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Alberto Soldado

Sobre impuestos e identidades

Anda la clase política enzarzada en el debate sobre fiscalidades. Unos, los de la derecha, acusan a los otros, los de la izquierda, de disfrutar subiendo las contribuciones y argumentan que eso perjudica a la economía. Los otros, los de Sánchez, responden que los ricos pagan poco y que deben contribuir más a la hacienda pública para que podamos sostener los servicios públicos del que comienza a ser viejo estado del bienestar… El caso es que hay razones y sinrazones para todos y que, a pesar de la innegable escalada de los tributos a pagar, ni mejoran los servicios públicos, con listas de espera eternas, hay restricción de servicios en las mútuas de salud y carreteras faltas de mantenimiento. Y con la inflación, sueldos cada vez más escuálidos. No digamos sobre los medios de la justicia, sometida a una presión de trabajo cada vez mayor. Por si el barullo mediático no fuera poco, colaboran en él los diferentes criterios de las diferentes autonomías.

A la presidenta de Madrid se la acusa de competencia desleal por su cuota a la hora de aplicar el impuesto de patrimonio y de sucesiones pero, ante la proximidad de las elecciones, barones de todos los signos intentan bajar las gabelas que pueden. Total que, por esta o aquella razón, caminamos sin demasiados estruendos hacia una Confederación política que será una manera de disminuir el peso de la administración múltiple. Una cosa que siempre reclamó la derecha, la de rebajar el peso del Estado. No sé por qué la derecha se empeña en hacerse de izquierdas, en hacerse jacobina, en reclamar igualdad de derechos y deberes para todos los españoles, aplicado también a las contribuciones. Si fuese coherente alzaría la voz contra Navarra y el País Vasco pero lo que hace es imitar el modelo de desigualdad. También puede ocurrir que la izquierda se haya hecho de derechas, que en este totum revolutum, podría ser. Ya dijo una vez Zapatero que bajar impuestos era de izquierdas…Y Ximo Puig parece que va por ese camino. Lo que pasa es, simplemente, que la derecha y la izquierda están enjauladas en un poder superior e invisible que marca autopistas de las que no puedes salir y hay que pagar peajes para entrar. Llama la atención que la derecha se acoja a la filosofía del materialismo, el que analizaba la historia desde la perspectiva puramente económica, y se dedique a predicar sobre gestiones de impuestos. No me veo a Feijoo debatiendo sobre políticas sentimentales. A la derecha se le atraganta parlamentar sobre principios e ideas filosóficas, terreno en el que la izquierda tiene horizontes lejanos sin oposición. Fíjense cómo se pusieron, derechas e izquierdas, porque en el preámbulo de la Constitución húngara se mencionó a San Esteban, primer rey de los húngaros, aunque en el articulado se dejase irrevocablemente clara la separación entre Iglesia y Estado. Cositas de estas hacen dudar sobre identidades europeas. Paradójicamente la identidad europea estriba en carecer de identidad. El ser consiste en no ser. Al mismo tiempo que la izquierda apuesta por una humanidad post-identitaria, en España apuesta por alianzas con los identitarios regionales. Que alguien me lo explique. Seguramente no hay otra razón que aquella de no hacer el caldo gordo a los rivales.

Leyendo la prensa del siglo diecinueve era habitual encontrarse noticias sobre incidentes, a veces graves, de gentes del pueblo ante la llegada del recaudador de contribuciones, pues entonces se cobraban en mano. Era tanta la pobreza que no faltaba quien acudía con un buen garrote a pagar la contribución y se armaba la marimorena. Aquella profesión de recaudador era de alto riesgo. Aquellos lugareños no entendían de más filosofías que ver a un tío trajeado con papeles que llegaba a robarles el bolsillo vacío. Para ellos el Estado era un ladrón. Me temo que los lugareños y los urbanitas de hoy, con o sin garrotes, reniegan de filosofías y tienen claro que les roban incluso lo que trabajaron sus padres Mucho cuidado.

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