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Josefina velasco Rozado

De Nochebuenas y Nocheviejas, otras Navidades quebradas

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Sin celebrar. Con público o sin público, la Nochevieja, haya o no juerga en la calle, existe sin remedio. Ya la Nochebuena fue un poco descafeinada, con confinamientos personales al alza, anulaciones de encuentros y una larga cascada de contingencias sobrevenidas. La anterior de 2020, bienvenida al 2021, fue inédita desde que los festejos de esa tradición existen en la historia contada. Era increíble ver las imágenes de la madrileña Puerta del Sol sin nadie, aunque con muchos queriendo estar allí; o la multitudinaria Times Square neoyorquina vacía; o el Puente de Londres, solo, con fuegos, sin espectadores; o la Torre Eiffel sin fuegos siquiera; o Berlín, Copenhage, Praga, Estambul; Bruselas sin luces casi; Roma desierta; o la siempre primera Sidney australiana con su ópera iluminada sin miradas al cielo. La despedida del 2020 fue triste y sola. Y por estos nuestros lares occidentales la de este 2021, que tanto prometía, será casi otro tanto de lo mismo en buena parte de las ciudades; y, claro, en esta España de cogobernanza estudiando a ver qué normas rigen. Parece que será otra vez, como la canción de tuna, una noche “triste y sola” más, aunque seguro que habrá resistencia.

La “nochevieja”, mitad de Navidad, en nuestra cuenta anual, arranca el día que hace caer la última hoja del calendario y nos obliga a reponerlo por el siguiente deseando que venga bien. Al margen de que todos los pueblos, desde el principio de la historia, celebraron la entrada de los ciclos cuando en cada caso tocara, dicen que en el 46 a.C. Julio César impuso que el día 1 de enero (Jano, el de las dos caras) fuera la fecha para comenzar el nuevo cómputo, dejando de confiar en la voluble luna, fiándose más del sol. Se resisten los países del calendario musulmán, o chino, o la variopinta India, aunque todos, cuando corresponde, entran con fiesta en su año. Es un hecho que trae aparejadas tradición, rituales, creencias y supersticiones que se acomodan a costumbres heredadas, pero siempre subyace el deseo de buenos augurios y renovados ánimos. Es habitual “brindar con champán” (o lo que sea de rigor); besar a quienes estén a nuestro lado; “comer doce uvas” o “un plato de lentejas” (rico alimento por el que Esaú perdió su reino) o vestir algo rojo o quemar algo viejo para el olvido, o… Desde el industrial, urbanita y burgués siglo XIX las fiestas y cotillones de “nochevieja” se instituyeron en una práctica que se conservó e incrementó hasta que llegó la “covid-19 aguafiestas”.

Hubo momentos angustiosos y tristes en la historia más o menos reciente que no impidieron la celebración de las Navidades. En la España enfebrecida de 1918, esa de la gripe que se nos adjudicó sin ser nuestra, después de dos oleadas epidémicas, en mayo y septiembre –porque la gripe se fue en verano de vacaciones–, la población salió en tropel a la calle para seguir el sorteo de la Lotería, la más popular, la del 22 de diciembre, arranque navideño desde su puesta de largo en 1812. Las plazas se llenaron “esperando la suerte”. La vida llama a la vida así que hubo reuniones y bulla, con hoteles preparando jolgorios además de anuncios que incitaban a todo sin perder la ocasión de publicitar locales, comidas y bebidas. “Por Navidad es costumbre / aquí y en el mundo entero / que beba la muchedumbre / sidra ‘champagne’ El Gaitero”, según crónica de un diario catalán, con el cava afectado todavía por la persistente filoxera. Aquello desembocó –como no podía ser de otro modo– en la tercera ola. Luego hubo más olas de esas… hasta que en el 1921 se amortiguó la gripe que se hizo menos virulenta, llegando en la década de los 40, tras el estudio de los virus, a la vacunación, necesitada de adaptación permanentes; ¿les suena? Aun así, la gripe variable sigue matando a un escandaloso número de personas todos los años.

Pero la necesidad de soñar con algo bueno supera el miedo incluso en los momentos más complicados. Recién iniciada la devastadora Primera Guerra Mundial, alemanes y aliados declararon una Tregua de Navidad, y, pegados a las trincheras, jugaron al fútbol, compartieron comida y cantaron villancicos, cesando las balas; desde la localidad belga de Ypres la iniciativa se extendió. Cierto que luego cada uno siguió a lo suyo, matando al otro. Pero hubo Navidad. Preciosa película “Feliz Navidad”(2005).

El viejo reloj de la Puerta del Sol, inaugurado en 1866 en la Casa de Correos, que había tenido como espectador de incógnito al rey Alfonso XIII en más de una ocasión hasta 1930, que disponía de la gran bola desde final del siglo, no tenía ganas de tocar, herido como estaba, en la Nochevieja de la España en guerra con las tropas rebeldes acantonadas en la Casa de Campo amenazando la capital. Sin embargo, hubo curiosos y resistentes que pese a las bombas se acercaban a celebrar el fin del aciago 36, para que el siguiente fuera mejor… Todavía faltaban muchos muertos y meses de pelea.

En medio de la desolación de la Guerra Civil los dos bandos apostaban por no dejar caer la Navidad. Un diario republicano contaba: “El cruce del año que muere y del año que nace revivían la fuerza de una costumbre de hondo sentido familiar y humano. La Nochebuena, la Nochevieja, Año Nuevo estaban ante el espíritu del combatiente, con todo su peso sentimental amasado a lo largo de muchos años y más fuerte que ideas y fronteras… Había que llevar –vinos, licores, cigarros, golosinas... – el aliento efusivo de la retaguardia al combatiente. Y durante todos los días, la voz del Socorro Rojo Internacional se ha oído por las calles madrileñas pidiendo al corazón popular, una vez más, su aportación generosa a las jomadas pascuales del miliciano… Y en seguida, la fiesta de los chiquillos, los juguetes para los huérfanos de la guerra, para los “chavales que tienen a sus padres en el frente”. Por su parte las tropas nacionales, con reconocimiento de la jerarquía eclesiástica, apuraban el sentido religioso navideño, celebrando la Misa del Gallo, comunión incluida y comida extra. En ninguno de los bandos faltaron algunos turrones y mazapanes. En el frente rural, es famoso el intercambio de periódicos, cigarrillos, algún que otro trago de la bota de vino navarro y las conversaciones mantenidas el 24 de diciembre de 1936 entre requetés y republicanos en el monte Kalamua, frontera de Vizcaya y Guipúzcoa, fotografiado para la historia y recordado por sus protagonistas en numerosas crónicas de guerra. Siguiendo los relatos bélicos, la Navidad más cruenta fue la de 1937. Y en la de 1938 el hambre y el cansancio se sumaban al desaliento de unos y la prisa por acabar de otros.

Lo que no dejó de haber en los años de la guerra civil fue la Lotería, la del 22 de diciembre. El gobierno de la República se llevó el sorteo cuando abandonó Madrid, a Valencia y luego a Barcelona; en tanto que el bando nacional celebró el suyo, en 1938, en Burgos. Hubo dos sorteos, uno por bando, porque también la Lotería Nacional (aquella que paliaba las depauperadas arcas del Estado) estaba en guerra.

Superando pandemias, conflictos, hambres y desánimo, la Navidad, Nochebuena-Nochevieja-Reyes, viene a dar esperanza y alegría, compañerismo y ánimo, buenos augurios a todos, independientemente de la fe que se profese. Feliz 2022.

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