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Mercedes gallego

Maneras de vivir

   Dejó escrito Kapuscinski que para ser buen periodista hay que ser buena persona, una máxima que yo hago extensiva al resto de oficios y profesiones y una cualidad, la bondad, que no el buenismo, que desde hace tiempo valoro por encima de la inteligencia desmedida, el éxito profesional o la belleza de cuna, por citar solo algunos de los parámetros por los que acostumbramos a medir a nuestros semejantes.

Me cuesta imaginar, aunque los habrá, que una mala persona pueda ser un médico eminente (fíjense que hasta el doctor House tenía su corazoncito), como no me entra en la cabeza que un excelente profesor pueda encerrar en su interior a un ser abyecto o que un buen político se dedique de verdad a la cosa pública sin que en algún rincón atesore un puñado de buenos sentimientos. Y así pasando por mecánicos, taxistas, vigilantes jurados, camareros y hasta porteros de noche.

Por eso, siguiendo aquello de que por sus obras los conoceréis, uno de los seres humanos de cuya calidad humana no tengo dudas se llama Vicente Espadas y es el artífice de que Alicante haya sorteado el apagón cinematográfico al que nos ha abocado esta maldita pandemia.

Un pequeño exhibidor al que ha hecho grande su decisión de mantener abiertas, contra viento y marea, tres salas situadas en el corazón de la ciudad que todos los que vivimos en ella deberíamos llevar en el nuestro. Quienes amamos el cine y los que no. Porque con su determinación de no bajar persiana, lejos de la política que han seguido las grandes cadenas, este empresario ha hecho mucho más que mantener un servicio que debería ser considerado esencial: nos ha permitido que podamos seguir soñando, arropados por la oscuridad de la sala y ante la gran pantalla, cuando más cuesta conciliar el sueño afuera.  

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