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La sección

Tonino Guitian

‘Traduttore, traditore’

Varias personas esperan a desembarcar del avión del Ejército español tras su evacuación de Afganistán Ejército español

Agosto es mes de revelaciones. En él hemos tomado plena consciencia de que nuestro estado físico ha entrado en decadencia o que la naturaleza ventajosa y los gimnasios nos permiten impartir improvisadas palizas en grupo. Consciencia de nuestra capacidad de obviar la realidad para seguir viviendo o de que nuestro destino esté más en manos del capricho de las divinidades que de nuestro propio esfuerzo.

Entre las revelaciones de este mes, me ha fascinado la oposición del partido político más cachondo del Congreso a recibir refugiados afganos. «Deberían acogerlos países musulmanes», dicen. La solución obvia las piruetas que dio Aznar para que nuestro país colaborara con la coalición británico-americana ante la ONU para combatir el fantasma del terrorismo internacional. Pero hay algo mucho más profundo en esta nueva simpleza: el interés de los nacionalismos en cultivar a sus ciudadanos mediante los procedimientos tradicionales que se usan con el ganado, separando, limitando, prohibiendo o estimulando la proliferación y el cruce con otras razas, religiones y lenguas.

¿A nadie le ha parecido extraordinario el número de intérpretes afganos que requirió la intervención internacional? Tener intérpretes confiables es de suma importancia, como revela la exitosa política de alianzas entre grupos resentidos con el imperio azteca propiciada por doña Marina ‘La Malinche’. Pero aún lo fue más la territorialización de la espiritualidad en el Nuevo Mundo a instancias del papa, siguiendo el mandato de Pentecostés consistente en predicar la palabra de Cristo en las lenguas indígenas, no imponiendo primero la lengua y, a través de ella, la fe católica.

Salvando susceptibilidades estratégicas, creo que veinte años de conflicto dan suficiente como para que cada país cree su propia flotilla de intérpretes y hasta una academia. Si el requisito fue que hubieran sido criados en el país, sería entonces más correcta la calificación de espías. Aunque no jugaron un papel tan cinematográfico: los PCRL -Personal Civil de Reclutamiento Local-fueron requeridos como se hace en nuestro país, para librar a las tropas de trabajos como cocinero, chófer y menudencias de la intendencia. No ejecutaron, creo, tareas de descompresión tan necesarias como las de las traductoras rumanas de Emarsa. Pero como no se puede servir a Alá y a Cristo, los traductores son considerados traidores como personal al servicio de los intereses europeos. El traductor siempre traiciona. Eso lo saben bien los sacerdotes, que también son intérpretes, ni más ni menos que de la palabra de Dios en la Tierra.

Si el español no fue estrictamente necesario para el desastre que se llevó a cabo en Afganistán es porque nada sincero nos une con este país. Puro interés. Por eso me choca esa exigencia de pureza religiosa a los colaboradores ocasionales cuyas vidas corren hoy peligro. Más aún cuando la inmigración es generalmente debida a los contratistas de obras y agricultores, a los que no preocupa tanto la fe de sus empleados como que trabajen mucho y cobren menos que los españoles. Triste, pero irónico, cuando gran parte de nuestras tropas en Oriente Medio no estuvieron compuestas mayoritariamente por Pelayos y Cayetanas, sino por latinos inmigrantes que dejaron su vida por tener otra y que, por lo general, son de costumbres mucho más cristianas, sin caer en la tartufa beatería católica española.

Sí que han puesto esta parodia de políticos el dedo en la llaga en una cosa: tanto en España como en Afganistán el principal motor de nuestra hegemonía territorial y lingüística ha sido principalmente el hecho diferencial de la religión. La cuestión del idioma es secundaria, cuando las generaciones pasan de convertir a ‘Spaidermén’ en ‘Espidermán’ porque tienen una visión global del mundo donde quieren integrarse.

«Deberían acogerlos países musulmanes» es quizá la frase más sectaria, desestabilizadora a nivel internacional, insultante hacia las ya bastante incongruentes labores de nuestro ejército en las que tomaron parte y extremista de cuantas se han escuchado en esa tertulia casera en la que se ha convertido el Congreso. Peor aún cuando lo hace un partido que defiende el pensamiento judeocristiano, ese que vincula a las naciones con las lenguas en vez de las lenguas con la gente.

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