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Trazo negro sobre blanco con perfume al fondo

Los libros empiezan cuando te eligen para que los leas, cuando te llaman, estén donde estén

Librería Lello en Oporto.

Aunque adoro su fragancia, he de confesar que a lo largo de mi vida he crecido embriagada más por el perfume de los libros que por el de las rosas. De hecho, supongo que si ustedes están leyendo estas líneas es porque, como yo, adoran la magia que se genera a partir de ese trazo negro sobre blanco del cual surgen miles de historias, en cualquier idioma, de cualquier lugar, sobre quienes somos y nuestra existencia.

No recuerdo un solo día de mi vida sin leer. Lo tengo fácil, trabajo en un periódico, dirán ustedes. Pues sí, tienen razón. Y eso me proporciona una ventana a una diversidad de historias sin igual y, también, a estar rodeada de ese aroma inclasificable del papel de rotativo, entre seco y áspero, ese papel que a través de los siglos ha sido el soporte para contar en mil formatos nuestra la historia cotidiana.

El olor al periódico recién abierto junto al café humeante; el de un librería repleta de volúmenes nuevos y aspirar el aroma que desprenden; el perfume de las viejas hojas amarillentas de los libros antiguos, de los legajos, de aquellos que manchan los dedos de tinta. Hay quien piensa que los libros empiezan y acaban en lo que pueden palpar las manos, pero no es así. Los libros empiezan cuando ellos te eligen para que los leas, cuando te llaman, estén donde estén. Los libros empiezan en el momento en que los abres, los hueles, te sumerges y sufres, lloras o ríes. Y nunca acaban, porque permanecen dentro de ti siempre y, a veces, toda la vida. ¿Quién no recuerda ese libro que todavía ahora le hace estremecerse con solo recordarlo?

Cuando esta columna se publique habrá finalizado Sant Jordi pero les animo a que leanplane cada día, en todos los idiomas posibles, de autoras y de autores consolidados y jóvenes, en el formato que deseen, pero lean. Leamos. Nos hace ser mejores. Sin duda.

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