Opinión
Parte de guerra II: de los salvoconductos o las vacunas
La tropa está desmoralizada. El tiempo no ayuda. La lluvia, el frío, la oscuridad de esta tierra hacen que nuestros soldados se instalen en la tristeza, esa que es parte de ellos desde hace ya casi un año. Los vemos agotados, exhaustos, nos imploran ayuda y estrategias claras, y es que están dándose cuenta de que ellos serán los últimos en poder abandonar el frente. Son conscientes de que los altos mandos, la jefatura, están “salvando” a todos aquellos que tienen que ver con el poder. Aquellos que ocupan algún cargo cercano a las altas esferas, familiares de estos y de aquellos, algunos sindicalistas, los que fueron y son poderes vivos, aparecen, de repente, con un salvoconducto que les libra de la guerra, que les devuelve sanos y salvos a sus casas, a sus familias, a vivir lejos de esta guerra porque ya son inmunes a la muerte, a la lucha.
Les han librado de la angustia de enfrentarse a este enemigo que cada vez se hace más fuerte ante la parálisis de quienes están encargados, por el poder que se les ha otorgado, de luchar con todas las armas posibles. Armas que dan sin ningún tipo de reparo a aquellos que les conviene, saltándose todas las normas, engañando y mintiendo para conseguir lo que a los demás les está vetado. Dejando por tanto a merced de la muerte a los más vulnerables, los ancianos, los que han luchado ya en millones de guerras, grandes y pequeñas, y que merecen, al menos, poder disfrutar de sus últimos años en paz. Y lo hacen sin vergüenza porque no la tienen, y se disculpan y tratan de confundirse entre los que sí necesitan ese salvoconducto, mezclándose con ellos, para aprovechar y escapar del campo de batalla. Porque cada salvoconducto del que se apropian estos indecentes, es uno menos para salvar de la muerte, de las heridas, a uno de los ancianos que siguen ahí, luchando como pueden, a veces sin esperanza y ya sin fuerzas. Porque cada salvoconducto que roban estos sinvergüenzas priva también a nuestros soldados, los que están defendiéndonos a todos, a pecho descubierto, de la posibilidad de enfrentarse al enemigo sin miedo, como llevan haciendo desde hace ya, casi un año, en esta guerra que parece no tener fin. Y es entonces cuando nos dicen que ya no quieren aplausos, ni vítores, sólo piden lo mismo que el resto de la tropa. Pedimos todos justicia. Justicia para los que roban, para los que mienten, para los que engañan una y otra vez en los partes teledirigidos desde el poder. Sólo piden que alguien, quien sea, les devuelva la esperanza. Esa que han perdido, día tras día, mes tras mes… Y pronto, año tras año.
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