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A vuelapluma

Alfons Garcia

Adiós a las líneas rojas

El desayuno de estos días deja en el paladar el regusto de una Francia puritana, que mide los escotes para entrar en los grandes museos, y la angustia de observar cómo el despotismo (este, religioso) lleva a la horca en Irán a un deportista olímpico por ser crítico con el régimen. Un presidente negacionista en la gran potencia planetaria, un primer ministro del viejo imperio británico sin palabra y un rey que se evade en un emirato poco democrático son otras expresiones de este extraño 2020. Nada tan inquietante como un mundo que encara los próximos meses sin saber hacia dónde va: más restricciones o menos. Tranquiliza la experiencia acumulada sobre la covid-19, pero nadie sabe aún cuándo se irá de nuestras vidas. No hay certidumbres. Hay menos que nunca, mejor dicho. Vuelve la corrupción. Pero en versión diferente. De la económicaa los indicios fundados de un fétido estercolero institucional. El paisaje que deja del país que habitamos hasta hace dos cafés es desolador. Y desalentador. Si las presunciones se confirman, como una sentencia en 2018 certificó la corrupción económica del PP, tenemos a un partido de gobierno que, a través de una trama de empresas (Gürtel) que accedía a contratos públicos se lucró para beneficio personal de algunos y para doparse en las campañas electorales, con el objetivo de perpetuarse en el poder. Y un partido que utilizó un escuadrón de presuntos servidores del Estado (más de 70 policías) para espiar e intentar tapar esa corrupción cuando empezaba a emerger.

De novela de John Le Carré. Lo de El reino se queda corto. Más bien se acerca al ambiente podrido y asfixiante de El colapso, aunque el motivo argumental de esta serie sea una crisis medioambiental. La corrupción suena diferente también porque ya no se oye hablar de líneas rojas. Los gestos de Alberto Fabra son pasado. Después de alguna absolución (pocas, más allá del caso del Palau de les Artes) y de varios archivos que, es verdad, llegan cuando se han llevado por delante la carrera de algunos políticos del PP, la actitud no es la de pedir perdón, sino plantar cara. Algunos analistas hablan de nuevas siglas, de huir de la sede de Génova y de refundación, pero no lo creo. Las siglas hace tiempo que no se exhiben: están, pero en los rincones. La refundación fue algo que Isabel Bonig ya deslizó por estas latitudes y olvidó pronto. El ánimo es otro. Tampoco la izquierda se da prisa hoy en apartar a cargos, aunque las revelaciones enrojecen a quien quiera poner en una misma balanza las ayudas al valenciano del Gobierno de Ximo Puig y lo que sale de las cocinas de Kitchen. Como una baratija de bazar al lado de un rubí.

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