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Análisis

Juan R. Gil

El territorio de las emociones

Una encuesta no es una foto finish. Es la foto que señala cómo están situados en la pista los corredores al paso por un hito determinado de la carrera, que sirve como referencia. Los periódicos de Prensa Ibérica en la Comunidad Valenciana (Información, Levante-EMV y Mediterráneo de Castellón) vienen publicando desde hace años un barómetro de Opinión coincidiendo con el 9 d’Octubre, elaborado por Invest Group. Más allá del pronóstico de votos y escaños, que da una clarísima ventaja al PSPV como partido y al Botànic como alianza de gobierno para seguir al frente del Consell, ¿qué tendencias pone en evidencia el estudio correspondiente a este año?

1. El «efecto pandemia». Más de la mitad de los ciudadanos aprueban la gestión de la crisis del covid hecha por el gobierno del PSPV, Compromís y Unidos Podemos que preside el socialista Ximo Puig. Esa buena valoración catapulta al Botànic, hasta el punto de que si hoy se celebraran elecciones ni siquiera sería imprescindible el concurso de Podemos (pese a que no sólo entra en el Parlamento, sino que incluso sube dos escaños) para investir presidente o aprobar presupuestos. Los nueve diputados que sumaría de más el PSOE harían el «milagro», aunque Compromís perdería un asiento en las Cortes respecto a los que ahora tiene. El Consell es de tres, pero son los socialistas los que realmente rentabilizan esa positiva valoración de la gestión que el muestreo recoge.

2. El PP sigue en obras. Mazón crece respecto al pronóstico que su partido obtenía bajo la presidencia de Isabel Bonig, tanto en relación con el sondeo de hace un año como con las elecciones de 2019. Pero ese crecimiento le deja todavía lejos del PSOE. Con un problema añadido: la estrategia de competir en radicalidad con Vox, si atendemos a lo que dice el barómetro, alimenta a la ultraderecha al mismo tiempo que veta al PP el acceso a una parte de los votos que antes eran de Ciudadanos y que ahora se van al PSOE. Mal negocio para los populares, si no son capaces de variar el rumbo, que tiene su reflejo más contundente en la provincia de Alicante, precisamente de la que parte Mazón pero que es donde Vox está más fuerte.

3. Compromís baja de las nubes. Perder sólo un escaño de los que ahora tiene parece un buen pronóstico para la organización liderada por Mónica Oltra, después de más de legislatura y media en el Consell. Pero lo cierto es que la lectura de ese posible resultado debería disparar todas las alarmas en la coalición, si es que no les están atronando desde hace tiempo. La cuestión es que el hecho de caer un diputado, después de haberse dejado en 2019 otros dos, lleva ineludiblemente a preguntarse si Compromís tocó techo en 2015 y está condenada como fuerza política a ir perdiendo apoyos en la misma medida en que tenga que ejercer de mero acompañante. Ese escaño lo resta en Alicante, lo que no sería de extrañar teniendo en cuenta la inaudita (por tensa y despegada) relación que la coalición se ha empeñado en mantener con esta provincia, que sus líderes apenas pisan. El impulso de renovación de la izquierda que en su día Oltra, Mollà, Alcaraz y otros dieron a la coalición ha cedido en beneficio de la bandera identitaria. Se habla de «la coalición nacionalista», donde antes había que alargar la frase para escribir «la coalición de izquierdas y nacionalista». Eso tiene un límite. Y un coste.

4. Sorpresa, sorpresa. Una tránsfuga suya hizo que el PP recuperara la Alcaldía de Alicante, segunda ciudad de la Comunidad. Sus dirigentes se asemejan a los emperadores del Bajo Imperio Romano: practican el magnicidio como forma de sucesión y su esperanza de vida tras hacerse con el poder es bajísima. No hay círculos, ni asambleas, ni nada que se le parezca. Puig adelantó las pasadas elecciones autonómicas ante el riesgo de que no superaran el listón del 5% y, sin sus votos, la izquierda no pudiera seguir en el Gobierno. Y hasta hace dos semanas, seguíamos en las mismas: sin saber si quedarían fuera del Parlamento. Pero Podemos renace de sus cenizas, pese a no tener presencia real alguna en la vida política, salvo para provocar sobresaltos. ¿Por qué? Probablemente, porque su nueva lideresa, la vicepresidenta Yolanda Díaz, ha insuflado renovados aires a sus velas. Y también porque la cada vez mayor polarización del debate nacional les favorece también aquí, del mismo modo que estrecha el margen de Compromís.

