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Alfons García03

La tristeza

La calle es silencio mudo. La casa es silencio, llena de presuntos apestados que se rehúyen, recluidos en sus habitaciones. Soy de los que sale, obligación laboral, así que me miran como la amenaza, el potencial portador de virus. Te lavas, te pones guantes, pero algo, falta algo: el teclado no lo has limpiado antes de poner tus dedos; el mando a distancia, lo mismo. Suena el teléfono, me limpio antes de cogerlo: hoy era el día habitual de la comida familiar, hay personas mayores y es mejor excluirse, sobre todo el que aún ve a alguna gente. Empiezas a saber el significado de lista negra. La vida en la psicosis. Vivir con miedo. Esto es así. Triste.

Me levanto pronto, casi de madrugada, un asunto de trabajo me lleva a la zona marítima y (no soy surcoreano) no puedo evitar la tentación de encararme con la playa. Conversar un rato callado con el mar. Nadie entiende mejor de silencios. En el rompeolas me dejo llevar por el ritmo de la espuma y el viento que recuerda que existen los inviernos. Llevo la mascarilla en el bolsillo, por si me cruzo con algún militar o policía. Me toco la pernera para comprobar que no he perdido el carné de periodista. Algo ayuda si hay que contestar a la autoridad. Las nubes ayudan a dejarse llevar. El sonido de un helicóptero policial rompe la paz. Esto es así. Triste.

Empieza a tintinear el móvil. Los wasaps de los fotógrafos, que empiezan la ronda. A cazar la estampa del día. Otro de un amigo, viejo perro de presa de la profesión. Está asqueado con tanta declaración circunspecta de gobernantes. Parecen en la salsa de la catástrofe. Y no se dice casi nada de que nadie cerró Madrid, de dónde son la mayoría de los muertos hasta ahora, grita por escrito. Italia sí lo hizo con Lombardia antes de confinar al país entero. La sensación de que aquí se actúa pensando siempre desde el interior de la M-30. Un último wasap: «Si lo hubiera hecho Rajoy...» Era el penúltimo: «Los de aquí hubieran respondido de otra manera...» No tiene sentido repasar ya lo hecho. La emergencia es demasiado acuciante y peligrosa. Habrá un tiempo, cuando esto acabe. Esto es así. Cuestión de pragmatismo.

La redacción no es la que era. Te ahorras las blasfemias de los 20 minutos dando vueltas para aparcar. Todo es silencio. Los teléfonos suenan poco, hay que dejarse jirones para esquivar el bucle de la información oficial, el balance diario, el mensaje institucional y los supermercados que se vacían porque los ciudadanos se han excedido en la consideración justa del grado de catástrofe que les pedían los gobernantes. El bar de enfrente está cerrado. Paso por el gel antes de marcar los números y que caiga como en la tómbola el producto seleccionado en la máquina. De nuevo, el gel. Las mesas están casi todas vacías, un mar muerto de papeles alrededor de islas de ordenadores mudos. Queda esperar. Queda mucho. Queda confianza también. Son las diez de la mañana y no he hablado con nadie según el sentido clásico del verbo hablar. Aparatos, gel, jabones, mascarillas, guantes y muchas pantallas. El nuevo orden mundial. Esto es así. Triste. Al menos hoy. Irá mejor mañana, y pasado, seguro... (la santa manía de los puntos suspensivos).

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