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A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

Hay luces que nunca se apagan

Hay luces que nunca se apagan

Miedo. El miedo me despierta por las noches. Miedo por mis mayores. Vivir en estos tiempos es un laberinto de fortuna, sobre todo si tienes unas determinadas condiciones de edad, alojamiento y enfermedades previas. Cuesta imaginar cómo ha de ser pasar los días en esas circunstancias. Mi miedo es imaginario. El otro debe de ser tan real como el dolor. Cuesta entender que personas con enfermedades crónicas graves continúen a la espera de una vacuna. Mientras, por la lista de la salvación van pasando profesiones que conllevan el contacto público. La razón dice que ha de ser así para frenar las posibilidades de expansión del virus. Pura matemática epidemiológica. Pero el miedo no entiende de razones. El miedo es un arma cargada de peligro. La jerarquía a la hora de vacunar es razonable; la lentitud, no. Cualquier demora a la hora de inyectar no tendrá justificación. Y deberá tener consecuencias. El miedo es un sentimiento peligroso.

Nostalgia. Leo a Jorge Martí. Escribe desde un frío muy cercano. Recuerda en una red social al adolescente el día que con un grupo de amigos pisó Espiral, aquella escuela sentimental de los años ochenta. Recuerda canciones que sonaban mientras seguían el ritmo con los pies, en los márgenes del lugar y de la vida. Talking Heads, The Cure... Así hasta The Smiths y There’s a light that never goes out. Ya no pudieron parar. Fue el salto a otro estadio vital, a vivir la vida desde el centro de la pista, no siempre con éxito, porque de eso se trata. La nostalgia de Jorge es mi nostalgia. Podría añadir otros lugares, otras músicas. El momento del Alive and Kicking de Simple Minds, aquel videoclip de dibujos animados que proyectaban en la pared desnuda: Take on me. Los susurros de Close to Me. El final de la alegría siempre será para mí The Waterboys y The Whole of the Moon: las trompetas rompiendo la noche mientras unos fuegos artificiales atruenan de fondo. No existía el frío ni el dolor al salir, mientras los oídos seguían sordos, ajenos al rumor de la calle. Jorge (La Habitación Roja) publica en unos días 1986 desde el frío mientras ve a su hija con la edad de aquel joven. Dice el sociólogo Antonio Ariño que somos lo que nos gusta y, sobre todo, lo que no nos gusta. Nos gusta lo que nos construyó. Supongo que la vejez es cuando conectas la radio o caminas por el parque y, de lo que oyes, es más lo que no te gusta que lo que sí. Cuando has de buscar dentro, tan adentro, lo que te gusta, porque fuera empiezas a sentirte un extraño. El rap o cualquiera de sus variantes híbridas me dejan frío, no entiendo el afán por lo despectivo, pero la cárcel es la peor respuesta contra el insulto. Solo genera más.

Imposible. Leído en Erri de Luca: imposible es la definición de un acontecimiento hasta el momento antes de que suceda. Imposible era esto. Imposible era un mundo encerrado, cubierto por un manto de miedo. Imposible era Trump. Imposible era el asalto al Capitolio. Pero imposible era también la Luna. Imposible acaba en un desierto inmenso, lleno de posibilidades. Imposible es una palabra imposible porque no hay imposibles. Para lo malo y para lo bueno. Así que no es cuestión de resistir, es cuestión de no dejar de soñar. No hay arma más poderosa contra el miedo que los sueños, esas luces que nunca se apagan.

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