5. Que trabajen otros. Vox no tiene líderes locales ni autonómicos. Sus cargos hacen el ridículo la mayoría de las veces que intervienen en público. Pero la ultraderecha sigue creciendo, bien cebada por la falta de medida del PP en su discurso, que no sólo no está reincorporando a ese votante a su cesto, sino que le sirve a diario coartadas para ratificarle en su posición extrema. A Mazón le interesaría articular una estrategia que frenara esa dinámica alcista de la ultraderecha, que le supone un lastre para su propio crecimiento y al mismo tiempo mantiene movilizada a la izquierda. Otra cosa es que se convenza de que tiene que hacer algo, encuentre el discurso apropiado y le dejen hacerlo. La tendencia indica que, hoy por hoy, ese fortalecimiento de Vox le resta, pero no le da para sumar.

6. Ni gloria ni descanso. Ciudadanos desaparece. No es noticia. Hace tiempo que en estas mismas páginas empezamos a sacar cuentas de cómo se iban a repartir los 18 escaños que al fenecer iba a dejar huérfanos. El partido se ha convertido en el mayor bluf de la historia democrática española, arrebatándole ese podio a la ya olvidada «Operación Roca». Ximo Puig trató de pescar en ese caladero al final de la legislatura anterior, en la que incluso llegó a fichar a algunos cargos naranjas tal que su primera líder en la Comunidad Valenciana, Carolina Punset, que al parecer sigue trabajando para el president, aunque nadie sepa qué hace ni por qué le pagamos. Y ha acentuado en esta su perfil moderado, para ocupar ese espacio. Carlos Mazón tiene hecho el calendario de traspaso de diputados y concejales de Cs al PP, aunque visto lo visto quizá tenga que acelerarlo. Porque lo cierto es que los que en su momento votaron a Ciudadanos ahora, si no se abstienen, no concentran su apoyo en el PP, sino que también se llevan parte de esas papeletas Vox y el PSOE.

7. Los problemas crecen. La solidez que el Consell presenta en el sondeo se asienta en la buena gestión de la pandemia, como se ha escrito. Porque los problemas que preocupaban a los ciudadanos de la Comunidad antes del covid (a excepción de «la independencia catalana», que prácticamente ha desaparecido) siguen estando sobre la mesa, sin solución. Y a ellos se añaden ahora algunos nuevos, con la subida del precio de la luz como asunto estelar. Puig y su gobierno tienen ahí un escollo serio en la percepción que de su efectividad, pandemia al margen, tienen los electores.

Si algo ha sabido hacer Puig durante esta pandemia ha sido empatizar con el sufrimiento de los ciudadanos sin por ello eludir su propia responsabilidad como gobernante

