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Un cartel aconseja mantener la distancia social. EFE

Sespués de casi un año de distancia social, de desconfianza, de miedo a aproximarnos incluso a nuestros seres queridos… después de tanto tiempo sin interacción con los otros a nivel epidérmico… después de haber vivido en nuestra propia piel esta carencia de caricias y después de esta enorme falta de comunicación, me pregunto: ¿nos habremos acostumbrado a esta forma de vivir tan fría y casi hostil?, ¿acaso estábamos habituados a tocarnos, a sentir nuestro calor, a abrazarnos, a sentir al otro?

Claude Steiner, psicoterapeuta estadounidense, formuló una interesante teoría llamada “economía de caricias”. Steiner plantea que el desarrollo intelectual y emocional del ser humano depende, en gran parte, de la abundancia o escasez de los signos de afecto que recibe a lo largo de su vida, sobre todo en su más tierna infancia. Diversas investigaciones demuestran que la falta de cariño en los recién nacidos produce un importante retraso en su desarrollo. Un bebé necesita besos, caricias, gestos, voces, ternura, cuidados,… casi en la misma medida que el alimento y la higiene adecuada. Realmente un bebé crece más sano si es amado por sus progenitores.

Steiner sugería que “el apetito de caricias es similar al apetito de comida”. Por supuesto, esta teoría se hace extensible a los niños y a los adultos. Todos somos mamíferos, somos seres sociales y necesitamos caricias en el más amplio sentido de la palabra: dulzura, miradas cómplices, palabras amables, halagos, gratitud, contacto, cercanía… incluso disciplina entendida como la imposición de límites razonables. Todas estas formas de amor, muestran presencia, muestran empatía para con el otro. Resulta muy gráfico observar como los niños y los adolescentes se rebelan ante sus padres y sus profesores; se “hacen notar” realizando un llamamiento camuflado, solicitando cariño a escondidas, suplicando ser vistos. Decía Mario Benedetti “la atención es la caricia más hermosa”. Sin duda muchos conflictos en casa se resolverían escuchando y, comenzando o finalizando la conversación con un abrazo sentido, un abrazo de corazón a corazón.

En esta sociedad acelerada y desensibilizada no debemos menospreciar el poder del cariño. Intuyo que no solo sufre la persona que no recibe caricias, sino también aquella que no las expresa. Reconocemos claramente que las personas que no manifiestan sus emociones se muestran más infelices y se sienten más aisladas. Esa sensación de vacío emocional y sensorial puede resultar incluso más angustioso que cualquier dolor físico.

Resulta curioso además, que la falta de amor sea la principal causa de las enfermedades psicológicas del siglo XXI tales como la ansiedad y la depresión. Necesitamos comunicarnos, necesitamos menos relaciones virtuales y más relaciones reales. Sin embargo, ante este deseo de “mimos” podemos confundirnos y podemos estar dispuestos a recibir “caricias negativas”. Es posible que escojamos sufrir, escojamos mantener relaciones tóxicas. Ante ese vacío, llega el peligro de mendigar estímulos aunque los sepamos perjudiciales. Dicho de otro modo, en muchas ocasiones preferimos el desprecio a la indiferencia, o las malas palabras a la ausencia de ellas.

En esta época Covid donde el “desapego” se nos ha impuesto, busquemos la oportunidad de apegarnos a nosotros mismos. Cultivemos la amabilidad, dedicándonos frases tiernas y tiempo de autocuidado. Tampoco renunciemos a acariciar a los demás con nuestras palabras, con nuestras miradas, con nuestra escucha. Toca reinventarse para seguir conectados con nosotros mismos y con los otros. Probemos a aprovechar esta crisis de contacto físico para “acercarnos” un poco más y de esta manera ser fieles a nuestra especie como seres humanos.

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