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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Arquitecturas de la Caixa

La Caixa es la última gran caja de ahorros que sobrevive a la debacle de la banca social que perpetró la clase política de la democracia española, aunque tampoco parece que les haya ido de maravilla a sus homónimas alemanas, las sparkassen. Como esa sigue siendo su condición, La Caixa no reparte beneficios entre sus inexistentes accionistas, sino que debe reinvertirlo en su obra social. Ésta resulta enorme, un aparato de becas, actividades y difusión cultural capaz de competir con cualquier administración pública. Cuenta con recursos considerables y suele dotarse de profesionales eficientes. Tal vez por eso, pueden llegar a acuerdos con las mejores instituciones museísticas como el British Museum, el Louvre, el Prado o el mismísimo MoMA para producir exposiciones de alto valor patrimonial que transforman en potentes difusores didácticos sobre el arte, la historia y la cultura en general.

Algunas de las mejores exposiciones que he visto en mi vida han sido producidas por La Caixa, la misma entidad que en plena oscuridad cultural del franquismo le encargó su reconocible logotipo a Joan Miró. Recuerdo una muestra magistral sobre los sumerios que contemplé muy complacido en el Caixa Forum de Madrid, donde también pude disfrutar muchísimo con otra exposición dedicada a la arquitectura constructivista rusa. En Palma visité con mis hijos un delicioso montaje sobre los orígenes del cinematógrafo, exposición que todavía mantienen en catálogo y que, actualmente, itinera por sus instalaciones en Gerona.

Como los catalanes suelen hacer las cosas con rigor y contenido, crearon a raíz de las Olimpiadas del 82 un nuevo artefacto cultural al que llamaron Caixa Forum, un recinto polifuncional. El primero de ellos se abrió en Barcelona tras una respetuosa intervención en una antigua fábrica modernista que era obra del genial Puig i Cadafalch, profesor desde la escuela barcelonesa de Arquitectura de buena parte de la primeras y mejores generaciones de arquitectos valencianos: Mora, Peris Ferrando, Guardiola, Rieta, Viedma, Goerlich, Borso, Pecourt… Más tarde, coincidiendo con su expansión española, la idea del Caixa Forum fue extendiéndose por el país.

Su más osado desafío fue Madrid. La Caixa era valorada como una entidad que apostaba por la cultura y, en especial, por la buena arquitectura. Su primera sede fue un palacete modernista de Sagnier (autor de una deliciosa casa en la calle de la Paz en Valencia); décadas después le encargaría una torre de oficinas al maestro Coderch. Para su aterrizaje en la capital de España, La Caixa tiró la casa por la ventana. Todo un manifiesto político para quien así quisiera entenderlo. Los catalanes contrataron a los mejores arquitectos del mundo en aquel momento, la pareja suiza Herzog&De Meuron, quienes tenían que concebir un Caixa Forum en el Paseo del Prado madrileño, rodeado de los mejores museos del país. Los suizos hicieron magia y legaron una obra maestra de la arquitectura contemporánea: vaciaron una antigua fábrica de electricidad, dejando como en el aire, suspendidas, las fachadas de ladrillo visto, transformando por completo el orden lógico de la arquitectura preexistente. La operación fue un éxito.

Valencia, en cambio, había quedado fuera de la órbita de La Caixa, preocupados, quizás, por la virulencia del anticatalanismo en la ciudad valentina. En los 80 abrieron una pequeña sala de exposiciones en la calle Correos que dirigió con criterio Pablo Ramírez. Pero aquello se cerró y nunca más se supo. Eran los tiempos de la emergente CAM y del despegue cultural de Bancaixa tras deshacer un edificio de Gómez Davó. Hasta que la Generalitat, a través de Cacsa, heredó un muerto, el Ágora de Santiago Calatrava al que nadie conseguía extraerle utilidad. A unos centenares de metros yacen los restos de las lamas retráctiles que iban a cubrir el edificio ideado por el valenciano afincado en Zurich. Con ellos, el artista callejero LUCE ha llevado a cabo una intervención alternativa y azarosa digna de ser visitada.

Suponemos que fue el propio president Ximo Puig quien le pidió encarecidamente a la fundación de La Caixa (Isidre Fainé) una adecuada inversión cultural para Valencia. Y si era en el Ágora, mataba dos pájaros de un tiro. Por esta vez no se podían negar porque La Caixa tiene ahora su sede oficial en el edificio del Banco de Valencia en la calle de las Barcas, una joya neocasticista de Almenar, Goerlich, Gómez Davó y Traver. Así pues, La Caixa más valenciana estaba dispuesta a dotar de funcionalidad a la pechina gigante de Calatrava, 80 metros de altura, para lo cual ha invertido cerca de veinte millones de euros.

No es la primera vez que ocurre con Calatrava. Su vecino Museo de las Ciencias fue intervenido en su interior de modo acusado para poder albergar un mínimo relato museístico. Con el tiempo, esa especie de proscenio ante la fachada acristalada ha sido abandonado y el resto convertido en un gran salón recreativo. No hay otra vía. Calatrava es más ingeniero que arquitecto de espacios interiores. Así que el profesional contratado por La Caixa, Ruiz-Geli, ha respetado el osario estructural de Calatrava y ha llenado su interior, no tanto de arquitectura como de escenificaciones flotantes. Hay un brillante teatro con estalactitas del artista Frederic Amat, aunque con sus laterales muy incómodos y techumbre biotech. Una nube como de algodón infantil de la que surge un arco iris de Inma Femenía, la joven artista de Pego subida a un carrerón. Un juego de pisos y escaleras que recuerdan el espacio de la Física en el Science Museum de Londres, otro edificio historicista también intervenido para dotarlo de usos modernos. Unas salas expositivas relativamente pequeñas –con una buena exposición egipcia y una laberíntica muestra de paisajes más actuales: con un Courbet, un Miró y una Tacita Dean, maravillosos–.

Enfrente, una serie de bóvedas llamadas “catalanas” dan la bienvenida al espacio cenital. Bóvedas que desarrollaron maestros de obra y arquitectos catalanes, ciertamente, como el propio Gaudí, pero bóvedas, o voltas, que proceden de las aristadas que crearon Francesc Baldomar y Pere Compte, los maestros pedrapiqueros de las Torres de Serranos y la Lonja, genios del arte de la estereotomía que aunque posiblemente de origen catalán, como sus nombres indican, se desarrollaron creativamente durante el siglo de oro valenciano. Su legado sería trasplantado y modernizado centurias después en América por otro genial valenciano, Rafael Guastavino, y por el hiperbólico exiliado Félix Candela, coautor del primer estadio Bernabeu y cuya última obra no fue otra que el Oceanográfico de Valencia.

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