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8. El dilema. La presión sobre Puig para que disuelva las Cortes y adelante elecciones se va a acrecentar. La tesis, ya expuesta aquí anteriormente, es sencilla: mejor que ahora no vamos a estar, dicen muchos socialistas. Casi todas las encuestas coinciden en que el PSOE vive un buen momento en la Comunidad y en que Mazón todavía no ha terminado de armar su alternativa, con lo que un adelanto no le cogería del todo preparado aunque él diga que sí. Pero Puig sigue empeñado en no anticipar. El mismo argumento que a unos les sirve para aconsejarle que lo haga («esta es una nueva etapa en la que sería bueno tener un gobierno robustecido por unas nuevas elecciones para afrontar la gestión de los fondos europeos») es el que a él le ratifica en que no debe precipitar la llamada a las urnas, porque cree que en estos momentos los ciudadanos lo interpretarían como una irresponsabilidad. Además, también hay dirigentes socialistas que le advierten de que la contundencia de la encuestas puede ser engañosa, si se tiene en cuenta la volatilidad política que padecemos. Lo que sí parece una opción cada vez de mayor peso es la remodelación del Consell, precisamente para reforzarlo cara a esa gestión de los fondos europeos. Es un sudoku maldito, sabido que el PSOE gobierna la Comunidad con una coalición de tres fuerzas (Compromís es la alianza de Iniciativa del Poble Valencià; Més, antiguo Bloc; y Verds-Equo, sin contar los «independientes») y otra de dos (Unidos Podemos, que es la franquicia electoral de Esquerra Unida y Podemos). Y además exacerbaría el debate sobre el futuro de Mónica Oltra, cuya cólera puede ser funesta. Pero los síntomas de agotamiento, pese a los sondeos y a que los encuestados aprueban a nueve de los diez consellers, es cierto que se acumulan. Por cierto, que uno de los consellers de mayor solvencia técnica y política de este Gobierno, Arcadi España, sea justamente el único que suspende, es un misterio demoscópico que el que suscribe reconoce no ser capaz de entender.

Mal negocio para los populares, si no son capaces de variar el rumbo, que tiene su reflejo más contundente en Alicante, de la que parte Mazón pero donde Vox está más fuerte

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9. Madrid les mata. A Mazón la convención nacional del PP no le ha dado las alas que quería, lo que habrá que apuntar al debe de Pablo Casado. Pero a Puig la ejecutoria de Pedro Sánchez también le perjudica. El contraste entre la valoración que los ciudadanos hacen de la gestión llevada a cabo por el Consell, que se aprueba por más de la mitad de la población, y la que hacen del desempeño del Gobierno central, al que suspenden claramente, es de los más elevados que se ven en encuestas de este tipo. Eso puede llevar a confusión, a pensar que Puig puede estar contento. Pero debe estar preocupado, porque la consideración negativa del Gobierno de Sánchez acabará por repercutir en sus propias expectativas electorales. Puig, de hecho, si algo no quiere esta vez, al contrario de lo que ocurrió la anterior, es que las elecciones autonómicas y las generales coincidan, convencido de que la sombra de Sánchez le mina. Pero el problema que al presidente de la Generalitat se le presenta es que si quiere estirar al máximo su legislatura va a ser difícil esquivar a Sánchez, que también prolongará la suya todo lo que pueda. Más, después de que los presupuestos del Estado hayan recibido el espaldarazo de Podemos.

El impulso de renovación de la izquierda que en su día Oltra, Mollà, Alcaraz y otros dieron a la coalición ha cedido en beneficio de la bandera identitaria

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10. La clave. El barómetro de Invest Group recoge un grado de conocimiento (97,5%) y de valoración (5,76) de Ximo Puig muy altos. Mónica Oltra, que es la que le sigue en esta clasificación, presentando la segunda cifra en conocimiento (84,1%) y valoración (4,99), queda lejos del dirigente socialista y, aun rozándolo, no logra el aprobado. El líder del PP, Carlos Mazón, está a más de sesenta puntos en conocimiento y suma un 4,9 en valoración. La figura del president, pues, emerge con más fuerza que nunca en esta nueva etapa inaugurada por el fin de la mayoría de las restricciones provocadas por la covid. Y es fácil deducir que es la que arrastra el crecimiento en expectativas electorales de su partido. Para explicar por qué ocurre eso hay que recurrir probablemente a una clave que ningún sondeo puede recoger: el factor emocional. Si algo ha sabido hacer Puig durante esta pandemia ha sido empatizar con el sufrimiento de los ciudadanos sin por ello eludir su propia responsabilidad como gobernante. Ha estado en primera línea en todo momento. No ha levantado la voz, ni ha reñido a nadie. Pero tampoco ha cedido el timón ni mostrado dudas. Cada vez más, las elecciones se disputan en el terreno de lo emocional. Y ese es un terreno en el que Puig está demostrando una enorme capacidad para mimetizarse.

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