absurdo no vender a quienes más tienen que comprar. Si aproximadamente el 80 % del crecimiento económico está fuera de la UE, pues o vendes o estás muerto.

Con toda lógica y a ambos lados del océano atlántico con el anuncio del acuerdo surgieron de inmediato voces discordantes. Las críticas de los países del Mercosur se centran desde los posicionamientos de izquierdas, que no son los que están en estos momentos ocupando los gobiernos, en la alarma respecto de la manufactura y la producción local. A esta parte del océano, el sector agrícola y ganadero de Francia, Bélgica, Irlanda, Polonia y de nuestro país, se considera altamente perjudicado y reclama el establecimiento de medidas efectivas que eviten los daños y además, garanticen la estabilidad de estos sectores, ya de por si precaria.

En la actualidad, los acuerdos que se firman a este nivel les llamamos acuerdos de nueva generación porque no sólo se pactan los aspectos económicos, sino que también se incluyen los aspectos relativos a protección del medio ambiente, derechos laborales, derechos humanos, economía digital, etcétera. Así, este comercio basado en reglas, ha de dar seguridad a los sujetos que intervienen y que al mismo tiempo se comprometen. En este sentido, el acuerdo con Mercosur que ha suscrito el Acuerdo de París sobre el cambio climático es un ejemplo.

Queda todavía mucho trabajo por realizar y de gran finura en lo que a la letra pequeña se refiere en cuanto a su revisión legal, por lo que la ratificación del Parlamento Europeo no se prevé hasta finales del año 2020. Pero mientras tanto, también hay un trabajo que realizar en orden a las medidas que se deben adoptar no sólo para paliar los efectos negativos, sino para prevenirlos. En este sentido, y por lo que respecta a la Comunitat Valenciana, la eurodiputada Inmaculada Rodríguez-Piñero hablaba el otro día de establecer cláusulas de salvaguarda con carácter preventivo para el sector citrícola, y la comisaria europea Cecilia Malmström anunciaba para el próximo mes la presentación de un informe con las medidas concretas.

Pero en cualquier caso, los acuerdos comerciales en general deben ser equilibrados y en este caso con mayor motivo. Deben conllevar ganancias para los ciudadanos y para las empresas que aumentan su competitividad, generan empleo, innovan y reducen costes. Como decía, sólo al final se podría hablar de ganadores y perdedores. Pero de lo que se trata es que todos ganen o, al menos, de que se pierda lo mínimo.

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