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A vuelapluma

Alfons Garcia

El mundo es un nosotros

Hay semanas que uno no sabe de qué hilo tirar para tejer algo mínimamente presentable sobre el papel. Hay semanas que la actualidad casi te obliga a seguirla. Hay otras, como esta, que, a pesar de la España encabritada que cada mañana ofrecen los predicadores radiofónicos, la realidad va urdiendo por sí sola una secuencia y solo has de unir los planos para encontrar sentido. Hace unos días decía Adela Cortina en estas páginas que los de su generación estaban acostumbrados a progresar (de la dictadura a la democracia, de los estratos más bajos a puestos de prestigio en la universidad) y que esa oportunidad se ha detenido en favor de un mundo de arenas movedizas para los jóvenes, con pocos empleos estables a su alcance y la precariedad como forma de vida. Difícil plantearse un futuro si no sabes de qué vas a disponer. Esta semana Save the Children difundía su informe periódico y ponía el foco, entre otros aspectos, en que la capacidad de la escuela para la promoción social se ha quebrado. Los del mundo anterior a la revolución digital pasamos de una clase social a otra gracias a los estudios, pero esa expectativa es hoy un milagro. La semana ha sido de Pepe Mujica, un político recibido como estrella de rock por ser fiel a sus ideas y haber hecho vida de pobre en un mundo de ricos. Una de las reflexiones que ha dejado en València: el recrudecimiento de los nacionalismos expresa en el fondo una frustración de las clases medias, «un mundo que ya no es pobre, pero queriendo ser más rico, no puede» (lo recogía así Juan Nieto en una crónica emocionada). Los cabos se atan solos. Un mundo con las expectativas de progresión social reducidas a la mínima expresión es un mundo con los sueños rotos. Un mundo que no es pobre, que ofrece Netflix, Amazon y Deliveroo junto a un horizonte de precariedad a una multitud que ve cómo la brecha con los más ricos se agiganta, es un mundo con las esperanzas estranguladas. El resultado solo puede ser desencanto y populismo, y ya tenemos comprobado que lo que venga por esa puerta será necesariamente más feo.

La esperanza puede parecer agotada, pero nunca se extingue. Ni en los peores momentos del ser humano. También lo tenemos comprobado. Es la condición básica de la existencia. La educación y la política viven de la esperanza. Están para ofrecerla. El buen profesor es el que nos dio la historia, la filosofía y la cultura para soñar con ser protagonistas un día de un mundo mejor. El buen político (en especial si se hace llamar progresista) es el que transmite la posibilidad de un universo más justo sin recaer en soluciones del pasado.

Son tiempos turbios, ya no hay oprobio hacia los que pactan con quienes prometen intolerancia, pero es injusto un exceso de dramatismo. Nunca ha habido tanta gente escolarizada. Nunca ha habido niveles de protección social como los de hoy. El desafío está en la esperanza (creo que es la palabra que más he utilizado en estas columnas). ¿Solo podemos ofrecer a los que llaman a la puerta un infierno climático con condiciones laborales precarias? El mundo, hoy igual que ayer, no es un sustantivo impersonal, el mundo es un nosotros.

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