Nadie puede vivir sin oxígeno. Permítanme esta perogrullada veraniega. El calor asfixiante requiere columnas ligeras, ágiles, liberadas de metafísica y argumentario tórrido. Si dijera «refrescantes» resultaría hiperbólico. Un columnista difícilmente refrigera. Más bien al contrario, agita la indignación de las personas lectoras, mejor todavía si esto supone encender hogueras o antorchas, principio básico de toda revolución. La gente vive anestesiada. A lo sumo se enciende uno el móvil, el pitillo o el televisor. El estío no favorece ninguna sublevación, como se constata en esa apatía con que se digieren corruptelas monárquicas. No hay toma de la Bastilla a la vista. De sombrilla sí, pero ésta es otra historia.

Los patriotas deben andar escasos de orgullo patrio. Hay que ser muy merluzo para defender aquello de «todo por la patria». La Constitución Española deviene un texto amarillento, apolillado, de ciencia ficción. Si el jefe del Estado es el rey, como se dice, pinta mal. Hay que repensar otros conceptos ajustados a tanta ignominia. Un «emérito» es quien se retira y disfruta de algún premio por sus buenos servicios. El nuestro es un rey «demérito». El de antes y el de ahora. Nunca suman, siempre restan o dividen. Si esto es así, la sacrosanta Constitución debería considerarse papel mojado. La rúbrica Borbón desacredita su validez. A la gente carca le gusta mentarla como si fueran las Tablas de la Ley. Podríamos buscar otros aires constitucionalistas recuperando la republicana de 1931. Su corta vida bien merece otra oportunidad. A fin de cuentas la cosa es cambiar un texto muerto por otro vivo. A rey muerto, con perdón, rey puesto. Nunca mejor dicho.

La República dio protagonismo a las mujeres, siempre oprimidas por el patriarcado pero más todavía en contextos conservadores y fascistas. Se acordarán de Sofía de Grecia, la reina vitalicia «ejemplar». Fue todo un ejemplo, para mal. Resignada, sin verbo, apocada, sonrisa gélida petrificada en una expresión tristona, sufrida, el ornamento femenino de una institución vetusta. Sofía es la imagen de muchas sofías. La familia, ¡ah! Tengo algunas conocidas sofía. Soportan a sus maridos ufanos y lerdos, defienden esa rígida institución familiar por encima de su propia dignidad. Como quien defiende la Constitución. Una existencia de renuncia y amargura disfrazada de mérito. O de demérito, según se mire. La realidad se impone. Desvela que el demérito fundamenta el inmoral e indigno universo monárquico. Se ha caído su propio argumentario. El asunto tiene mérito. O demérito.