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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Crecer en lo económico o morir

Hubo un tiempo en la ciencia económica anterior a la crisis de las hipotecas ‘subprime’, cuyo riesgo se llevó por delante a Lehman Brothers y a buena parte de la banca financiera. Antes de 2007 para entendernos mejor, cuando José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Solbes negaban ante Manuel Pizarro la realidad de aquella peligrosa circunstancia económica. Entonces existía una máxima que se grababa a fuego en los balances de las empresas: o creces o estás muerto. Tan era así, que muchas veces las secuencias estadísticas producían efectos engañosos. Por ejemplo, una mínima contracción de la facturación tras un periodo de larga expansión podía provocar una mala imagen de una compañía o cuestionar el trabajo de su dirigencia.

En realidad, aquella crisis casi se lleva a nuestro país al garete, dada la debilidad de la banca española de entonces, en especial de las cajas de ahorros que, prácticamente, han desaparecido tras más de un siglo de actividad bancaria y social. Fue durante aquel periodo cuando se promulgó la denostada reforma laboral de Mariano Rajoy, la que flexibilizó el mercado laboral y evitó el cierre de muchas pequeñas empresas. Años después, los ERTE han salvado de nuevo al país desde que se decretó el confinamiento motivado por la epidemia de la covid-19. De la parálisis económica que se vivió en 2020 se hizo cargo un Estado benefactor al que había regado con millones el Banco Central Europeo. A día de hoy, en torno a 150.000 trabajadores siguen bajo el amparo estatal de los ERTE.

A la covid se la supone vencida, lo que no está tan claro sanitariamente hablando, por más que ahora contamos con un arsenal de vacunas para hacerle frente. No obstante, en nuestro país se han levantado casi todas las restricciones y ha empezado un nuevo tiempo económico. Lo llamativo es que no se están cumpliendo las previsiones. Ya sabemos que la economía tiene de ciencia lo que los alemanes de toreros, y en cualquier caso sus fundamentos empíricos no sirven para prever casi nada, sino para tratar de explicar lo ya sucedido. Así que como quiera que se había anunciado un rebote fantástico de la demanda y de la actividad productiva, vaticinando una especie de retorno a los felices años 20 del siglo pasado justo en la misma década presente… las cifras del actual crecimiento, incluidos los buenos datos del empleo, parecen muy pobres frente al gran ‘boom’ esperado.

La frustración no solo alcanza a las limitadas tasas de crecimiento de la economía, sino que aumenta ante las alzas pronunciadas en los precios de la energía, lo que ha desbocado la inflación por primera vez en veinte años, al mismo tiempo que unas supuestas nuevas demandas advierten de la escasez de materias primas, provocando subidas generalizadas en el precio del papel, la madera, muchos minerales, el cristal, etcétera. Además del encarecimiento de los fletes marítimos o el colapso en la fabricación de ‘microchips’ procedentes de Taiwán y Corea, en medio de una creciente agitación mundial geopolítica, el fantasma del cambio climático y el control del suministro de gas por parte de países productores como Rusia y Argelia. Todo ello cuando las redes sociales se dedican a difundir bulos y rumores a una velocidad incontrolable, dando pie a versiones apocalípticas de la actual coyuntura internacional.

Se ha desatado una especie de versión moderna y digital de las prédicas que en torno al año 1000 auguraban el fin del mundo. La magia de los números. Salvo que ahora estaríamos en vísperas del gran apagón, o ante la falta de juguetes y bebidas de cara a la Navidad, y sin consolas. Predicciones alimentadas por las noticias que llegan de países tan dispares como Austria y China, donde se alerta a sus ciudadanos para que hagan acopio de baterías e hidrocarburos varios, incluso de comida enlatada, ante lo que pudiera sobrevenir. Y eso cuando todavía no hemos sabido explicar por qué se agotaba el papel higiénico durante las primeras semanas del confinamiento.

La versión oficial de Bruselas –y del ministro Alberto Garzón– es que en unos meses todo volverá a la normalidad. La ralentización de los procesos productivos y la reanimación de la demanda estarían provocando este desajuste transitorio. Pero lo bien cierto es que el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, ha anunciado que su programa para la reelección, dentro de medio año, se basará en la reindustrialización del país con el objetivo irrenunciable de convertir a Francia en un país autosuficiente en cuestiones básicas como la energía y la tecnología. Macron impulsará un plan para el desarrollo de nuevas centrales nucleares de pequeño tamaño y más versatilidad y seguridad, así como fábricas de ‘microchips’ y ayudas a la investigación. Se acabaron las transferencias de conocimientos, las deslocalizaciones basadas en la reducción de costes. Los estudiosos calculan que China se ha hecho con la sabiduría necesaria para competir por el liderazgo mundial gracias al traslado de la industria occidental a su territorio: más de un 65 % de los conocimientos se transfieren a través de la propia actividad productiva.

No está tan claro que estemos ante la tercera guerra mundial a desatar por ataques ‘hackers’ o por el control de la industria y la energía –además del transporte y la logística, las columnas sobre las que se sostiene la economía planetaria actual–, pero lo que sí parece es que hemos entrado en una nueva época donde conceptos como crecimiento y maximización de beneficios ya no van a ser decisivos. La sostenibilidad se abre paso, pero va a resultar mucho más cara; la búsqueda de energía lo suficientemente barata y no contaminante, también. En nuestro país, sin embargo, hay temas que resultan anatemas, como el de las nucleares. En cambio, vamos a dedicar millones a las energías renovables cuando con ello no alcanzaremos ni siquiera un porcentaje razonable del consumo energético previsto. O al hidrógeno verde, del que todavía poco se sabe de sus mecanismos prácticos. Largo me lo fiáis, amigo Sancho.

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