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A vuela pluma

Alfons Garcia

Lo que sé de Oltra y ‘los miserables’

La dimisión de Mónica Oltra

Los Miserables. Así llama el protagonista (político) de la última novela de David Trueba a los periodistas. Cuando a unos nos cuelgan estos tratamientos, algo pasa. Y no bueno. Pensé en ello durante la comparecencia de despedida de Mónica Oltra. La distancia enfría la mirada. La vi en diferido a casi 600 kilómetros de València y escuché sus críticas al «ecosistema mediático». No voy a dejarme llevar por corporativismos. En esta selva hay todo tipo de bichos y que cada uno se defienda como pueda. Pero me parece irreal e inverosímil cuando en situaciones de este tipo se carga contra casi todo (los compañeros de gobierno, la oposición, la justicia y los medios de comunicación), pero no existe ni rastro de autocrítica. Como en las últimas semanas, queda la sensación de que esperaba algo diferente: un apoyo firme, sin fisuras y hasta el final de Compromís y del Consell, de la mayor parte de la prensa y del ala progresista, al menos, de la judicatura. Queda el regusto de ‘no lo merezco’. Creo que olvida que casi nadie hizo sangre contra ella cuando empezó toda esta larga y lamentable historia de los abusos de su entonces marido a una niña tutelada de la Generalitat. Incluso después de la primera condena judicial los pies mediáticos no salieron demasiado del tiesto. Luego ha habido circunstancias, en forma de autos del juez instructor, la fiscalía y el TSJ, que han puesto en evidencia que, como mínimo, la atención de la conselleria a la menor tras su denuncia fue deficiente. Ya dirán si ilegal además. Será injusto para quien ha estado siempre del lado de «los vulnerables» —y es verdad que algunos poderosos del dinero han aprovechado para saldar cuentas e intentar desacreditar al Gobierno valenciano—, pero hubiera sido injusto (para todos, para el sistema) que ella hubiera tenido un trato diferente del famoso ecosistema de ‘los miserables’.

Transcurridos unos días, aún quedan algunos campos vacíos para terminar de hilar el relato de la gran decisión. La gran incógnita es qué pasa, si pasa algo, entre la mañana y la tarde del martes para que en las primeras horas del día su equipo trasladara con firmeza que la vicepresidenta no iba a dimitir y justo sucediera eso unas horas después. Como se ha publicado, en ese intervalo pasa una comida entre ella, sus colaboradores más cercanos y la cúpula de Compromís. A ese almuerzo, Oltra llega ya con la recomendación de sus abogados de que es mejor para ella dejarlo todo y que la causa regrese al juzgado de instrucción, según el relato de algunos de los asistentes. Es menos arriesgado que exponerse en el Tribunal Superior de Justicia. Es también lo que trasladan letrados de algunos de los cargos y funcionarios investigados, de los que Oltra se ha sentido muy próxima (y responsable de su situación, creo). A esa comida, ella llega con esa mochila. La intervención del alcalde de València, Joan Ribó, en ese encuentro es trascendental: el impulso final para la decisión. Algunos plantean que la coalición salga esa tarde con un mensaje de apoyo y que sea ella en los días siguientes la que maneje los tiempos de la dimisión. Otros dirigentes lo rechazan. Alegan que no caben más escenificaciones. Apelan a lo llovido por los bailes del sábado anterior. No valen más fiestas. La suerte está echada en ese momento.

Lo que sucede a continuación ya es conocido. Oltra no habla con Ximo Puig, como ella remarcó con los dientes apretados, pero al entrar ella en la sala de prensa en el Palau ya están advertidos de lo que va a decir. Compromís no ha querido la ruptura. Como tampoco Puig, aunque haya estado dispuesto a la destitución, si llegaba el caso. Ambos se necesitan. Se juegan demasiado.

Una de las novelistas actuales que prefiero, la irlandesa Maggie O’Farrell, dice que es fundamental escribir sobre cosas que duelen. Pienso en ello al ver de nuevo la comparecencia de Oltra. La vicepresidenta se va exhibiendo su dolor. Mucho con Puig. Me parece ver abierta la misma cicatriz que en 2015, cuando ella peleó la presidencia de la Generalitat hasta el final. Entonces Compromís y Podemos sumaban más diputados que los socialistas. Asumió la aritmética simple que decía que Puig era el más votado (por poco) de la izquierda porque ni Antonio Montiel ni, sobre todo, Pablo Iglesias le dieron el apoyo final: los morados necesitaban al PSOE en otros pactos autonómicos y municipales. Es verdad que luego vino un tiempo de idilio con Puig, por la ilusión del cambio y porque descubrieron que no estaban tan lejos, pero la cicatriz volvió a supurar con el adelanto electoral de 2019 decretado por Puig. En clave interna, este empezó además a apoyarse más en otros miembros del Consell y fue dejando de entenderse con Oltra, siempre ambiciosa y estratega (no son peyorativos). El distanciamiento necesita tiempo. Y reciprocidad. Y en este caso ha habido ambos. El alejamiento se ha acentuado además mientras el liderazgo de Puig se afianzaba. De «hiperliderazgo» ha vuelto a hablar algún asesor de ella. Demasiado liderazgo en tan escaso terreno.

Si hay que escribir desde el dolor, de Oltra me duele la dinámica —no exclusiva y no sé si más suya o de los suyos— de situarnos a casi todos ‘los miserables’ en el conmigo o contra mí. Seguro que hemos (he) hecho cosas mal, pero ha habido demasiados prejuicios de partida. De Oltra hay que poner en valor, ahora que se va (habrá que ver a qué distancia se pone), la habilidad para mantener cohesionado un producto político híbrido y joven como Compromís, aunque haya sido en muchas ocasiones con un manto protector de dominio todopoderoso.

En una de las películas que más recuerdo, El espíritu de la colmena, la niña Ana Torrent dice entre susurros que en el cine todo es truco. Y todo en la vida es cine, como dijo el maestro. También la política. Pienso en ello al ver la despedida de Oltra, porque dice que se va por Compromís y por las políticas iniciadas en 2015, pero el sentimiento que destila es que se va sin querer irse, a la fuerza. Al final, Compromís, como ente abstracto, ha demostrado más madurez de la que muchos presumían. Llegado el momento definitivo, le dejó claro que la cree, pero que todo no podía continuar igual, con el desgaste diario y el riesgo de dejar lo empezado en 2015 roto, moribundo y muy difícil de resucitar. Entiendo que ella estaba tan imbuida en lo suyo que estos días no lo pudo asumir. Lo hará cuando el tiempo haga de las suyas. Eso creo. Porque no ganan los malos. O no son los que más ganan.

Candilejas es una gran película sobre despedidas. No sé qué será de Oltra. Es posible que salga bien parada de los tribunales ante la falta de «pruebas físicas», pero es verdad que —lo decía la jurista Elisa de la Nuez— se tiende a asimilar responsabilidad judicial con política, un error de democracia inmadura. No sé qué pasará, pero como dice ese actor venido a menos en Candilejas: «El tiempo es un gran autor. Siempre da con el final perfecto».

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