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Tonino

LA SECCIÓN

Tonino Guitian

Una energía infinita

Dije que esta semana les hablaría sobre la buena gente porque, por alguna rendija que alguien olvidó enmasillar, entra siempre un poco de aire fresco. El único problema es que el número de las personas que disfrutan siendo bondadosas durante mucho más tiempo del que emplearían en no serlo, no se puede contar. El agua, el gas, la corriente eléctrica, pasan por un contador y hacen girar alguna rueda digital en un chip que indica unos números. El placer no. El placer y la bondad son tan livianos que no pueden pesarse. No se sabe por qué canalizaciones circulan. Son más ligeros que el butano o los electrones.

En los siglos en los que ha existido la humanidad, la defensa de los demás, la nobleza de sentimientos, el desinterés material, el desprendimiento, la generosidad, la cortesía, la delicadeza, la corrección, la educación, la piedad, la compasión, la sinceridad y la dignidad han producido mucha más energía y edificios más altos y seguros que todas las centrales nucleares del mundo juntas. El placer sólo se convierte en un gas pesado cuando pasa por el filtro de la moral o la religión. O por el tamiz de lo audiovisual o la literatura, porque es un acto indescifrable, que está en continuo movimiento, como las mentes de las personas que saben adelantarse al tropiezo de un niño o sostener en brazos, con firmeza y dulzura, a alguien que no ha podido descansar más que en un sillón, porque un dolor su espalda le impide reposar en cama.

Uno de los trabajos más complicados del universo, más allá de la astronáutica, exige reconocer de un vistazo al primer paciente al que hay que cambiarle las sábanas sin alterarle demasiado. Renovar su gotero de suero, lavarle con una esponja y escuchar sus lamentos y no dejar de reconocer, cambiar, lavar y escuchar a todos los demás enfermos de la planta.

Hay una cosa que siempre me llama la atención en la calle: esos cuidadores que llevan a una persona mayor, en un carrito, pero parece que el carrito esté vacío. Le falta toda la humanidad, que no pesa ni ocupa espacio, pero como un agujero negro, no carece de energía. ¿Por qué me llama a mí la atención esa ausencia, la desconsideración, y no a todos los que se cruzan con ellos?

Pasa lo contrario cuando uno se cruza con un familiar que acompaña en su silla alguien aquejado por una polineuropatía: parece que a su alrededor se haya tejido una red protectora con miles de hilos invisibles. Apenas puedes acercar tu mirada porque otros ojos están atentos a cualquier movimiento. Son una novedad en nuestras vidas, un cariño infinito que tardaríamos toda una vida en comprender, un espacio carente de envidias o competiciones. La enfermedad, la necesidad, la ancianidad, las grandes diferencias, nunca son feas: como en algo tan igualmente natural y humano como es la cópula, no hay obscenidad. Las hacen feas, muchas veces, las palabras.

Hablar de esfuerzo en todo lo que es cercano a la bondad sí es obsceno. Es como esa horrible expresión española que traduce el acoplamiento de una mujer como una «entrega», como si se tratara de un paquete, y en que en referencia al hombre es una «toma». Esas personas que nos echan en cara que madrugan, que trabajan sin límites, pasando fatigas, sin poder dedicarse a su familia y a sus amigos es porque sencillamente no quieren estar con ellos. Piden a los demás reconocimiento, que se les soporten sus caprichos, sus genialidades, su estupidez, su abandono, poniéndole un valor a todo, hasta a lo que no lo tiene.

No hay que darle demasiada importancia a esto. Solamente hay que a estar a gusto con uno mismo y con quien merece la pena.

Y para demostrar que nada tiene realmente demasiada importancia, les quiero pedir perdón si alguna vez les he herido en sus sentimientos con mis opiniones. Piensen que algunas opiniones son como los perfumes: el alcohol que los hace volátiles impide apreciar su verdadero fondo la primera vez. Y sepan que si les pido perdón es porque sé que, aunque no es el mejor momento para manifestarlo, muchos de ustedes mantienen sus sentimientos intactos, irradiándoles por dentro con una extraña energía. Déjenla fluir.

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