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Martí

"Bibir" es beber con los que viven

Mientras los ‘rialteros’ ponen coto a la igualdad, fraternidad y libertad de las terrazas, se dispara las obras para pisos turísticos

Terrazas Valencia

Sí, ‘bibir’ con b, como escribe el poeta Rafael Soler. Una invitación que sale de su reciente antología Vivir es un asunto personal (Olé). Las estaciones han quedado muy anticuadas. Antes la vuelta al cole marcaba el fin del verano, últimamente el estío se alargaba hasta el Nou d’Octubre, pero en la era pospandémica y del cambio climático puede llegar hasta finales de noviembre. En València puedes comer y beber a la intemperie casi todo el año. «Las terrazas son la vida» me recuerda Alfons Cervera siempre que me pongo pesado con el tema. Pasa que no hagan caso a este juntaletras, pero que gente tan ilustradamente progresista tenga claro que la calle es la constatación más cercana de igualdad, fraternidad y libertad, deja en mal lugar a la municipalidad, todavía atrapada en el bucle de la traición de principios universales. Mientras el gobierno local, autobautizado con nombre escénico nocturno, amaga con plegarse a los designios particulares de grupúsculos desfasados, las calles de Ciutat Vella, Russafa y El Cabanyal han acogido miles de visitantes. Llegados con más ganas que nunca, pues los he visto con esa sonrisa de esperada felicidad, paseando o en bicicleta y disfrutando de nuestro paraíso terrenal, las terrazas. Puede que se imponga de nuevo la frivolidad entre los ‘rialteros’, pero su cruzada contra las terrazas esconde primero un sentido beato de la convivencia y segundo, va contra el crecimiento económico, ya que el turismo es nuestra principal fuente de ingreso, o sea de bienestar.

Turismofobia.

Las obras son para el verano. Entre terraza y terraza ‘valencianeo’ mucho a pie y en bicicleta, así que he comprobado la cantidad de obras en edificios antiguos del centro, en los poblados marítimos y Russafa. La mayoría son rehabilitaciones para pisos turísticos. La pandemia ha reactivado el mercado inmobiliario porque la mayoría de propietarios de pisos antiguos ha vendido, por necesidad, inversión o negocio. Está claro que la oferta se va a multiplicar por dos dígitos. Como siempre la demanda se ha impuesto a la planificación de políticas públicas municipales. Resulta, pues, muy incongruente que un departamento haya dado licencias de obras a destajo al mismo tiempo que otra área consistorial pone freno a la actividad hostelera. Llegados a este punto, sería recomendable que el señor alcalde, ahora que manifiesta sus muchas ganas de acabar el mandato y más allá, coordinará a sus concejales para un relato coherente de sus medidas, siempre que no supongo un gran esfuerzo, por supuesto.

Parques temáticos.

Soy partidario de regular el tráfico (incluido el de los patinetes) y poco más. Pero viendo la cantidad de obras para pisos turísticos y la poca simpatía hacía el sector terciario del ayuntamiento, se avecina un conflicto ciudadano. Aunque tarde, todavía se está a tiempo de ordenar un sector en expansión que ayudará a la recuperación económica. Si continúa la desidia actual, Ciutat Vella, Russafa, El Cabanyal, e incluso Benimaclet acabarán como un parque temático de viviendas turísticas. Y ya sabemos elfinal de aquel boom de aquellas atracciones que nos iban a poner en el mapa. Mítico.

La alarmante plaga de palomas

Con todos mis respetos a las personas con mascota -en muchos casos una compañía terapéutica, en otros solo una moda urbanita-, nunca entendí por qué las fuerzas progresistas se lanzaban sin paracaídas a procesar la fe animalista, cuando queda todavía mucho por hacer para el bienestar de las personas. Desde los griegos, incluso antes, filosofando para alcanzarla dicha humana y sin nadie lo remedia falta poco para una Declaración de los Derechos Animales en la ONU. Postureo del malo, porque el bienestar de los animales no está en la ciudad, sino en la huerta, el campo y la montaña. Por tanto los animalistas deberían ser los primeros en repoblar las zonas rurales, pero la coherencia no se estila. Mientras tanto, mis queridas terrazas de València siguen padeciendo una incontrolable plaga de palomas, esas ratas voladoras que porque culpa de Picasso tienen muy buena prensa. He asistido a escenas cercanas a «Los pájaros» de Hitchcock, o la combaten rápido o la realidad superará la ficción.

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