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Bondades y fantasmas del teletrabajo

Probablemente uno de nuestros sueños de siempre fuera el trabajar desde casa. Así lo expresaban algunos amigos, que actuando como profetas, enumeraban en nuestras tertulias de sobremesa los múltiples beneficios que sospechaban nos brindaría el teletrabajo.

Parece que el genio de la lámpara maravillosa andaba a la escucha y de una semana a la otra se instauró el estado de alarma y como consecuencia se establece el "deseado" trabajo en nuestra vivienda habitual.

Las primeras semanas, la primera impresión era de liviandad? no madrugábamos tanto, podíamos realizar videoconferencias con ropa cómoda, pasábamos más tiempo con nuestra familia, nos organizábamos el día como mejor nos convenía y al jefe y a los compañeros "incómodos" los veíamos únicamente a través de la pantalla. Ciertamente todo resultaban ganancias y ya muchos ansiaban ser candidatos para continuar teletrabajando en sus empresas una vez se reanudara la normalidad.

Pasaron los días y empezó a abrumarnos el hecho de llevar continuamente el ordenador "a cuestas", las tareas se multiplicaban y parece que en casa el tiempo se dividía.

Por un lado estaban los niños, por otro las labores domésticas?siempre algún pretexto que obligaba a detener nuestro trabajo con la evidente pérdida de concentración que eso acarreaba. Los resultados creo que son más que conocidos; teletrabajábamos muchísimas horas al día y el nivel de autoexigencia hacía que no consiguiéramos cerrar el ordenador hasta completar todo lo pendiente, en múltiples ocasiones hasta ya bien entrada la tarde.

Sin embargo, intuyo que lo más complicado no fuese el exceso de horas que invertíamos al día en acabar nuestro trabajo, lo más incómodo lo relaciono con la dificultad para "desconectar". Está claro que psicológicamente es muy importante limitar los espacios y no todos disponemos de un despacho para trabajar. En ocasiones padres e hijos compartían el salón, donde todos teletrabajaban o "teleestudiaban", un estancia de la casa, que pocas horas después se convertía en comedor o lugar de juegos. Esto se traducía en una dificultad añadida para relajarnos ya que, de algún modo, nos manteníamos todo el día en estado de alerta, todo el día "activados", recibiendo y contestando correos o acudiendo a alguna videollamada de última hora.

Otra reflexión interesante y hasta impactante surgió más tarde, al plantearse la necesidad en muchos hogares, de desconectar de la propia familia?es evidente que 24 horas al día durante semanas compartiendo unos pocos metros, aunque sea con nuestros seres más queridos, producía una tensión añadida.

Nuestros defectos se intensificaban y empezaban a saltar "chispas". Pasados varios días, nos prestábamos con ilusión para ir al supermercado o a por las pastillas de la abuela, aprovechando también la ocasión para entablar cualquier conversación banal con aquel vecino que hasta el momento solíamos evitar.

Llegó la fase 0 y con ella la oportunidad de salir para hacer deporte o caminar, pues bien, todos a la calle para airearse, hacer jogging o lo que hiciera falta; cualquier excusa era perfecta para soltar el ordenador.

Más tarde, ya en la fase 1 y 2, en las reuniones de amigos y familiares se escuchaba la misma retahíla "estoy harto del teletrabajo" o "desde casa se trabaja mucho más" y la más frecuente "he subido 2 kilos desde que teletrabajo".

Esta semana llegan "los encuentros en la tercera fase" tal y como en la peli de Spielberg , me parece de ciencia-ficción que muchos, como aquellos amigos que hace unos meses encontraban la panacea en el teletrabajo, hoy se presenten voluntarios para volver de nuevo a su puesto de manera presencial y recuperar la "normalidad", quizá a la búsqueda del café de la mañana, de las conversaciones a medias en el ascensor , de las reuniones acaloradas con el jefe o de algún pequeño desencuentro con aquel compañero " incómodo"... todo vale si se presenta la ocasión para, por fin, echar de menos a la familia y nuestra casa algunas horas al día.

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