Ante el escenario del COVID-19 estamos en una encrucijada difícil de resolver: quedarnos en casa eternamente hasta que los riesgos desaparezcan o rebajar las medidas de confinamiento permitiendo la reactivación de sectores como el industrial, la construcción, servicios, etc. Y eso sabiendo que tenemos un virus que llegó para quedarse y que cualquier medida que tomemos hoy es solo para ganar tiempo, para prepararnos. Y me temo que ninguna de ellas hará desaparecer las consecuencias de este complejo problema. Ahora mismo el objetivo inmediato es aplanar la curva para no colapsar el sistema sanitario, entendiendo que el problema del virus es su mortalidad, pero sobre todo su propagación.

No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a un problema así.

Esta es una de tantas pandemias que hemos tenido que afrontar a lo largo de la historia, por no ir más lejos del siglo XX en 1918, 1957, 1968, 2009€ Y después de todas ellas el mundo siguió adelante. En esta ocasión, la diferencia respecto de las anteriores es la gran cantidad de información de que disponemos a través de múltiples canales. Información diaria, casi al instante, de cifras alarmantes de contagios, fallecimientos y también, afortunadamente, de altas sanitarias. Nos hace darnos cuenta de que somos vulnerables. En este escenario ¿hasta cuándo debe durar el confinamiento? Personalmente, soy partidario de alargarlo al máximo pero calculando el riesgo de las consecuencias, que inciden directamente en la economía y en nuestra sociedad.

La economía es el sustento básico. Es poder ir a comprar alimentos, que alguien los transporte, los distribuya y los venda. Es disfrutar en nuestras casas de energía, agua, internet, redes sociales, etc.. La economía afecta directamente al sistema de salud, que depende de ella para sobrevivir: hospitales viables, que funcionen, médicos bien retribuidos, medios€ Pero cuando pensamos en términos económicos también debemos pensar en quienes hoy tienen la susbsistencia difícil al no poder trabajar, que viven hacinados en pocos metros o que no tienen acceso a la comunicación. Como dijo un epidemiólogo español que trabaja en EE.UU., el menor de sus problemas es el COVID-19. Es un círculo vicioso, o virtuoso: lo primero es la salud, sin salud no hay economía, pero si colapsamos la economía muchas personas no tendrán recursos para vivir dignamente y con servicios de primera necesidad.

Nuestro sistema sanitario, probablemente el mejor del mundo a pesar de sus carencias, ha reaccionado como nadie. Todos los implicados han dado una lección de profesionalidad y sensibilidad dignas de todo elogio, y así se lo reconoce la sociedad. Pero también mientras nosotros consultamos webs, redes sociales, etc., con unos medios tecnológicos avanzados, hay miles de personas haciéndolo posible. Estos y otros servicios no se gestionan desde las casas. En mi opinión, lo más preocupante es que no estamos atendiendo al círculo virtuoso, no se observa que salud y economía son dependientes.

Nuestro país no está en condiciones de afrontar otra crisis de diez años como la del 2008, de la que todavía no hemos salido, y si frenamos la economía la crisis del 2008, la recesión, el desempleo, se van a quedar muy cortos. Es necesaria una vuelta a la normalidad ordenada, monitorizada, gradual. Pero necesaria al fin y al cabo. Sobre todo en nuestro sector, en el ámbito de la arquitectura y la construcción.

La construcción da trabajo a millones de personas, es un sector estratégico. Casi 3.000 arquitectos en la provincia de València, más de 5.000 en la Comunidad Valenciana y en torno a 50.000 en todo el país viven de la edificación. Más del doble de estas cifras de arquitectos técnicos/aparejadores, miles y miles de trabajadores de empresas constructoras, profesionales, industriales, y decenas de sectores productivos dependen de ella. Hoy, además, la arquitectura ha adquirido una importancia vital. En ella vivimos confinados. Además de ser un derecho constitucional, es la primera vacuna contra el coronavirus.

Si las autoridades sanitarias así lo permiten, la confinación debería llegar hasta finales de este mes de abril. Y cuando todo pase, deberemos reflexionar sobre las enseñanzas que deja tras de sí este fenómeno. Tendremos que discutir cómo destinar mayores recursos para mejorar el sistema de salud, cómo identificar mejor estos males, cómo cuidar mejor a nuestros mayores, cómo educar a las nuevas generaciones ante estas nuevas amenazas. Ahora toca salir y enfrentarse al virus. Todos juntos saldremos de ésta, pero no dejemos de vivir por el miedo a morir.

Que el pánico no nos paralice.