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A vuelapluma

Alfons Garcia

Dobles realidades

El Rey Felipe VI.

Isabel Díaz Ayuso habla de guerras culturales y de «malcriadas» que quieren la libertad de volver solas y borrachas a casa. Más leña al fuego de la culpabilización de las mujeres. Justo ahora, mientras la violación grupal de Burjassot deja más heridas de las justas. Desde el primer momento se ha sembrado la sospecha de la culpa de ellas. No es nuevo, pero sorprende que se pueda extender la idea de que dos niñas de 12 y 13 años entregan sus cuerpos libremente a otros jóvenes. Que puede haber consentimiento pleno para un acto de esta naturaleza en el que un grupo de chicos comparte, como si no tuviera valor, el cuerpo de una niña, reducida solo a materia carnal.

No es otro lunes. El rey espera a su padre. Está nervioso. En los papeles pone que él es la autoridad, el jefe del Estado, pero quien llega hoy es además su padre. Doble vara de poder. El rey pide unos informes. Quiere ocupar la mente. Quiere ponerse al día sobre esa viruela de la que hablan las noticias. También dicen los periódicos que la Casa Real está incómoda con el emérito. ¿Qué es la Casa Real? ¿Tiene sentimientos un ente abstracto? Al rey le gustaría hablar, expresarse, pero no puede, hablan fuentes cercanas a la Casa y los amigos del padre. ¿Qué amigos?, se pregunta.

La guerra cultural contra el feminismo es una guerra de poder. Como casi todas. En los conflictos siempre hay que preguntarse por el statu quo, la situación de partida que unos quieren cambiar y otros perpetuar. Ayuso presume de tierra de tabernarios y pandilleros, pero debe de ser solo de ellos (en masculino). Ellos sí pueden tener la libertad de volver borrachos a casa. Ellas, no. Su libertad tiene un límite, un ‘hasta cierto punto’ a partir del cual, una vez se rebasa, se empiezan a justificar (o entender) males y agresiones.

El rey no puede concentrarse en los informes. ¿Cómo decir a un padre que es un problema? El rey de ahora es ejemplar y austero. Son los conceptos que los asesores y expertos han cincelado para su mandato. Se trata de salvar la institución, dijeron. El rey piensa si la institución, cualquiera, vale tanto para repudiar a un padre, aunque no le guste el personaje que ve en las televisiones.

La guerra cultural es intentar frenar cambios en un mundo de hombres. Conservar, volver a mundos idealizados del pasado, ofrece un manto de seguridad que consuela cuando la vida es inestable. La derecha, la extrema especialmente, lo aprovecha en tiempos revueltos. Mientras, siguen llegando noticias de nuevas violaciones en grupo. No es solo cuestión de educación. Se necesita algo más, porque esta sociedad no está sabiendo poner el sexo en su sitio. Normalizar la vida sexual no es naturalizar la pornografía.

El rey sabe de soledades. Fue de las primeras cosas que aprendió. El poder aísla. Unos le temían y otros buscaban beneficios. El rey ha visto al padre en malos momentos. No ha tenido una biografía fácil. Criado solo, en mil palacios. A su lado, la biografía del rey es plana: un camino de preparación y virtud. El rey discreto. La ocasión en que se salió de ese papel le llovieron los problemas en Cataluña. Tenía dudas. Como ahora. Qué hacer con el padre. Le molesta tanta atención. Piensa en sus hijas, en todo ese clan Borbón que llena las revistas. Le gustaría otra cosa para sus hijas, pero no sabe si podrán escapar del círculo del dinero y la fama. Lee sobre las últimas violaciones grupales. Tienen su edad, pero son de otros mundos. La vida no es igual para todas. Eso quiere pensar, aunque sea un fracaso. El rey ejemplar no sabe si es un buen ejemplo.

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