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Julio Monreal

Democracia en los tiempos de la cólera

La reducción del 30 por ciento en las peticiones del voto por correo para las elecciones generales de hoy domingo en relación con las últimas del 28 de abril parece indicar que la distancia entre los bloques de izquierda y derecha se va a estrechar hasta incluso hacer posible un vuelco político. En la primavera, una movilización de votantes con precedentes sólo en la transición a la democracia otorgó un mandato precario a Pedro Sánchez y los socialistas. Al grito de ¡que viene el lobo de la ultraderecha! los partidarios de las formaciones progresistas llenaron las urnas y emitiron un mandato que los líderes no han sabido o querido convertir en un Gobierno estable. Ahora, cuando los fríos empiezan a asomar, una campaña de baja intensidad, en la que los programas carecen de importancia, los rostros son los mismos que hace seis meses y todo se fía a la frase ingeniosa o al semblante en la televisión, la abstención puede marcar un índice preocupante para una democracia asentada.

Una baja participación perjudica claramente a la izquierda, que es la que tiene el electorado más volátil en España. No hay un solo simpatizante de la ultraderecha de Vox que vaya a quedarse hoy en casa porque haga mal tiempo o porque no le interese la política. Lo mismo ocurre con los votantes del Partido Popular, animados por la expectativa de desalojar a Sánchez de la Moncloa aprovechando la segunda oportunidad que el líder socialista le ha dado a Pablo Casado cuando éste yacía noqueado sobre la lona. Peor lo tienen los de Ciudadanos, el partido nuevo que iba a comerse el mundo y está a punto de ser devorado por la propia ambición de su líder. Desde que pasaron de socialdemócratas a liberales no han levantado cabeza, y sus posiciones van en picado desde que abandonaron su estrategia de ofrecimiento al mejor postor, fuera éste de la derecha o de la izquierda, como partido bisagra. Creyeron que superarían al PP pero pincharon; se abrazaron a los populares como tabla de salvación y tontearon con los de Vox cuando sus bases electorales no tienen mucho que ver. Ahora quedan ellos de náufragos en medio de una tormenta que puede llevar esta noche a la dimisión de Albert Rivera, su sustitución por Inés Arrimadas y la búsqueda de un nuevo rumbo hacia posiciones más templadas por parte de los naranjas, partido líder en Cataluña e intrascendente en el concierto español.

Pero no será Ciudadanos el único que pague los platos rotos de las cuartas elecciones generales en el tiempo de una sola legislatura. Entre los votantes de la izquierda hay cabreo, y eso suele traducirse en abstención. Pedro Sánchez hizo creer en primavera que pactaría con Unidas Podemos; después los llevó al rincón de los castigos con argumentos poco sólidos y finalmente justificó su camino tras la sentencia del procés señalando a Pablo Iglesias y los suyos como irresponsables e indignos de confianza, despejando el paso hacia la repetición de las elecciones cuando las encuestas le daban alas. Hoy las previsiones no son tan optimistas y en el seno de su partido, en todos los tramos de sus dirigentes, se escuchan voces críticas que señalan que se ha asumido un riesgo innecesario con los comicios de hoy y que se debió forzar la máquina para alcanzar un acuerdo con los morados, con quienes los socialistas gobiernan en seis de las 17 comunidades autónomas, estructuras fundamentales del Estado surgido de la Constitución de 1978.

Por si fuera poco el enfado de parte de sus dirigentes y votantes, al PSOE le ha salido un partido que puede convertirse en un refugio para un sector de su electorado, el Más País de Íñigo Errejón, denominado Más Compromís en la Comunitat Valenciana. Su precipitada aparición en la escena política nacional no permite augurar unos resultados espectaculares para esta escisión de Podemos, pero el fraccionamiento del voto que viene apartando a la derecha del poder estatal en los últimos años puede operar de igual modo en la izquierda esta vez.

Unidas Podemos, tras sufrir el desprecio del presidente en funciones, comparecen ante las urnas sin complejos ni falsas expectativas. Son los que más claramente han expuesto en los debates televisivos de audiencias millonarias las líneas maestras de su proyecto político, que se mantienen inalterables desde su fundación, aunque donde gobiernan buena parte de esa solidez discursiva se convierte en espuma, sea por inexperiencia o por incapacidad. No es previsible que experimenten grandes cambios en su representación en las Cortes Generales pero sin duda serán más desconfiados si tienen ocasión de negociar un Gobierno.

También alcanza a Compromís el cabreo de comparecer de nuevo en unas elecciones generales que consideran innecesarias e inoportunas, motivo por el que no han dejado de criticar a los socialistas de Pedro Sánchez. Está por ver si su alianza con Más País y su desaire a Unidas Podemos les da mejores o peores resultados que en abril, cuando obtuvieron únicamente el escaño de Joan Baldoví compareciendo en solitario. Tienen a su alcance una leve mejoría que permitiría relajar tensiones internas.

Así las cosas, en el ascensor de la política española que sube y baja hoy con motivo de la cita electoral, el Partido Popular y Vox son los que tienen en su mano avances significativos, mientras Ciudadanos es el que puede acabar en el segundo sótano tras el recuento de la próxima madrugada. La ultraderecha parece abrirse camino en las instituciones alentada por el conformismo de sus socios azules y naranjas y la inacción de la izquierda, que parece que no quiera enfrentarse a Santiago Abascal para no darle más visibilidad. Con un discurso plagado de mentiras y relleno de fobia contra el diferente, sea subsahariano, catalán o vasco, los ultras se asoman a las plataformas públicas que les proporciona la misma democracia que quieren destruir para tratar de convencer a los ciudadanos de que si quieren tener pensiones cuando se jubilen hay que eliminar las comunidades autónomas inventando que son foco de despilfarro y amiguismo. Añoran los tiempos en los que su Generalísimo caminaba bajo palio en medio de una nube de incienso y agitan las conciencias llamando al enfrentamiento abierto del Estado con Cataluña, en una escalada policial cercana a la ocupación que convertiría las calles de sus ciudades en espacios similares al Ulster en los momentos más duros de actuación del IRA. Un caldo ideal para que los independentistas pasen del 50 al 70 %.

La cólera que destila el discurso de Abascal y los suyos contra los inmigrantes menores no acompañados (menas) a los que señalan como delincuentes; contra las autonomías y en general contra todos los que no piensan como ellos es una expresión totalitaria que ha protagonizado ya demasiados pasajes de la Historia y que se puede y se debe frenar con más democracia, un sistema político basado en el respeto a la voluntad popular, la participación y la pluralidad. La democracia implica votar. No hacerlo es encogerse de hombros y desentenderse de las consecuencias. El filósofo Platón abjuraba de la democracia. Defendía un gobierno de los mejores. Pero hoy el mejor es el pueblo y éste tiene una cita con las urnas.

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