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Javier Cuervo

Artículos de broma

Javier Cuervo

Cacahuetes con chocolate

Los miembros de la primera generación de comedores de Conguitos (1961) leíamos chistes de exploradores con salacot cocinados en olla por caníbales. Entonces, los países africanos lograban su independencia, pero las ficciones conservaban el colonialismo. El principal supremacismo de la ficción eran los fascinantes cómics, novelas, películas y telefilmes de Tarzán, el rey blanco de una selva en la que los gorilas y las fieras estaban por encima de los negros. Miles de imitaciones habían convertido este personaje pulp de 1912 en un género. Las ficciones son colonizadoras intelectuales, pero sabemos distanciarnos de ellas y no nos pasa como a Don Quijote.

En aquel contexto, los Conguitos eran negros de ese tipo de racismo blando, pero siempre han sido ricos cacahuetes bañados en chocolate y comerlos no era un simbólico canibalismo inverso. Llevamos décadas sin Tarzán después de comer y, adivina, Sidney Poitier vino a cenar. El fondo racista de los conguitos queda en nada en el actual entorno destarzanado donde las personas negras han dejado de ser ficticios salvajes selváticos y son vecinos reales ibéricos.

A los conguitos les han quitado la lanza y el cachondeo de "merienda de negros", pero se les reprocha que sean tan redondos (porque representan un cuerpo hecho con dos cacahuetes) y asexuados (pero si los sexuaran sería peor y con más estereotipo racista). De cacahuete racializado les quedan el bembo y el nombre de evocación bantú, así que el fabricante tiene fácil corregir, si quiere, su incorrección política. Hay que ser racista para identificar, ahora, seriamente, a una persona negra con un monigote formado por dos cacahuetes chocolateados. Incluso para denunciarlo. El racismo que preocupa hoy no está en una bolsa de chuches.

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