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¡Llegan!

Tengo una curiosidad por un caso que, últimamente, se da muy a menudo. Les ruego que me respondan a este periódico, o mis redes sociales, si les suena de algo esta historia totalmente opuesta a la parábola del hijo pródigo del Evangelio de Lucas: en una familia convencional, uno de los hermanos emprende su vida en otro lugar al no soportar las tensiones entre padres y hermanos. Al volver, años después, con su vida estabilizada, los otros hermanos han hecho las paces con los padres a cambio de parasitarles: ocupan sus cargos en la empresa, en el hogar, deciden y aconsejan -siempre en su favor- porque han creado familias o fuertes lazos de dependencia y procuran -si no lo intentaron ya en el tiempo juvenil de los enfrentamientos- a que el hijo pródigo «vuelva a la muerte y no sea más hallado», por parafrasear a la Biblia.

Igual que en la esgrima o el ajedrez, entre parientes gana el que se equivoca menos en su plan. Como en los juegos en equipo, mete siempre los goles el que se rodea y se gana la confianza de quien acepta hacer el trabajo de comparsa. Los engaños y trampas familiares son muy difíciles de ver, porque se ejecutan con suma ligereza y el disfraz se lleva en la sangre: disfraz de hija resuelta pero con grandes necesidades, el de vástago tonto que no sabe más que hacer hijos y ostentar las necesidades que pasan los nietos, el que se equivoca en todos sus negocios y siempre necesita una ayuda para salir fuera del núcleo familiar, el excéntrico y violento que vive en casa de su madre hasta los cincuenta y cinco años porque «¿Dónde va a ir?».

En las novelas psicológicas de la época en los hombres llevaban monóculo, el villano dudaba durante unas doscientas páginas, y muchas veces aplazaba el asunto hasta el segundo tomo. Pero la realidad ocurre de otra manera. El engaño familiar, conjunto o en modalidad individual, se resuelve como una trivialidad, en menos tiempo que se necesita en tomar una ducha. En un cuarto de hora hay tiempo para ser tentado, vacilar, dominarse, decidirse, encomendarse a Dios y al Diablo, arrepentirse y arrepentirse de haberse arrepentido.

Los motivos para llevar a cabo los planes injustos a los que someten varios miembros de una familia a la otra parte, generalmente a la parte que tiene algo más que ellos, tampoco son realmente motivos. Son excusas alambicadas, o burdos sofismas, para hacer lo que les apetece. Así -y si tomamos España y Cataluña como metafóricos miembros de una familia- el ex conseller de Salut y mano derecha de Puigdemont, Toni Comín, para evitar decir que están planeando un paro general, hizo esta declaración evitando la molesta palabra «huelga» o «paro general» en Cataluña: «Si un millón de personas se levantan un día y no quieren ir a trabajar, el Estado no puede obligarlos». Por supuesto, los «si mamá quiere cocinar y fregar, porque lo hace bien, pues déjala», «si papá quiere trabajar aunque esté jubilado, ¿qué mal le puede hacer?» o «me lo ha regalado a mí y (él/ella) hacen con lo suyo lo que quieren», son inevitables.

Estas estrategias de deficientes dan siempre resultado. El tipo (pongan en su lugar un tipa si quieren) feo y desgarbado que sigue a las señoras sin tregua y consigue al fin entablar conversación, tiene siempre el talento de tahúr para conseguir lo que quiere de ellas. La gente de ingenio, que aún cree que la honestidad es una virtud premiada por la Justicia, desprecian erróneamente estas tretas. Pero no hay que tener miedo a parecer pobres de espíritu a los ojos de los demás, porque eso aumenta más el magnetismo de la lástima ajena.

El mayor error consiste en rodearse de gente que razona demasiado, sutiliza, examina, sondea en las grietas de las cosas, busca la verdad. Uno se dirige equivocadamente al cerebro de otro evitando comunicarse sin palabras con su tosca sencillez o su apasionamiento instintivo. Si la gente culta supiera qué consuelo supone a muchos y a muchas, después de oír hablar de las cosas del alma -de la música sublime de Beethoven o de la teoría de cuerdas- que les empotren contra la pared sin mediar una sílaba y les abandonen sin la recurrente frase de cortesía, cambiarían los modales y la corrección por las tácticas que Trump utiliza para hipnotizar a su electorado.

Los inteligentes creen ser amados por su raciocinio y sus decisiones, pero todas las zarinas, todas las esposas de sultanes, todas las reinas y primeras damas han tenido a mano una inagotable multitud de estúpidos. Entre ellos buscaban ese remedio, ese castigo al gas asfixiante que es el genio de tu pareja, de tu madre, de tu hermano. Los estúpidos nacen en estado de gracia al que no se llega estudiando: no ven dificultades, no miden las distancias ni ven peligros. Simplemente se atreven, se arrojan sin mirar a quien perjudican, y sin pensar en el mañana, sabiendo lo que quieren, ¡llegan!

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