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Julio Monreal

El amor se acaba pero queda el interés

Diferencias sobre quién debe gestionar cincuenta millones de euros de un presupuesto total de 23.021,9 millones han estado a punto de dar al traste con las quintas cuentas compartidas del Botànic II y han asestado un duro golpe a las relaciones entre los socios, particularmente entre PSPV-PSOE y Compromís, ya que Unides Podem ha comparecido en los debates poco menos que como unos convidados de piedra.

Puede que un día hubiera amor, aunque uno cree que lo que hubo al principio, en 2015, fue euforia, satisfacción por la victoria y por las posibilidades que se abrían de cambiar cosas después de una larga década marcada por el deterioro de la gestión pública y la corrupción protagonizada por destacados dirigentes del Partido Popular y una parte de la estructura de la formación política. Pero hoy entre los socios del Govern solo queda interés, dicho sea en un sentido descriptivo, no peyorativo. No es necesario ni obligatorio que los socios sean amigos. Basta con que sean colaboradores leales, dispuestos a dar y a recibir.

La coincidencia de los tiempos con la campaña electoral aconsejaba a todas las partes prorrogar los presupuestos de 2019 para evitar tensiones entre los miembros del Ejecutivo valenciano, pero hubo dos factores que cambiaron el rumbo de los acontecimientos. Por una parte, el presidente Ximo Puig y su equipo de colaboradores debieron considerar que un gobierno con apoyo suficiente en las Corts Valencianes tenía la obligación moral y real de plasmar sus intenciones y su programa político en un presupuesto. Mientras esa reflexión se rumiaba en el Palau de la Generalitat, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, invitó públicamente al gobierno autonómico a elaborar y aprobar cuentas nuevas para 2020 con el caramelo de unos ingresos extra procedentes de la liquidación de 2018 y la expectativa de otros parabienes complementarios con la vista puesta en que los socialistas, después de las elecciones del próximo domingo, queden en condiciones de formar gobierno y puedan llevar adelante los presupuestos que no pudieron sacar por falta de apoyos, viéndose abocados a convocar elecciones. Aquellos presupuestos que se quedaron en el cajón eran los que por vez primera recogían el 10 % de las inversiones territorializadas para la Comunitat Valenciana, en línea con la reforma del Estatut, e incluían partidas tan importantes como el primer paquete de ayudas estatales para el transporte metropolitano de València (Madrid y Barcelona llevan años recibiendo más de cien millones de euros anuales, respectivamente, para ese fin) o la condonación de la deuda de la Marina, esos 350 millones que el Estado prestó para reformar la dársena interior con motivo de las 32ª y 33ª Copas del América de vela confiando en que el Consorcio 2007 devolviera el dinero a base de cánones de 15 restaurantes y unos cientos de amarres. Misión imposible.

Animados por un buen viento en las velas, aunque temerosos por la creciente marejada política de la campaña electoral, los miembros del Botánic se lanzaron a elaborar unas nuevas cuentas para 2020. El conseller de Hacienda, el socialista Vicent Soler, sacó del cajón las plantillas de elaborar presupuestos y se puso a sumar y a restar con la palabra contención grabada a fuego en la frente. No en vano había habido que recortar partidas en las primeras semanas del otoño como consecuencia de las estrecheces económicas de las arcas autonómicas. La deuda aprieta cada vez más, y las obligaciones contables contraídas con el Estado no permitían las alegrías de otros años.

