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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Masa crítica para el arte

Hoy se clausura la segunda edición de Paper, una palabra homógrafa que define el Salón del Arte y la Poesía que organizan por su afecto a la cultura la productora Elca, la editorial Banda Legendaria y la fundación El Secreto de la Filantropía. El encuentro entre literarios y plásticos está siendo un éxito de público justo en el momento en el que, por fin, se han relajado las medidas restrictivas para la sociabilidad. Pero la finalidad de Paper no solo se mide por la afluencia de personal, ni siquiera por la buena calidad del mismo. Esa es una medida que solo ha tenido fortuna en los últimos tiempos entre museos y cargos públicos que deben cuantificar la rentabilidad de sus gastos en datos que valoran como objetivables.

La cultura, en cualquier caso, es un bien tan inasible como incalculable cuya densidad es de carácter espiritual. Cultura es conocimiento y sensibilidad, dos valores que como el aroma y el gusto para el vino se interconectan retroalimentándose. La cultura, el arte y la literatura en concreto, también se someten a las leyes del mercado porque no es posible que todos sus hacedores dependan de los presupuestos públicos ni de las emergencias y favores de la política. Por más que injusto y cruel en muchas ocasiones, el mercado capitalista puede que sea el menos malo de los mecanismos para valorar y jerarquizar la producción creativa. Incluso con todas las excepciones que le queramos interponer.

De ahí que Paper se estructure como una especie de miniferia y no como una exposición y muestra. El Salón reconoce el papel de los productores y distribuidores de cultura, o sea, de galeristas y editoriales, y por eso se ordena en torno a las mismas. Los organizadores ceden sus espacios y capacidad logística para que los participantes puedan ofrecer al público sus obras a la venta. El espacio, Ruzafa Studio, enclavado en el corazón del barrio valenciano, se llena de público, de actividades paralelas que incluyen lecturas poéticas y performances artísticas. La demanda mercantil, sin embargo, es tibia. Hay transacciones de obra de pequeño formato, de libros, bastantes publicaciones de poesía que en otro contexto tendrían más difícil salida… pero se constata que el mercado privado de las artes plásticas en Valencia anda flojo.

Lo anduvo siempre, incluso en tiempos de las promociones de Interarte, y mucho antes, cuando lo agitaban el talento de Joaquín Sorolla y sus coetáneos. Hubo un cierto espejismo en ese periodo de entresiglos, tal vez el mejor para la pintura valenciana tras la época tardogótica, pero ya entonces tenían que movilizarse las instituciones, el Ayuntamiento y, sobre todo, la Diputación para pensionar a los artistas y empujar sus carreras creativas. Décadas después, en los 80 y 90 del siglo XX, al calor de la construcción y el desarrollo de las notarías y las cajas de ahorros hubo otro momento cenital para el arte en Valencia, justo cuando además se inauguraba el IVAM, ese museo más actual –que también reclamó el citado Sorolla para la ciudad– y todos creyeron que la historia cambiaría de signo.

Más de tres décadas después del nacimiento del IVAM lo que se constata es que, hundido el negocio del ladrillo y decoradas todas las paredes donde se escrituraban las compraventas inmobiliarias, resulta muy difícil sostener el mercado del arte solo con las compras del museo y de algún que otro organismo público, y tampoco es lo más conveniente y realista. Han aparecido iniciativas privadas interesantísimas, la encabezada por la fundación Hortensia Herrero, por ejemplo, o la que se ha construido en torno al centro rehabilitado de Bombas Gens, pero estas juegan en otra liga, mucho más robusta e internacional, y no tienen como función ni objetivo la protección de los artistas valencianos desamparados por la falta de coleccionismo local. Otros patricios valencianos del arte contemporáneo, la familia Quilis García, atesora una gran colección multidisciplinar que guarda en Pozuelo de Alarcón porque en Xàtiva sus gobernantes cenutrios no autorizaron crear un museo en los aljibes del castillo.

Pisamos realidad. Visita el estudio de Ruzafa el presidente cameral, José Vicente Morata, y nos recuerda que hay que reactivarse, reconectar Valencia con cuantos más mercados, mejor, pero que hay que saber dónde estamos y hasta dónde podemos llegar, si contamos con masa crítica suficiente en la ciudad y su entorno para soportar económicamente una gran temporada de ópera y dos orquestas sinfónicas… O para dos equipos de fútbol que también compitan en Europa, piensa uno, o para subvencionar películas o pagar un dineral porque vengan aquí los Goya cuando ha pasado ya un siglo desde que los Casanova fundaran Cifesa… O para recuperar el liderazgo editorial como lo tuvo Benito Monfort durante la Ilustración, siquiera para que las cinco o seis buenas editoriales valencianas capitaneadas por Pre-Textos y Media Vaca sigan radicadas aquí y no emigren como han hecho algunas de las mejores galerías de arte de la ciudad.

La realidad es que en Valencia se vive muy bien pero la renta per cápita –que no otra cosa debe ser la masa crítica necesaria para el mercado del arte…– no induce a alegrar el ánimo para fomentar el business cultural. El mercado del arte privado es un indicador bastante fiable del estado dinerario de la cuestión. Madrid y la corona residencial de su entorno lideran ese mercado porque también poseen la mejor renta, Barcelona le anda a la zaga pero cada vez a más distancia, varias ciudades vascas les siguen, alguna gallega incluso y, ya por fin, empiezan a aparecer algunas localidades del norte de l’Horta y Valencia en los listados de riqueza, con una renta media un 35% menor a la madrileña. Se entiende, pues, que las galerías valencianas concurran estratégicamente a las ferias de la capital del país.

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