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Julio Monreal

EL NORAY

Julio Monreal

Todos los días hay una guerra

Todos los días hay una guerra Julio Monreal

Se le hace bola a uno esto de dar la bienvenida a las Fallas 2022 sin restricciones tras dos años de pandemia, las que empiezan esta tarde con la Crida de la fallera mayor desde las Torres de Serranos, mientras ha estallado una guerra en el extremo Este de Europa, una invasión de Ucrania que su responsable, Vladimir Putin, negó cien veces en las últimas semanas, tantas veces como los servicios de inteligencia de los países de la OTAN daban como inmediata. Una lástima que estos hayan acertado y el presidente ruso haya quedado como un consumado mentiroso, porque el precio de la cuestión es la violencia, la muerte, millones de refugiados huyendo de sus casas y una inestabilidad internacional que llegajusto cuando más se necesitaba la estabilidad para afrontar la recuperación económica y emocional post covid. La última guerra en Europa, la de la antigua Yugoslavia, entre 1991 y 2001, no resultó tan cercana como esta guerra televisada las 24 horas que sacude las fronteras entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Cuando Milosevic, Mladic y los suyos masacraban a los bosnios musulmanes en Srebrenica el mundo era más grande que ahora. Internet y el avance de las telecomunicaciones han hecho el planeta tan pequeño que se puede seguir el bombardeo de Kiev en directo, con imágenes, testimonios y reacciones al instante. Así las cosas, resulta difícil para muchos, uno incluido, irse de mascletà sabiendo que dentro de este viejo continente que se cree el centro del mundo pero cada vez pinta menos en él, otros europeos blancos y con ojos azules ven pasar sobre sus cabezas fuego que mata, explosiones que no son para disfrutar del espectáculo sino para que el caudillo del país de los zares vea colmadas sus aspiraciones de recuperar parte del fulgor de la antigua Unión Soviética. El relato, desde un país miembro de la OTAN, deja claro quién es el malo de la película, el culpable de la guerra: Putin, el antiguo jefe del KGB, el que cambió las leyes a su acomodo para hacer posible su permanencia en el poder durante 20 años. Pero seguro que no es el único malo. El desmembramiento de la URSS en los años 90 puso el punto final a la guerra fría, permitió la reunificación de Alemania y abrió una vía de progreso y democratización de los distintos países del entonces llamado Pacto de Varsovia, los que habían estado en la órbita soviética desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero la distensión no vende nada en los mercados internacionales: los productores de armas no ganan; los traficantes de personas ven decaer sus negocios; el petróleo y el gas bajan de precio… Una ruina para los que sacan partido del Apocalipsis. Así que la OTAN, sin ninguna amenaza enfrente, hizo valer el dicho de si quieres la paz prepara la guerra y ha incorporado a sus filas en estos 30 años a la mayoría de los países de la antigua órbita soviética. Y el siguiente era Ucrania. ¿Había necesidad de ampliar la Alianza Atlántica hasta el punto de hacer saltar al oso ruso? ¿Por qué Turquía es buena para estar en la OTAN pero no para entrar en la Unión Europea? No hay justificación alguna para la invasión de Ucrania y el inmenso dolor que desata, pero alguien no ha medido bien la presión que inyectaba sobre el orden internacional. Ahora, Rusia ataca; Ucrania sufre; Europa y Estados Unidos se lamentan e imponen sanciones económicas y China se abstiene en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ante las mociones de condena del conflicto desatado. El final de la guerra fría debió servir para crear un nuevo orden internacional, superando el establecido en las conferencias de Yalta y Postdam, con la refundación de la ONU y la reorientación de los principales organismos supranacionales hacia el desarrollo y el progreso de la humanidad, Pero siempre hay alguien dispuesto a reventar la paz, a imponer el terror y a sacar beneficio de la desgracia. El serbio Milosevic; el iraquí Sadam Husein que atrajo hacia sí la «Tormenta del desierto» de George Bush padre; el saudí Bin Laden que hizo lo propio con Bush hijo y sus aliados; y Putin, que antes que Ucrania la armó en Osetia y en Georgia. Y Trump, que en sólo cuatro años desquició a propios y extraños y sentó las bases de esta escalada de tensión que se vive hoy. A ninguno de ellos les importa un comino el cambio climático, ni las emisiones de C02, ni mucho menos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que la ONU puso en la agenda internacional en 2015. Humo de paja. Estados Unidos juega su partida contra China por el dominio económico y comercial del mundo y los demás, Europa incluida, pagan un elevado precio por mirar y asumir el coste de los platos rotos. Además de las pérdidas humanas y el dolor de los refugiados que huyen hacia el Oeste por la frontera polaca, la factura llegará en forma de una aún mayor escasez de materias primas; unos combustibles aún más caros de lo que están, un cierto bloqueo del comercio internacional y unas sanciones económicas a Rusia que se volverán contra algunos de los países que las imponen en forma de recortes de exportaciones en cerámica, vino, automóviles, etc; menores flujos turísticos que perjudican más a los países receptores, como España, y en suma una recesión general cuando se empezaba a superar el crack de la pandemia. La guerra siempre parece distante, en montañas lejanas, como decía José María Aznar cuando se perseguía a Bin Laden en Afganistán, pero hoy cualquier guerra está en la puerta de uno, viva donde viva. El espacio aéreo se cierra; funcionarios y empresas estratégicas reciben la recomendación de cambiar las contraseñas de sus equipos electrónicos por temor a sabotajes informáticos rusos; y en València tiene su base el Cuartel General Terrestre de Alta Disponibilidad, que incluye el mando sobre un Cuerpo de Ejército de Despliegue Rápido de la Alianza Atlántica, cuestión de máximo calado ahora que la organización ha decidido poner en alerta a sus unidades de primera intervención por si hay que reforzar las fronteras de sus miembros. El No a la Guerra vuelve a las calles de los países del bloque occidental, pero al mismo tiempo el venezolano Nicolás Maduro justifica y apoya la acción militar de Putin por lo que le va en ello. La guerra es buena para los malos y mala para casi todos. Destroza vidas y haciendas en el acto y sus consecuencias duran décadas. Todos los días hay guerras en el mundo, aunque no afecten a blancos con ojos azules. Las que se libran al Sur del Sahara, en el Kurdistán, en Siria, en Palestina... Todas son igual de horribles y contra todas hay que protestar. Todos los días.

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