Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Gracia Vinagre

in mente

Gracia Vinagre

Tiempo de silencio

Suena el despertador, la cafetera burbujea, corres para apagarla. Luces que se encienden y se apagan a tu paso. De un salto se abren tus ojos. Llegan los primeros pitidos del móvil. Tras la ventana, el ruido que hace una sociedad que se pone en marcha. El ‘tic tac’ del reloj se siente más que el propio pulso. Las prisas van más deprisa que la vida que realmente vivimos. ¿Te suena? Así pasan nuestros días.

Silencio. Las vacaciones son una frenada en seco. Las prisas se golpean con el círculo rojo del calendario que indica que debemos parar.

Muchos de nosotros estamos de vacaciones. Otros sitios, otra gente, otro ritmo. Nuestra vida cambia de dirección y metemos nuestras expectativas de descanso en una maleta con todo el cuidado del mundo para que lleguen sin arrugas a destino. Comienza nuestro tiempo de silencio. Y ¿para qué queremos ese tiempo de descanso? ¿Nos permitimos realmente parar? ¿O más bien estrenamos otra agenda, la de las vacaciones, para llenarla de cosas que tenemos que hacer? ¿Por qué nos cuesta tanto apretar el botón de pausa?

Porque creemos que somos lo que hacemos. ¿Cuanto más hacemos, más valemos? Nos valoramos a nosotros mismos por lo que aprovechamos el tiempo, por cómo rellenamos los días como si fuera un pavo al que no le cabe ni una uva pasa más. Puede que nos sintamos bien cuando vamos con la lengua fuera, cuando nos disculpamos porque no tenemos tiempo para quedar con alguien. Nos encanta mostrarnos sofocados, ojerosos y descuidados. Nos admiran por ello. No nos permitimos descansar, no vaya a ser que piensen que no somos productivos en nuestros trabajos, en nuestras familias, en nuestra vida. Siempre demostrando que podemos hacer más, demostrándonos lo que valemos cada vez que creemos alargar unos minutos que nunca son suficientes. Vivimos al límite, quizá esté bien visto vivir así. Parar también nos obliga a ser más conscientes de nuestro entorno y de nosotros mismos. Vivir en el minuto siguiente quizá nos libre del presente.

La vida no es el tiempo que tú estiras para llegar a todo lo que tú te has propuesto. ¿Para qué correr tanto, hacer tanto, vivir tan rápido? ¿Lo has pensado? Ahora que tienes ocasión de buscar el silencio a ver qué encuentras, quizá te encuentres.

Cuando paras, la vida se queda contigo, te acompaña y se muestra. El tiempo vuelve a recuperar su forma, un minuto, vuelve a ser un minuto y en un minuto cabe mucha vida.

Tú eres más que lo que haces y lo que tienes. Tú eres tú en lo que sientes y en lo que aportas. Tú eres lo que haces sentir a los demás, lo que recuerdas y lo que compartes. Tú eres también en pausa, descansando, permitiéndote no hacer nada. ¿Por qué no? Cuando te detienes, el paisaje aparece, las ideas se agolpan, nacen, se crean; cuando te detienes, te hablas y te escuchas para comprobar si donde estás es donde quieres estar. Cuando te detienes te encuentras contigo mismo y tienes tiempo para invitarte a un café y a partir de ahí puedes recolocar tantas cosas o dejar el mismo decorado, lo que tú elijas porque habrás elegido con calma, sin prisas, meditadamente.

Con el ruido nos desorientamos y perdemos nuestro rumbo. Con la calma, podemos comprobar el mapa de nuestra vida para decidir hacia donde dirigirnos. Las prisas nos mueven, como el viento mueve una hoja que se deja llevar. Tu rumbo te pertenece. Es un acto de responsabilidad hacia ti mismo. Mientras haces, te dejas para después; cuando te permites ser, llegas a tu lugar.

Compartir el artículo

stats