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Maite Fernández

Mirando, para no preguntar

Maite Fernández

¿Mejorando lo presente?

Leía estos días que en la Universidad de Florida han conseguido, gracias a la nanotecnología, producir unos tintes que hacen posible que los tatuajes nos adviertan de si hemos estado demasiado tiempo expuestos al sol. Conozco a más de uno que le iría que ni pintado, pero, bromas aparte, la noticia me ha hecho pensar hasta dónde seremos capaces de llegar los humanos por mejorar nuestra especie. ¿Llegaremos a anhelar cualquier tipo de implante con tal de ser superhombres o supermujeres con tecnología dentro del cuerpo?

No hablo de viajar a Estambul para conseguir mejorar el flequillo que algunos en la oficina dicen que le falta, o de aumentar el contorno pectoral para lucir mejor el vestido palabra de honor que se compró para la boda de la amiga. Hablo de conectar nuestro cerebro a un ordenador, de implantar metal bajo la piel, de mejorar nuestra biología con el apoyo de elementos extraños. Hablo de convertirnos en ciborgs.

No es tan extraño. Creo que con el paso del tiempo todos iremos poco a poco convirtiéndonos en seres humanos mejorados mediante implantes tecnológicos que corregirán nuestros problemas de salud. ¿Quién no conoce a alguien que lleve, desde hace años, un marcapasos, una pila para dar vida a su corazón? ¿O acaso no habéis oído hablar de los implantes cocleares que devuelven el oído a un niño? Lentillas intraoculares que corrigen la visión tras una operación de cataratas, titanio en la mandíbula para fijar piezas de cerámica que sustituyan a los dientes gastados… Brazos o piernas robotizadas que incluso permiten competir en lo más alto de la élite del deporte. No es tan extraño.

Resulta un tanto frívolo, eso si, el caso de la usuaria de un Tesla 3 que, por amor a su vehículo, ha decidido implantarse en el brazo la llave electrónica del coche (es un chip, claro, no una llave como la de seguridad de su casa). En Suecia, cuentan, más de 4.000 personas llevan bajo la piel de su mano un implante electrónico que les permite pagar o acceder a servicios públicos. No necesitan sacar la cartera para mostrar el DNI o pagar el café o el autobús. En cierto modo me recuerda a la película In Time (Andrew Niccol 2011) en la que el tiempo es moneda de cambio y Justin Timberlake miraba con temor su brazo en el que aparecía cuánto tiempo le quedaba de vida.

Pero no hablo de ciencia ficción. La ciencia real está apunto de superarla. Desfibriladores que se implantan dentro del cuerpo y si detectan alguna anomalía resetean el corazón; neuro estimuladores que anuncian corregir el parkinson; prótesis fabricadas en apenas 10 horas con impresoras 3D tan personalizadas que se adaptan a la primera por muy compleja que haya sido la amputación. O el caso más sonado, el más claro ejemplo de ciborg: Neil Harbisson el primer ciborg oficial que lleva implantada una antena en su cabeza que le permite ver todos los colores, incluso el infrarrojo y el ultravioleta.

El gran cambio se producirá cuando los humanos pierdan (perdamos) el miedo a cambiarse a sí mismos no sólo por salud, sino incluso para aumentar el rendimiento, para mejorar la especie. La búsqueda científica de la necesidad espiritual de vida eterna. Aunque acabemos pareciéndonos más a robots que a humanos.

Ya lo dice el lema olímpico «Citius. Altius. Fortius», «Más rápido. Más alto. Más fuerte». ¿Mejores?

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