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Canciones prêt-à-porter

Estos días, con motivo de la muerte del cantante Camilo Sesto, los comentaristas, críticos musicales, informadores, nos hemos llenado la boca con el término «banda sonora» para definir el poder de las canciones del autor de Vivir asi es morir de amor, Perdóname o Algo de mí en nuestras vidas. Las canciones de Camilo Sesto, como las de Serrat o Roberto Carlos, por señalar dos extremos del horizonte melódico, han servido de bálsamo, estimulante, tónico rejuvenecedor, elixir, loción anti-estresante o fondo musical mientras nos afeitamos o nos hacemos las ingles brasileñas. Nos las hemos cortado a nuestra medida, ajustadas, moldeadas, ceñidas u holgadas. Con ribetes de sueños adolescentes o forro guateado para depresiones post-cuarenta años. Nos las hemos puesto como chubasquero como protección ante la proximidad de borrascas existenciales. O nos las hemos colgado en bandolera como afirmación optimista y vital.

Canciones prêt-à-porter. Melodías de corte y confección. Directores melómanos como Martin Scorsese, Pedro Almodóvar, David Lynch o Quentin Tarantino han sabido hacer un uso magistral del poder de las canciones en ese vis-à-vis en tensión entre melodía e imagen en movimiento. Entre esos momentos gloriosos musicales, tragicómicos, la canción Gloria de Umberto Tozzi mientras está a punto de hundirse en el Mediterráneo el yate donde viaja Leonardo di Caprio y sus compinches en El lobo de Wall Street. Desde su estreno en 1961-a nuestro país llegó un poco más tarde por problemas con la miope censura- la película Desayuno con diamantes no ha dejado de ganar adeptos, abducidos por esa obertura donde la música de Henry Mancini y su ya inmortal Moon river -a la letra otro grande Johnny Mercer- se funden poderosamente con la figura de Audrey Hepburn enfundada en un vestido negro de Givenchy delante del escaparate de la joyería Tiffanys. Imposible separar melodía e imagen de nuestras retinas. La actriz abandonaba sus papeles de eterna cenicienta por el de una sofisticada call girl -sin llegar a la sordidez de la protagonista de la novela creada por Truman Capote- abriendo el horizonte de las heroínas modernas y urbanas de la pantalla. Frente a una virginal Doris Day y sus comedias almibaradas y technicolor, la Holly Golightly de Audrey Hepburn anunciaba las futuras heroínas urbanas de Sexo en Nueva York.

Hoy en día las bandas sonoras han encontrado su proyección más popular y generalizada en ese vehículo que se conoce como las playlist. El Do It Yourself o hágalo usted mismo. Frente a la «tiranía» de la industria discográfica el ejercicio creativo del propio consumidor a la hora de ajustar y elegir sus gustos musicales. Todavía recuerdo, en los primeros tiempos de la revolución informática la confección «a medida» de nuestros propios cds. Guardo algunos de aquellos cds artesanos donde se mezclan, a veces a manera de un gazpacho caótico, sin orden ni concierto, Lucio Battisti y Cole Porter, Dusty Springfield y Bach, un ejercicio musical de fantasía difícilmente realizable desde los despachos de las editoriales. Ahora son las propias plataformas las que ofrecen su colección de listas de canciones, de playlist según géneros, estilos, intérpretes, momentos, horas del día o de la noche. Playlist para levantarse con optimismo, desayunar, pasear, correr o ir en bicicleta, como esos voluntariosos ciclistas cargados de un altavoz amenizando al personal a todo volumen con el regatón de moda. Hasta tenemos a nuestra disposición las playlist de un cantante o celebritie y asi poder disfrutar -o discrepar- de su elección melódica. En unos tiempos donde espacio intimo y público a veces resultan tan dificultosos de deslindar como distinguir a PP de Vox, o a Cayetana Álvarez de Toledo de Inés Arrimadas, las playlist de los famosos nos ofrecen otro espacio donde husmear en la intimidad de lo ajeno.

Leo que València se ha alzado con la candidatura de Capital Mundial del Diseño a celebrar en el año 2022. De entrada felicidades a todo el equipo organizador, colaboradores, entidades, que sin duda han visto recompensado el voluminoso e infatigable trabajo realizado en estos últimos años. El recuerdo también para aquellos pioneros que pusieron «la primera piedra» en una ciudad donde el gusto todavía seguía anclado en un diseño de regusto decimonónico. Mis primeras «iluminaciones» del mundo o cultura diseño están unidas a los escaparates de la tienda de Martínez Medina cerca de la calle de la Paz. Asomarse a ellos a través de sus grandes cristaleras era acceder a ese universo lleno de belleza y perfección, donde una silla, una mesa o una butaca, más allá de las reglas básicas de forma y función, traspasaban su condición de objeto cotidiano para convertirse en pequeñas obras de arte fabricadas en madera, acero o cristal. Bien está recordar, en estos momentos de optimismo con la reciente nominación de capitalidad del diseño, algunos nombres que hicieron posible la entrada de un gusto estético contemporáneo aplicado al mobiliario y el interiorismo. Desde una visión más sentimental- y quizás nostálgica mi interés por el diseño también ha venido estimulado por la reivindicación de muchos espacios urbanos, desgraciadamente desaparecidos de la ciudad de València, sobretodo locales comerciales, cafeterías, salas de cines, que proyectaron aquellos primeros vientos de modernidad a mitad de los años cincuenta reflejados en el acero luminoso de las máquinas de café italianas, los mosaicos neo-abstractos que decoraban sus paredes y los neones que distinguían sus fachadas. De la cafetería Hungaria a Monterrey. De San Remo a Lauria. Paradójicamente, en nuestros días, con el triunfo de la llamada cultura vintage, otra vez la operación revival, nuevos espacios intentan recomponer aquella atmosfera estética, decorativa, ambiental, que la piqueta y la ignorancia se llevó un día. Del original a la copia. Y así seguimos.

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