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Alberto Soldado

La confusión de confusiones

¿Quién decide lo que es ético y lo que no es? Recuerdo que un político valenciano contestó a esa pregunta con una sentencia: «Es ético lo que es legal»

En la dichosa pandemia todo es confusión, falta de orden y claridad, perplejidad, desasosiego y errores. Mientras los grandes medios miden diariamente índice de contagios, alimentan esperanzas y anuncian avances y retrocesos, el mundo asiste indiferente a un cambio radical en el orden de las prioridades éticas y morales. Aquello que antes parecía ofrecernos caminos de seguridad se viene abajo para gozo de Nietzsche, si le diera por resucitar. El filósofo alemán ya aspiraba a una raza gobernante internacional, «una nueva aristocracia basada en la más severa autodisciplina en la que la voluntad de los hombres de poder filosófico y de los artistas tiranos sea impresa sobre miles de años…». El concepto del bien y del mal, de lo moral y lo inmoral es destrozado por el filósofo en el que tanto se inspiró la política de los nazis alemanes.

Así es que tampoco es nuevo este tiempo que vivimos en el que, por ejemplo, se ensalza en titulares el experimento de crear un ser nuevo con embriones de humanos y chimpancés y que, según se publica, «permitirá crear órganos para trasplantes y curar enfermedades». Dirige el experimento un científico español, de Hellín: Juan Carlos Izpisúa. Algunos, inspirados en concepciones influidas por algo tan viejo, casposo y opresor para la libertad del hombre como el cristianismo, afirman que se salta todas las reglas de la bioética. Pero, seamos serios, ¿quién decide lo que es ético y lo que no es? Recuerdo que un político valenciano contestó a esa pregunta con una sentencia: «Es ético lo que es legal». Es ético, por tanto, lo que aprueba un parlamento. Puede un congreso elegido por el pueblo aprobar la pena de muerte entre aplausos entusiastas, considerarlo un derecho y en el momento de ejecutar esa pena hacerlo sin cargo de conciencia alguna. Es algo ético porque es legal. Incluso cuando el condenado a muerte sea el ser más inocente que ustedes puedan imaginar. Lo ha aprobado democráticamente la mayoría. Y punto.

En el caso de esta experimentación con humanos y chimpancés hay argumentos a favor del bien universal, que no otra cosa perseguía el doctor Mengele, ya saben, el doctor nazi, en su especial sensibilidad: podremos crear órganos que sustituirán a otros dañados. Páncreas para acabar con la diabetes, por ejemplo. Todo eso lo ha hecho un cerebro español, de Albacete, según aparece en el papel del Registro Civil de Hellín. Sus genes, porque aquí hay que hablar en términos puramente científicos, su privilegiado cerebro, sólo comparable al de aquel niño aplicado, sensible, amante del arte y de la música que fue el doctor Mengele, procede, según su apellido, de la zona de Gernika y Lekeitio, en las montañas vizcaínas cercanas a la mar cantábrica que baña el norte de la península Ibérica. Según parece, sus experimentos con humanos y chimpancés, o con cerdos, no deben ser cuestionados desde la perspectiva cristiana. Aquellos que tienen reparos, aquellos que piensen que las jerarquías que velan por la verdad no permitirían que el hombre juegue a ser Dios, queden tranquilos, no cavilen: estas investigaciones, según leo, cuentan con financiación de la Universidad Católica de Murcia. ¿Cómo vamos a aclararnos con la pandemia, cómo no vamos a confundirnos, si los que atesoran la palabra de la verdad no se aclaran?

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