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Tonino Guitian

¿Prostitutas o mercenarios?

Resulta inútil afirmar la existencia de unos derechos cuyo ejercicio no hay posibilidad de garantizar

El infortunado personaje del conde de Montecristo fue inspirado a Alejandro Dumas por su abuelo, Thomas-Alexandre, el diablo negro. Fue el primer general mulato de Europa y sirvió bajo las órdenes de Napoleón durante sus campañas.

Todas las reflexiones sobre la justicia que Dumas vuelca en su novela parecen centrarse en las palabras que Napoleón dirigió a su abuelo después de la batalla de Wagram: «Géneral, vous étiez de ces imbéciles qui croyaient à la liberté?» [«General, ¿es usted de esos imbéciles que creen en la libertad?»]. Y es que el principio de la igualdad de derechos de la Revolución Francesa no se aplicó en sus colonias hasta la mitad del siglo XX. Los colonos, según una expresión del poeta y político martiniqués Aimé Césaire, no eran hombres a parte completa como el resto de ciudadanos, sino hombres completamente aparte.

¿Es usted de esos imbéciles que creen en esa libertad que enarbola la presidenta de la Comunidad de Madrid? A los valencianos nos pitan aún en los oídos los lemas creados en honor a esa grandeza de miras abstracta: desde destacarnos en el mundo con las carreras de F1 hasta el de «agua para todos». Ninguno de estos lemas, en su estricta literalidad, hacía referencia directa a ideas políticas o a alusiones ideológicas. Sirvieron para recabar los votos necesarios para obtener mayoría en las urnas.

La ambigüedad de los términos como libertad o igualdad es flagrante en el mundo moderno. Resulta inútil afirmar la existencia de unos derechos cuyo ejercicio no hay posibilidad de garantizar. ¿De qué sirve discutir el derecho teórico de una persona a la salud o a la educación? La verdadera cuestión es la de encontrar los medios para procurársela. En ese debate es mejor invitar directamente al médico o al maestro antes que a profesionales de la metafísica que analizan hasta el lenguaje no verbal como si fuera material de información.

Los marxistas propusieron distinguir las libertades formales de las libertades reales. Las formales son las que las sociedades capitalistas proclaman sin buscar darles un contenido real. Las libertades reales, por el contrario, son las que se aseguran en los países comunistas, donde la explotación del hombre por el hombre acabó porque el gobierno es quien se encarga de ello. Pero hoy podemos beneficiarnos de ambas formas de explotación bajo cualquier sistema. ¡Gracias, economía global!

La libertad que se pide en España no es un problema que se pueda encontrar en Europa fácilmente, sino en algunos países africanos, asiáticos o latinoamericanos. Yo he vivido en Madrid con la mayor libertad del mundo. Pero eso fue cuando salía en la televisión y mi renta me permitía existir desahogadamente. Cuando me levantaba a las siete para coger un metro infecto por un sueldo miserable, la palabra libertad era sinónimo de poder elegir entre eso o la vida bohemia, que es una invitación a ejercer la prostitución física o la de tus ideas. Eso sí, en ninguno de los casos me han faltado la relaxing caña popular de cerveza in Plaza Mayor porque embrutecernos como alivio a nuestra frustración forma parte de la cultura española, ya sea en compañía humana o de un blíster y un vaso de agua.

Cuando Marie-Jeanne Roland subió al cadalso la tarde del 8 de noviembre de 1793, dicen que se giró a la estatua que presidía la plaza de la Revolución -hoy plaza de la Concordia- y dijo su famosa frase: «¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!». Después de bastantes calumnias lanzadas sobre ella, el periódico Le Moniteur indicaba a las mujeres republicanas que quisieran entrar en combate político los límites de sus acciones. Por supuesto, el sufragio universal para ellas no fue un tema que se resolvería en esa primera revolución ni en las siguientes.

Pero Ayuso es una mujer que hoy ejerce el derecho a defender sus planes sin que su sexo sea una cortapisa en su ansia de libertad. Otra cosa es que no tenga vocación de servicio por sus ideales, sino planes de servitud a sus amos económicos. Cuestión para la cual sirven tanto las mujeres como los hombres con alma de actor, siempre que mantengan un juicioso espíritu mercenario.

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