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Carabias, a la que llamábamos Pepita

Josefina Carabias, mujer pionera en el periodismo, cronista en las Cortes monárquicas y republicanas, informadora que creó imagen y dejó constancia de que las mujeres tenían sitio en la política y la cultura, convivió con el presidente Manuel Azaña, con el que mantuvo relación cordial. Fue gran admiradora del político y éste le correspondió con idéntica afabilidad. ‘Azaña. Los que le llamábamos don Manuel’, libro de Josefina, ha salido en segunda edición y conviene resaltar la importancia de la obra y, esencialmente, la categoría profesional y humana de la autora.

Josefina, a quien llamábamos Pepita en la redacción del diario ‘Ya’, que es cuando la conocí y cultivé su amistad, nació en Arenas de San Pedro y pese a la oposición familiar logró continuar estudios y fue una de las alumnas de la Residencia de Señoritas, lugar en el que se forjaron las primeras muchachas que llegaron a la universidad y consiguieron licenciaturas.

Pepita se inclinó por el periodismo y pasó por la revista ‘Estampa’ y el diario ‘Ahora’, dirigido por Chaves Nogales. Ambas publicaciones pertenecieron a Vicente Montiel, creador de una gran empresa de la que sus sucesores solo pudieron recuperar ‘Semana’ y el diario deportivo ‘As’.

El matrimonio de Pepita con José Rico Godoy condicionó su vida personal y profesional. Pepita formó parte de la élite del Ateneo de Madrid, fundamento cultural y político de principios del pasado siglo y cultivó amistades muy interesantes y, sobre todo, la del presidente de la sociedad que acabaría siendo presidente de la II República.

José Rico Godoy formó para del grupo civil que estuvo en Jaca en apoyo del pronunciamiento de los capitanes Galán y García Hernández, donde ha quedado de aquel acto, que acabó con la vida de los jóvenes militares proclives a la República, un discretorio monumento que hay que adivinar porque no está a la vista. Es más, en la visita a la Ciudadela, la guía que relata las particularidades militares de la instalación ni siquiera recuerda que allí hubo el levantamiento citado.

Josefina se exilió en Francia donde nació una de sus hijas. En esa instancia, vísperas de la II Guerra Mundial, mantuvo contactos con personalidades republicanas como Juan Negrín. Regresó a España en los años cuarenta y cuando su esposo salió de la cárcel tuvo dificultades para reincorporarse a la profesión periodística. Pasó unos años en que firmó con un seudónimo. Carmen Moreno desapareció cuando se le concedió el Pemio Luca de Tena. En ‘Informaciones’ recuperó firma, pero el periódico, entre otras labores, la mandó a hacer crónicas de fútbol. Con ella formó Eduardo Haro Teglen, a quien dieron trabajo aunque siempre se le tenía en cuenta, a modo de afrenta, que era el hijo del republicano fusilado. Pepita vio el fútbol con ojos de mujer, lo que era gran novedad. Siempre que se habla de pioneras de la información deportiva se la olvida. En mi estantería de libros de gentes queridas está el de Pepita: ‘La mujer en el fútbol’. Lo adquirí en una caseta de la Cuesta de Moyano, en Madrid.

Pepita fue corresponsal en Washington para varios periódicos. Posteriormente fue corresponsal de ‘Ya’ en París. A su regreso se centró en la redacción de este diario, en el que publicaba una columna diaria. Josefina era seguida de tal manera que había lectores que abrían el periódico por la página de su artículo.

En ‘Ya’ tenía un pequeño despacho que servía para que se le consultara sobre temas tan dispares como política internacional y recuerdos de la España perdida el 18 de julio de 1936.

Tuve la fortuna de coincidir con ella varios años. En el diario había una cafetería en la segunda planta a la que acudíamos a tomar el cafetito vespertino. Josefina era un archivo de sabiduría y compartir minutos con ella era proveerse de la Wilkipedia que aún no existía. Personalmente era adorable. Daba lecciones a los más jóvenes sin intentar aparecer como pedagoga. Pero todo en ella era un relato que iba de Azaña a Unamuno, Valle Inclán, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja, Gregorio Marañón o Juan Belmonte. Había vivido con la España que estaba inundando las enciclopedias. Pepita lo era en si misma.

Carabias no pretendía dar doctrina, pero se aproximaba más a quienes creía más próximos. Una tarde, en la barra de la cafetería del ‘Ya’ me hizo una confesión que nunca he olvidado: «Me gusta tomar café contigo porque tú y yo somos los únicos republicanos de la casa».

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