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Alfons Garcia

Humanos de algún lugar

Ahora que el desánimo vuelve a ganar almas, viene bien un poco de esperanza. Uno de los mejores rincones para reconciliarse con la humanidad es Humans of New York, un proyecto digital en el que el fotógrafo Brandon Stanton recoge desde 2010 historias encontradas en las calles de la gran ciudad. El éxito ha propiciado la aparición de unas cuantas Humans of€ en otras urbes. Siempre encuentras experiencias emocionantes. Una de las últimas es la de una madre soltera que hace unos años perdió a su bebé de seis meses por muerte súbita. No pudo pagar una lápida con su nombre (Elijah). Una pequeña cruz anónima de madera fue lo único que quedó, así que la madre no podía encontrar al hijo en el cementerio. «Era como haberlo perdido por completo. Durante años me sentí culpable por ello», relata. Hace unos meses recibió la llamada de un periodista local. Peparaba un reportaje sobre un oficial de policía que recaudaba fondos para pagar una lápida a un bebé cuya muerte había atendido años atrás. Ese niño era Elijah. El policía no había podido olvidar aquel caso y había visitado durante años la tumba. Cada Navidad, cada aniversario de la muerte, cada cumpleaños. Elijah no había sido abandonado.

Pongo la radio y encuentro una historia digna de un Humans of... algún lugar. Una niña riojana fue abandonada en el arcén de una carretera junto a su perro. Los guardias civiles la encontraron abrazada al animal junto a los coches que pasaban a toda velocidad. El amigo de la madre los había dejado allí tras quedarse sin gasolina en el coche. La niña y el perro fueron entregados sanos y salvos a la madre. La pequeña llegó tocando la sirena del coche patrulla.

Cuando llegan estos días de fin de ciclo, se hace más urgente creer en el ser humano. Y ahora que la incertidumbre cunde, más. Al fin y al cabo, la historia de Europa (y de la civilización occidental) desde Grecia es una lucha por la esperanza y el progreso frente al inmovilismo y la barbarie. Una batalla sin fin para que el odio no impere. Somos eternos soldados de Salamina.

Cuando llegan estos días, es difícil no mirar atrás y ajustar cuentas. Después de todo lo pasado desde aquel 10 de marzo que se suspendieron las Fallas por un virus que aún era una amenaza más que un enemigo, creo que el Consell sale vivo de la pandemia. Al menos, hasta la fecha. Y la sombra de Ximo Puig ha crecido. Hace cinco años, él y Mónica Oltra podían discutirse notoriedad pública. La potencia institucional y la voluntad de hacerse presente ante la sociedad en las duras y las maduras han ensanchado la figura del president. Ello ha ido parejo a un distanciamiento personal entre ambos que ha enfriado la vida interna del Consell. Ambos saben que el futuro es compartido o no es (sean ellos u otros los rostros de sus partidos). Algo deberían hacer.

En estos días es fácil desorientarse. El Botànic debe aclarar si estamos en un tiempo nuevo, tan complejo que lo mejor es afrontarlo con la mayor unidad de derecha e izquierda, o si lo que corresponde es hacer valer la línea de acción política del tripartito y desechar alianzas salvo que no sean previa sumisión al proyecto botánico. Ahora se ven dos maneras de entender la nueva política entre los partidos del Gobierno: el PSPV por un lado y Compromís y Unides Podem, por otro. Y Ciudadanos esperando sobre la bisagra. La incógnita es si el Botànic puede liderar un proyecto de gobierno de espectro político más amplio frente a la emergencia o si su oferta es de repliegue.

El futuro nos ha atropellado en estos meses. A mí me dio una bofetada el otro día. Mientras esperaba en un semáforo, cruzaron por delante más de media docena de patines eléctricos en sentidos opuestos. Por unos segundos fue una película de ciencia ficción, con gentes cubiertas por mascarillas que se movían veloces en unas máquinas frágiles. Mientras, los que estaban parados hacían por mantenerse a distancia unos de otros y se miraban de reojo. Sin sonrisas. Demasiado extraño. Demasiado rápido. Esto no es normalidad.

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