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A vuelapluma

Alfons Garcia

El sonsonete corrupto

El sonsonete corrupto

Ni siquiera sesenta días y la guerra ha dejado de abrir noticiarios de la televisión e incluso a desaparecer de las portadas de los diarios. ¿Cuánto tiempo se necesita para que el horror sea normal? La respuesta podría definirse como la regla de la supervivencia. O quizá la de la indigencia existencial. Si te manchas y tienes otra camisa, te la cambias. Si te manchas y vives en la calle con lo puesto, lo único que te queda es habituarte a la mancha, a verte con ella, a vivir con ella. Siempre la maldita y cansina mancha. Porque siempre habrá otra, que tapará la anterior. El olvido no limpia, es un mal detergente, solo oculta durante un tiempo la suciedad de las entrañas.

Las composiciones musicales se construyen sobre la repetición de fragmentos, que vuelven de alguna manera. Necesitamos esos retornos. Para identificar la obra y para identificarnos a nosotros. No es muy diferente el día a día. Sobre un plano que hemos convenido lineal reaparecen hechos y personajes. Forman el ritornelo de una extraña sonata que nos vuelve a decir que el mundo es un lugar donde el fuerte ejerce la violencia sobre el débil siempre que puede. Nos empeñamos en dictar normas, en regular casi todo, pero siempre hay manchas que nos recuerdan cómo es esto llamado humanidad. Ucrania ha vuelto a mostrar que lo más que podemos aspirar es ayudar a unas cuantas personas y olvidarnos de eso tan bárbaro llamado mundo. ¿Pero hasta cuándo? ¿Cuándo la solidaridad se convierte en un problema?

El estribillo de los valencianos contiene notas agudas de corrupción desde hace mucho tiempo. No es que sea un sonido nuevo y exclusivo. Existe desde que circula el dinero. Pero aquí suena mejor por una conjunción de factores, entre los que está la tendencia a la grandilocuencia y el espectáculo. O al subrayado. Aquí los planos urbanísticos no se han hecho con tinta china, sino con marcadores de colores fluorescentes. Aquí el show de las mordidas se ha realizado con personajes tan sainetescos como Marcos Benavent, alias el yonqui del dinero, y con escenas que dejan tan poco lugar a la imaginación como la de aquel político contando billetes voz en alto en el asiento de un turismo de lujo.

El estribillo ahora es Azud, que tiene la tentación añadida de la generalización. De exponer que aquí no se ha salvado ni Dios. Que ha habido podredumbre en todos los rincones de la política y que hubo un momento en que esta llegó a concebirse como viable solo sobre los ladrillos del dinero fétido, el que paga favores y campañas y luego exige recompensas. Que en ese juego entró sobre todo la derecha, que era la que concentraba la mayor parte del poder, pero también la izquierda de varios colores. Lo mejor del sonsonete de Azud será volver a mirar al pasado, tan cercano, para observarlo con serenidad y justicia y celebrar que es pasado. Celebrar que existió también una sociedad que reaccionó, porque no perdió la capacidad de identificar la basura moral. Lo peor ahora, en este momento de pujanza de los destructores del bien común, sería utilizar Azud, esa casa común de la corrupción, para blandir el discurso de la antipolítica. Porque, como decía el poeta, si no haces política, te la hacen. De eso saben los que reniegan del sistema. De olvidos, manchas y ritornelos de la Historia.

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