Las cuentas fueron formuladas en un tiempo récord para cumplir los plazos legales, y cuando llegó la negociación política de la recta final estalló el conflicto. Y no vino de la mano del vocinglero Podemos, un remanso de paz y equilibrio institucional en la Comunitat Valenciana, sino de la parte de Compromís, que dosifica muy hábilmente la técnica de la ducha escocesa con sus socios en el Govern. Siempre dispuesta a mantener la indignación arrastrada por el anticipo electoral autonómico del 28 de abril, pero también siempre solidaria cuando la oposición desata tormentas sobre el socialismo valenciano o su líder y secretario general, como se ha visto en al menos dos ocasiones en los últimos meses, la vicepresidenta Mónica Oltra se puso el uniforme nacionalista, el de pedir el cielo y no conformarse nunca, y llevó hasta el rincón a Soler, con el que se ha gritado demasiadas veces desde que existe el Botànic. Todos estaban de acuerdo con repetir el numerito de los 1.325 millones ficticios en la partida de ingresos, esos que el Estado debería enviar si el modelo de financiación autonómica fuera justo con la Comunitat Valenciana. Es la partida que la oposición ve irresponsable cada año y el gobierno incluye en las cuentas con el calificativo de reivindicativa. Pero eso no era suficiente, y la también consellera de Políticas Inclusivas quiso tirar el anzuelo más lejos y forzó la inclusión de más fondos para la atención de la Ley de Dependencia. Desde que entró en vigor la ley impulsada por el Gobierno del socialista Rodríguez Zapatero, la mayoría de los ciudadanos susceptibles de ser beneficiarios de la norma pelean contra el elefante de una Administración insensible. Primero fue la falta de equipos para valorar los grados de dependencia, y después llegó la falta de fondos para financiar los servicios comprometidos. El resultado es desolador. Las familias siguen siendo las que cargan con la atención de los dependientes y el Estado, que debería aportar el 50 % de los fondos para cumplir con los servicios, en la Comunitat Valenciana no ha pasado nunca del 12 %. El resto queda en manos de la Generalitat o en el pozo de la desatención. Y ahí puso el énfasis Oltra. Ya que el papel (o su versión digital) lo soporta todo, ¿por qué no incluir en los presupuestos como ingresos previstos el 50 % de los fondos que ha de aportar el Estado para atender a los dependientes valencianos? Puestos a ser reivindicativos, ningún espacio mejor que ese para plantarse.

Los presupuestos eran ya un vestido con la cremallera a punto de estallar, y faltaba la guinda. Creada la nueva Conselleria de Innovación y Universidades, la titular, Carolina Pascual, estaba llamada a gestionar partidas hasta ahora asignadas a otros departamentos. El responsable de Hacienda fue adjudicándole tareas y fondos de unos y otros, pero cuando le atribuyó 50 millones que aún hoy están en manos del Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial (Ivace), el titular de Economía, Rafael Climent, puso el grito en el cielo y la vicepresidenta Oltra se presentó en la mesa negociadora exigiendo que el dinero se mantuviera en la órbita de decisión de Compromís. ¿Que qué pasó? Lo de siempre. Los socialistas rectificaron el presupuesto a toda prisa, aceptando el ultimatum de sus socios de la sonrisa naranja. Al fin y al cabo, como afirmó en una famosa frase el futbolista británico Gary Lineker, «el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania», país de nacimiento de la vicepresidenta.

La fuerza de un no saludo

En una sociedad en la que cada vez se piensa menos y no se lee nada, los gestos y las imágenes cobran un valor máximo. Son tiempos de Instagram y de fragmentos de videos. De todo el debate electoral del pasado viernes entre los portavoces de los siete partidos con grupo parlamentario propio no ha quedado frase ni idea que supere la fuerza del momento en que el portavoz del Partido Nacionalista Vasco (PNV) Aitor Esteban serpentea entre los atriles ya vacíos para evitar darle la mano al secretario general de Vox, Iván Espinosa de los Monteros. El número dos de la formación ultraderechista no encontró la menor resistencia a la hora de despedirse con besos de la socialista Adriana Lastra (clara perdedora del debate por incomparecencia), la liberal Inés Arrimadas, la podemita Irene Montero, o la más afín al ideario ultra Cayetana Álvarez de Toledo (PP). Ni siquiera el independentista Gabriel Rufián tuvo el menor reparo en despedirse afablemente de quien borraría de un plumazo de la faz de la Tierra todo lo que representan ERC, sus líderes y militantes.

La cortesía siempre es deseable pero a veces saltársela permite resumir toda una doctrina política con un simple guiño.

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