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Buena onda

Orgullo de Mislata

Deambulando caprichosamente por las calles de Patraix, en una de mis últimas visitas periódicas en València, me sorprendió mucho, y agradablemente, la señalización que me advertía de que estaba pisando un itinerario seguro para los niños. Era una ruta que seguía aceras, cruzaba calzadas, bordeaba edificios y acababa en la entrada principal de un colegio público.

Una estupenda iniciativa del gobierno municipal de Valencia, pensé.

Pero no era una iniciativa solo del Ayuntamiento de la capital. Esta semana, en el I Congreso Internacional de Ciudades Amigas de la Infancia, la ciudad de Milata ha obtenido el primer premio dentro de la categoría de «Entornos adecuados, seguros y limpios» por su proyecto «I am City», uno de cuyos ingredientes consiste en la ordenación del tráfico, la señalización y la instalación del mobiliario urbano para facilitar itinerarios seguros para los niños.

«I am City» tiene más factores. Incluye iniciativas para facilitar el juego y pacificar el tráfico, construye espacios de convivencia y dirige la atención de todos los habitantes de la ciudad hacia la vida de los niños y las niñas como protagonistas de una convivencia de la que merecen formar parte sin ningún tipo de sustracción.

Tal vez la idea que mejor resume el espíritu del proyecto, -y por la que tiene un valor especial en el conjunto de políticas e iniciativas de Unicef, el foro de las Naciones Unidas para la infancia-, es que la ciudad reconoce y defiende los derechos de la infancia con todas sus consecuencias.

Repasando las fotos de la ceremonia y las exclamaciones de alegría del alcalde y de la concejala encargada de la infancia, mi memoria se ha ido automáticamente al álbum de recuerdos de mi infancia, un recuerdo vibrante con las mil y una experiencias ligadas a las calles del casco antiguo de Mislata. Calles aún por asfaltar, donde se aprovechaban las lluvias de la primavera y del otoño para jugar al ganaterreno con la tierra aún mojada, o los días de sol para jugar al chiva, pie bueno, tute y guá o al churro va con sus fases de churro, mediamanga, mangotero.

Un territorio urbano que tenía su prolongación más aventurera en los cañizales de la ribera del Turia que limitaban con Quart de Poblet, por el norte y con la misma capital por el sur (donde ahora se asienta el Biopark y donde muchos años estuvo silenciosa la caseta del fielato que evocaba una frontera fiscal de la posguerra. O en la tura que, camino a la escuela, me llevaba desde el convento de clausura a la altura de Martí Gadea hasta el Pou del Quint dejando atrás la Iglesia y los restos de la edificación más antigua del pueblo que evocaba el momento glorioso del cerco de la capital por la tropas de Jaume I.

Era una Mislata muy distinta a la actual. En la que los itinerarios estaban llenos de literatura. Y en la que la mente infantil sentía un acicate a vivir la realidad entremezclada con la imaginación. Al menos eso dice el retrovisor de quien fue niño hace tantos años.

Alguien podría pensar que un proyecto como «I am City» le quita ese poder de evocación y de aventura a la vivencia infantil de la ciudad. Se equivocaría. Que los responsables de la gestión de su vida colectiva, pongan en primer plano de una ciudad la seguridad, la proximidad, y el lado amable de la vida para los vecinos niños y niñas, es un logro extraordinario que insufla una pequeña dosis de optimismo a quienes creemos que estamos obligados a poner en vanguardia la innovación social para construir el progreso, en la medida, modesta pero importante, en que aún es posible.

Que Mislata haya recibido un reconocimiento de un organismo mundial por su contribución a esa innovación forma parte de ese orgullo que los promotores de «I am City» dicen querer que sientan los niños de Mislata. También yo lo he sentido; retrospectivo pero profundo.

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