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A vuelapluma

Alfons Garcia

Sobran machetes

Los candidatos a las elecciones andaluzas, antes del debate de TVE.

Puse el debate sin ganas (Andalucía queda lejos), más como sonido de fondo tras un día largo que con interés despierto, y confieso que me engancho. Tampoco pasó nada extraño, así que supongo que es la extraña adicción de los que estamos metidos en este vociferio, difícil de explicar a otros mortales, ajenos a estas cosas de la política y preocupados por la rutina laboral, el precio del diésel, el divorcio de Shakira y, como mucho, el estado del hueso del pie de Nadal. Así que sé que esta columna es para los del circuito, esos que creemos que repartimos verdades cada día, pero no nos escucha más que un minúsculo porcentaje de población, que nos consuela pensar que al menos es relevante, aunque habría mucho de qué hablar. No es el día. Lo que quería decir es que no pude evitar el debate. Y que me sirvió al menos para una cosa: para tener claro que no es lo mismo Vox que la izquierda a la izquierda del PSOE, que no vale la equiparación que intenta la derecha clásica para blanquear sus alianzas, que Vox no es equivalente en el extremo contrario a Podemos o a formaciones de perfil autonomista/nacionalista de izquierdas. Que me diga alguien si alguna de las propuestas o las ideas o las críticas que dejaron las mujeres de la izquierda tenían un sesgo contra el sistema o contra la convivencia. Ese es el problema dirán algunos, que se han moquetizado, se han impregnado del color, el olor y las palabras de la casta. Pero ese no es el debate hoy tampoco. Lo que exhiben hoy estas fuerzas es una lealtad total a los consensos sobre los que se ha construido la democracia española desde hace cuarenta y pico años. Pueden no estar de acuerdo con la jefatura del Estado, vale, pero no amenazan la convivencia como hace Macarena Olona al condenar con violencia verbal la inmigración ilegal y deslizar que se dedican a crear inseguridad dando «machetazos» por las calles, a diferencia de los buenos emigrantes españoles que se iban para Alemania en los años 60. Lo hace con un dedo erecto que más que señalar, amenaza. Y algo parecido se podría decir de cuando niega la violencia machista.

«No sé si salir corriendo de miedo o reírme porque parece una parodia», escribo a un amigo de derechas de toda la vida. «Esa risa que nos da es su victoria, porque parece menos peligrosa», contesta.

La anomalía es que esas ideas excluyentes estén pasando a formar parte de gobiernos, que la sociedad evite construir barreras al odio manifestado a las bravas, que nos lavemos la conciencia pensando que eso dicen, pero que el poder los va a institucionalizar y no van a llevar a la práctica lo que dicen. Será una utopía, pero hace tiempo que ha llegado el momento de reformas políticas que pongan difícil gobernar a los que amenazan la convivencia y la diversidad (lo dicho sirve para Cataluña). El modelo actual se ha demostrado que propicia los acuerdos con los ultras. Y nada indica que pensemos hacer algo, más que esperar a que la serpiente se acerque.

Cuando acabó el debate, todos (los que se pudo ver) se saludaron con la normalidad de la cotidianidad. Entre sonrisas y besos. Mientras los tertulianos descifraban claves con la misma normalidad, apagué las luces y me fui a la cama arrastrando los pies.

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