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La sección

Tonino Guitian

Mi cuerpo es mi futuro

Ven ustedes una relación entre el afán de musculación de un presentador tan popular como Pablo Motos y la desaparición de todas las cafeterías de la plaza del Ayuntamiento? Yo sí. No porque yo sea un excéntrico, puerilidad a la que se aferran mis detractores, sino porque mis ejercicios mentales diarios los realizo interesándome también por lo que piensa la gente joven. Antes me apasionaba escuchar a la gente mayor, pero me toca el turno de ser yo el ancianito el que sufre el cambio de haber vivido un pasado lleno de experiencias personales en circunstancias ahora imposibles, de haber ingerido hasta el vómito libros, periódicos y revistas para evitar los dolores de la incomprensión en una época en la que los cambios parecían imposibles.

Las nuevas posibilidades de las técnicas médicas y deportivas, y también sus límites y su utilización, suponen una moral. Yo adelgazo y embellezco gracias a la depresión de mi ánimo y el llanto, no mediante el uso metódico de poleas y pesas ni de la cirugía. Y no porque mi cuerpo y mi cerebro no se merezcan el uno al otro, sino porque nunca he sido partidario de la creación voluntaria de monstruos con cuerpo de Adonis y cabeza de literato.

Padecer desde la infancia una enfermedad degenerativa rara y difícil de explicar fue mi motivo para haber aceptado como normal la degeneración corporal, los padecimientos físicos, la experiencia de ser distinto por dentro pero parecido a los demás por fuera. Es una clave que me acerca mucho más a los que sufren que a los hedonistas y a los idiotas, a quienes envidio abiertamente por la facilidad de entrar en un quirófano o de machacarse los huesos para mejorar su apariencia.

Cuando paseo por ese desierto salpicado de franquicias con pretensiones de foro moderno que es nuestra plaza del Ayuntamiento, no crean que siento nostalgia. Me alegro de haber conocido el bullicio de la cafetería Lauria con sus camareros con corbata o de ser una foto fija color sepia entre la decoración de Barrachina. Pero me es imposible trasladar esa vivencia a interlocutores que no leen este periódico, ni ningún otro, ni ninguna otra cosa, porque han aceptado que sus fuentes de información tienen que ser en soporte audiovisual o no ser.

Mis últimos encuentros verbales con personas más jóvenes que yo empezaban más o menos bien hasta que me tocaba explicar el porqué de las cosas que intentan comprender. Tras unos momentos poseído por el espíritu del abuelo Cebolleta, entiendes que estás discutiendo términos que las insuperables circunstancias de la oferta y la demanda han convertido en una quimera nihilista. Rebajas el tono circunspecto. Te lanzas a una conversación más personal que ambos concluimos con la misma frase: «Tengo que hacer más ejercicio».

Pero mi objetivo gimnástico es una lucha por la supervivencia y el de los jóvenes, no sólo es el de ser aceptados, sino el de no ser rechazados. No sabe que mis compañeros grababan con la punta de un compás en sus pupitres el lema ‘no future’ porque también sentían el aburrimiento, el deseo de estar en otro lugar, en otro presente y que el mañana no tenía gran cosa que ofrecerles. Para ese vacío nihilista sólo hay dos opciones: leer hasta coger el hilo de lo que está pasando y apartarte así de los demás o levantar pesas hasta que la visión de tu torso provoque miradas de asentimiento en el laberinto de deseos en los que nos mueve la juventud. Mientras mi realidad está marcada por la entropía, esa degradación desordenada provocada por la pérdida regular de energía, la suya se contenta con la moderna palabra distopía en momentos álgidos de reflexión sobre el futuro.

Usamos los mismos lenguajes, las mismas palabras. Pero las suyas han sufrido el mismo proceso que los empobrecidos recursos mundiales tras la II Guerra Mundial: se han convertido en sucedáneos bífidos como solución transitoria para remediar la escasez. No podemos sustraernos a la realidad de que ambos, a falta de pan semántico y material, tendremos que usar tortas. Y para los que hemos conocido el pan que nunca volverá, no podemos más que parecer insoportables y anticuados a ojos de los usuarios de la moderna tecnología de la torta. De esas tortas que nos van a llover a todos, y para las que no habrá mochila austríaca ni cuerpo musculado que las contenga.

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