Nos lamentamos de la falta de políticos mundiales de altura y con alcance; sollozo que se intensifica conforme sus exposiciones y escrutinios públicos son, cada vez, mayores. Acaba de dejarnos uno de talla y obra: me refiero a Mijail Serguéyevich Gorbachov. Su fallecimiento ha sido noticia y dejará de serlo en breve por la inclemencia informativa y la volatibilidad de los tiempos. Y ello pese a la importancia de su figura y de su legado.

Me solivianto cuando llega a mis oídos la afirmación de que los atentados a las torres gemelas cambiaron el curso de la historia. La aseveración anterior es falsa. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 no cambiaron nada, o casi nada; soló agudizaron una situación político-internacional ya preexistente. Sin embargo, el Presidente Gorbachov fue protagonista de cambios profundos con consecuencias que perdurarán en el futuro.

Tuvo la valentía de reconocer que el monstruo soviético: la U.R.S.S, no era viable y que su salvación pasaba por la implantación de reformas estructurales internas como la glasnot (en lo político) y la perestroika (en lo económico). En el exterior, paralizó la carrera armamentística y acordó con el enemigo estadounidense la reducción del número desmedido de misiles, lo que permitió alejar la temida conflagración nuclear que singularizó a la guerra fría a la vez que, de paso, oxigenaba la maltrecha economía soviética. A ello, sumó la remisión del derecho de intervención en los países de su órbita de influencia del que se había abusado en Hungría (1956) o Checoslovaquia (1968). Gracias a esta nueva posición, las tropas del ejército rojo salieron de Afganistán y no fueron enviadas para apuntalar la inesperada caída del muro de Berlín y el consiguiente colapso de la artificiosa República Democrática de Alemania (R.D.A); hecho, este último, que desembocaría en la reunificación alemana y la impulsión de la unión europea.

Siempre me llamó la atención la convicción y la moderación de Mijail Gorbachov. Firmeza de ideas y rectitud en el porte; finura en el parlamento y mesura de gestos; paradigma de político y de ejemplaridad humana. Mantuvo la compostura tras el fallido golpe de Estado del que fue víctima en 1991 y la volvió a poner a prueba, poco después, cuando anunció, a través de la televisión estatal, que la U.R.S.S dejaba de existir. Asumió pragmáticamente este resultado sin intentar revertirlo, sin recurrir a la violencia con la que forzar las cosas en el interior y en el exterior. Como resultado, le regaló al mundo una gran victoria, aunque tuviera que acabar refugiándose de su estrepitoso fracaso en una Fundación que lleva su nombre. A veces, he recurrido a su página web (https://www.gorby.ru/en/) en busca de materiales que me sirvan de bitácora para interpretar la compleja realidad internacional, como es el caso del comunicado en el que se imploraba por el cese de la agresión rusa a Ucrania y la solución negociada del conflicto.

En Rusia, fue sucedido por un Presidente que aceleró las reformas pero que acabó sus días ahogado en vodka. Le sustituyó un salvador de la patria con apariencias de matón; regencia interrumpida temporalmente por una figura gris que evidenció ser títere del anterior. Lo alcanzado por el denostado Gorbachov, está siendo desmantelado en aras del resurgimiento de una nueva era imperial, aunque este intento idealista esté consiguiéndose a base de incentivar el nacionalismo y recortar libertades; cortar suministros e invadir territorios. Retornamos así a un pasado que creíamos superado; involución interna y ensombrecimiento de las relaciones internacionales que resultaban difíciles de imaginar.

Con el deseo de un veredicto más justo e imparcial, sobre su vida y logros, en un lapso no muy lejano, en el que prime la atención y se priorice la resolución de los desafíos globales que nos conciernen a todos, Mijail Serguéyevich Gorbachov, descanse en paz.