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Julio Monreal

Cataluña marca todos los pasos

Pasado el saludable episodio de la reinhumación de Franco, con los familiares del dictador quejándose de que España sea una dictadura por el trato recibido (un trato exquisito facilitado por un Estado democrático), el país se encamina decidido hacia las urnas del 10 de noviembre con el conflicto de Cataluña como principal argumento electoral para todos los partidos y como foco central de atención y preocupación para la práctica totalidad de los ciudadanos.

Después de una tregua de varios días en las calles de las principales ciudades catalanas, vuelven las movilizaciones de los independentistas y, este domingo, también de los constitucionalistas que defienden el contenido de la sentencia que mantiene en la cárcel a los principales líderes del movimiento secesionista. Las previsiones son pesimistas. Todo parece indicar que la violencia va a regresar a las calles hasta el mismo día de las elecciones generales. El sector más radical del independentismo necesita hacer actuar a la policía, presentar el conflicto en el ámbito internacional como el de un Estado represor que aplasta con porras y tanquetas los derechos de un pueblo oprimido. Nada se solucionará sin política, sin diálogo, pero nada puede hacer olvidar que las condenas del Supremo son fruto de la aplicación de unas leyes promulgadas por el orden democrático que nació de la Constitución de 1978.

El minuto a minuto de Cataluña lo contamina todo, y no ha tardado en colarse en la precampaña política de la Comunitat Valenciana. El Bloc Nacionalista Valencià (BNV), formación mayoritaria dentro de la coalición Compromís, tomaba la delantera el sábado, 19 de octubre, con una declaración de su consell nacional en la que abogaba por la «amnistía de los presos políticos» del procés y un referéndum pactado como puntos de partida para una solución dialogada al bloqueo catalán. El Bloc saltaba al ruedo con un acuerdo formal con una contundencia que hasta ese momento sólo habían expresado a título personal algunos referentes de la organización, como el presidente de las Corts, Enric Morera.

Sin embargo, si sorprendente fue la contundencia del Bloc a la hora de pedir no ya el indulto sino la amnistía de los líderes catalanes presos, no menos extraño ha sido su desmarque de la declaración de este viernes en la Llotja del Mar, en Barcelona, con la que partidos nacionalistas de distintas comunidades han pedido exactamente lo mismo que el consell nacional del Bloc añadiendo un preámbulo que recrea la pervivencia del régimen franquista en algunas instituciones del Estado, un texto que habrían suscrito sin pestañear el 90 % de los militantes de la formación nacionalista valenciana y que se podría titular «No me siento cómodo en España».

Entre el ataque de principios del sábado, 19, y la retirada táctica del viernes 25 evitando la foto con Torra y Arnaldo Otegui ha ocurrido algo importante: la vicepresidenta de la Generalitat y líder indiscutible de Compromís, Mónica Oltra, ha saltado también al ruedo para hacer público que el Bloc es libre de pensar o expresar lo que considere, pero que la amnistía no es la posición de Compromís. Incluso ha preferido alinearse en este punto con la «posición activa y de diálogo» del presidente socialista Ximo Puig , con quien Oltra parece tener más sintonía en este asunto que con sus propios compañeros de coalición.

En el Bloc se había instalado la opción de defender lo que llaman «los principios». Pese a admitir en privado que su declaración en favor de la amnistía podía perjudicarles electoralmente, preferieron la ideología y la denuncia de que en España no se puede defender cualquier idea que se esté dispuesto a mantener sin el uso de la violencia. Enarbolan el caso de los Jordis como ejemplo de una sentencia que consideran injusta, porque estando ellos en el ámbito social, no político, no caben ni la prevaricación ni la malversación. Sin embargo, la aparición en escena de Mónica Oltra, la política que contribuyó de forma decisiva a que el Bloc saliera del pozo electoral del 4 % y se situara junto a las otras formaciones de Compromís en la banda del 20 %, pesa mucho en el ánimo del nacionalismo valenciano. Y eso que tanto ella, como el alcalde Joan Ribó, la hoy consellera Mireia Mollà y otros artífices del salto en el apoyo ciudadano se declaran abiertamente no nacionalistas en cuanto tienen ocasión.

En esa clave conviene interpretar la retirada del Bloc y de Compromís del pacto de la Llotja del Mar. Las diferencias internas expresadas por la lideresa y el temor a consecuencias electorales negativas en determinados ámbitos geográficos y sociales por mantener la posición han podido más que los principios proclamados en el consell nacional. Otra escaramuza que gana la vicepresidenta a sus socios nacionalistas, que se encaminan hacia un congreso en el que tendrán que decidir si quieren principios o poder para cambiar las cosas y quiénes serán las personas idóneas para llevar adelante sus propósitos. Pese a representar dos tercios de la coalición naranja, su papel institucional permanece supeditado al de Iniciativa del Poble Valencià, el partido de Oltra y de Mollà, o al de figuras no adscritas al Bloc, como Joan Ribó o Giuseppe Grezzi. El ejemplo más reciente está precisamente en el Ayuntamiento de València, donde para evitar la abierta batalla entre los concejales Pere Fuset y Carlos Galiana, ambos del BNV, por los derechos sucesorios, el título de vicealcalde segundo ha recaido en Sergi Campillo, militante de Iniciativa, como Oltra, y este está dejando claro, con sus actuaciones políticas y de gestión, que no es un hombre de paja, una figura de transición; que está en el cargo para gobernar y no como fuerza de interposición, como «casco azul» de la ONU para poner paz entre sus compañeros. El Bloc que tuvo siempre en la ciudad de València una de sus plazas fuertes no tiene al alcalde ni al vicealcalde, y en el runrún político se da por hecho que esa situación pasará factura a los actuales dirigentes del partido en la capital cuando llegue la hora de los congresos.

Será ese el momento de saber si finalmente Vicent Marzà, conseller de Educació, da el salto para liderar a los nacionalistas y también Compromís si se confirma el paso de Oltra al Ayuntamiento de València. El joven político de Castelló suele conducirse con prudencia y no exhibe ambiciones futuras, pero en su entorno y también en los otros partidos dan por hecho que él será quien lidere a los de la sonrisa naranja en las próximas elecciones autonómicas y por ese motivo es el blanco frecuente de opositores y rivales de dentro y de fuera de su formación, que tratan de hacerle sombra o proyectan de él una imagen de radicalidad ideológica e identitaria tanto en su faceta política como en la de gestión. De cómo gestione él su propia imagen dependerá en buena medida su futuro como líder de su formación en 2023, con la incógnita de si el presidente Ximo Puig optará a un tercer mandato por los socialistas o cederá el paso a un nuevo candidato (Manuel Mata tendría casi todas las papeletas). Es pronto todavía, eso es cierto, pero cada uno va tomando posiciones, estableciendo diferencias de fondo o de matiz con sus rivales y hasta con sus socios. Precisamente es lo que hizo Puig ayer sobre la cuestión catalana. Muy lejos ya de la reunión con Artur Mas en Menorca en agosto de 2015 con la voluntad de mediar en el conflicto, de tender puentes; y lejos también de la cumbre de Barcelona en 2016 con Puigdemont para tratar asuntos de interés mutuo como el corredor mediterráneo, el presidente valenciano pidió ayer públicamente a Quim Torra que no incluya a la Comunitat Valenciana en sus planes de autodeterminación. «No queremos ni recentralización ni soberanismo. Estamos cómodos en España», afirma el presidente, que parece hablar más hacia sus socios de gabinete que al presidente catalán.

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