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A vuelapluma

El Botànic se la juega en el puerto

No soy nuevo si digo que el debate de la ampliación del puerto de València es bastante más que una discusión económica. Está en juego el modelo de ciudad y de crecimiento y, si me apuran, diría que va a definir la capacidad de resistencia del gobierno del Botànic. Los que nos movemos entre letras tendemos a la utopía y el romanticismo, a recrear mundos perfectos sobre el papel y esperar que la realidad se adecúe después al sueño a pesar de los poderosos.

El ideal es la condición necesaria para el progreso, pero necesita atender a la realidad (imperfecta) para ser una posibilidad práctica. Por principio, no me gusta un puerto mastodóntico, que periódicamente da un bocado a su entorno, y no creo que las ciudades portuarias sean las de mayor calidad de vida tampoco, pero en este 2019 la realidad es ya la de un puerto poderoso, fundamental en la economía y el empleo local. Por ello me parece absurdo encerrarse en una torre de marfil e ignorar a quienes ponen encima de la mesa el impacto de no acometer la ampliación: puestos de trabajo, pérdida de competitividad general, polígonos en peligro...

La cuestión es si también en este tema solo cabe la polarización, el blanco o el negro: la ampliación en todas sus dimensiones y consecuencias o la no ampliación sin más. Quizá hay una escala de matices donde puede entrar obligar al puerto a reducir su huella contaminante (bajo pena de dolorosas sanciones si no cumple), que los camiones deban cumplir unos requisitos de eficiencia y emisión de gases tóxicos para poder circular por el distrito portuario, regular las entradas para evitar la acumulación de vehículos, conseguir que Ford traslade sus vehículos por las vías férreas que existen y no por carretera y, por supuesto, que la autoridad portuaria cumpla sus compromisos con la ciudad y haya verdadera reinversión en proyectos sociales y de mejora del entorno. Como pasa en casi todos los debates de este tiempo, hace falta más diálogo, más empatía hacia el otro y menos prisas. No aciertan los gobernantes del puerto cuando intentan acelerar el plan de crecimiento, pero entre un escenario apocalíptico con la Albufera y las playas en peligro y sostener que no hay impacto ambiental caben posiciones intermedias. Existen grises. Y deberían ser técnicos y expertos, y no políticos, quienes señalaran los caminos para el encuentro. Un primer paso en busca de una conciliación de posiciones sobre la que asentar un futuro posible y saludable sería volver a realizar la declaración de impacto ambiental, la famosa DIA, porque han pasado un puñado de años de la primera y existen posiciones contradictorias sobre si el proyecto de ampliación es ahora el mismo que el de entonces. Aportaría una base de solvencia sobre la que empezar a entenderse. Sería una forma de demostrar que se actúa con criterio y no intentando imponer razones.

Pensemos en un Consell que asume sin más la posición de la autoridad portuaria: la fractura interna entre los socios me parece segura. Pero pensemos también en un Consell que hace suya la bandera del no a la ampliación por principio y se enfrenta a todos los sectores empresariales: sería romper el criterio de moderación que funcionó en el Botànic I. Si la legislatura ya ha nacido con muchas más aristas para la coalición de izquierdas, que alguien imagine un escenario con el mundo de la empresa en contra. Y algún indicio de que ganas hay se advierte ya, como el discurso de anoche del presidente de la patronal del metal. El Botànic se la juega.

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