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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Feijóo abre un nuevo tiempo político

La grave crisis interna que ha dado pie al veinte congreso del Partido Popular no ha sido la primera de esa magnitud telúrica. Tiempo ha, el PP ya tuvo que «despedir» a un joven presidente (Hernández Mancha) para cederle el liderazgo a José María Aznar. Fue en la primavera de 1990, y en Sevilla, como recordó en la apertura del último cónclave el eurodiputado valenciano Esteban González Pons. Pero aún antes de eso, cuando el partido todavía se llamaba Alianza Popular y se coaligaba en una especie de sopa de letras para sobrepasar al centrismo de Adolfo Suárez, vivió una refundación más trascendental: poco antes de la Navidad de 1979, el líder y creador del conservadurismo español contemporáneo, Manuel Fraga, fichó a un joven sociólogo de aspecto hitleriano, Jorge Verstrynge, cuya misión, sin embargo, consistiría en liquidar los restos franquistas de AP, que había nacido como federación de hasta siete partidos y contaba en sus filas con otros tantos exministros del antiguo régimen.

Algunos meses antes de aquel congreso que dio portazo a un posible neofranquismo, Fraga se comprometió a no torpedear el decisivo título Octavo de la Constitución del 78, el territorial, el que abría el melón autonómico de la nueva democracia española. Uno de los ponentes constitucionales, el socialista Gregorio Peces-Barba, con gran ascendencia académica, se empleó a fondo en largos paseos por los jardines del Congreso para convencer a Fraga. Ambos eran catedráticos de Derecho. Consiguieron que doce de los trece diputados de AP se abstuvieran. Otros dos de Esquerra Republicana también miraron al cielo. Solo el exministro franquista Silva Muñoz votó en contra, junto al representante vasco de Euskadiko Ezquerra. Los diputados del PNV (hasta ocho), más estilosos, se ausentaron de la votación. Conviene no olvidarlo, como también conviene reconocerle a Fraga aquel movimiento a raíz del cual tuvo claro que debía apostar por su joven alumno de la Complutense, el políglota Verstrynge. El alumno llegó a ser todopoderoso en el partido conservador y ha terminado más a la izquierda de Podemos.

Así pues, el PP no solo recupera presencia musculosa en la política nacional gracias a un nuevo congreso extraordinario, sino que también ha vuelto a despedir a un presidente débil y desnortado (Pablo Casado). Era imposible que un joven sin experiencia, hijo político de las juventudes del partido, siempre al calor del nido, pudiera hacer frente a las amenazas que se ciernen sobre el PP desde la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy, sobre todo la emergencia de Vox como una derecha dura y populista, de obvio cariz neofranquista. Y eso que la opción centrista de Ciudadanos se había autoinmolado por la simpleza política de Albert Ribera.

Esa es la tarea que se le encomienda a Alberto Núñez Feijóo. Ya no sus compañeros de partido, que esperan ante todo que les lleve de nuevo a la victoria electoral y, por ende, a los gobiernos. Es el país entero, el país político que incluye también a sus rivales ideológicos, el que reclama al nuevo líder de la derecha española que serene la vida política, que haga posible el encuentro para los pactos necesarios, que articule una narrativa distinta, menos adjetiva y mucho más política con la que dirigirse al parlamento y a los medios de comunicación. Feijóo es un senior, un gobernante de experiencia y dialéctica sensata. Ese es el perfil que puede devolver a los conservadores a la senda de una España amable frente a la virulencia verbal de Vox. El camino no es hacerse más retrógrado que Santiago Abascal, pisándole los talones. Eso puede servir en Madrid siguiendo el modelo Díaz Ayuso, pero carece de futuro en la España periférica.

La víspera del congreso popular el exsecretario general de UGT Cándido Méndez sorprendía a la audiencia del programa televisivo 24 horas solicitando acuerdos de Estado entre los dos grandes partidos del país (PSOE y PP). El mismo Feijóo autorizó a González Pons para que todos los presidentes y líderes regionales del partido tuvieran un protagonismo en Sevilla dejando clara su apuesta autonómica. Casado se hizo a un lado de modo elegante. El nuevo pastor del rebaño conservador no cree en «adanes, caudillos ni salvadores», habló del «bilingüismo cordial», de «la política madura», de moderantismo, esa vieja tradición española canovista. Se hace evidente que hemos entrado en un nuevo tiempo político.

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