la columna

Política por 14 euros

Julia Ruiz

Julia Ruiz

La clase política española cuesta al año 14 euros por habitante. Al menos este es el cálculo que ha hecho un profesor de Economía de la Universitat de València con el objetivo de desmontar ante su alumnado la acusación popular de que estar en política es un chollo a costa del sufrido contribuyente. Huelga decir que, en general, la imagen pública de la clase política está muy tocada y que los casos de corrupción y determinados comportamientos hacen muy comprensible la ola de rechazo que genera.

Sin embargo, la idea de este profesor es interesante por lo gráfica que resulta. 14 euros puede costar un vaquero, un libro o un menú de mediodía, por poner sólo algunos ejemplos. A priori, no parece algo desmesurado. El problema, por tanto, no es el coste per se. Todo precio es o no justo en función de si las expectativas generadas quedan o no satisfechas.

Si la valoración se mueve en términos macro, es decir, si hablamos de disponer de una democracia representativa, de un sufragio universal, de elecciones periódicas y de un Estado de Derecho como marco, 14 euros es una bagatela.

Ahora bien, si el nivel de análisis es individual y centrado en si nuestros representantes aciertan en la gestión y nos hacen la vida más fácil o por el contrario, son incapaces de resolver nuestros problemas, la cosa cambia y 14 euros puede ser mucho dinero y mal invertido. Probablemente así puede serlo para Francisco Miguel, el vecino de Picanya aquejado de una tetraplejia que, según contaba Gonzalo Sánchez la semana pasada en las páginas de este diario, lleva cinco años esperando una rampa que le permita subir al metro. O, por poner otro ejemplo reciente, también puede verlo así quién considere claramente oportunista el paso dado por la ex portavoz de Ciudadanos, Ruth Merino, de abrazar la causa popular apenas tres semanas después de abandonar un partido moribundo y no muchos meses después de haber abominado públicamente del bipartidismo.

En Psicología está bastante estudiada la personalidad del líder (o lideresa), personas a las que se les atribuye un alto motivo de poder (es decir, que dirigen su conducta a lograr control e influencia sobre los demás), y que poseen un nivel muy alto de autocontrol, si bien puntúan muy bajo en el motivo de afiliación.

Es decir, de un lado, inhiben aquellas conductas no aceptadas socialmente y, de otro, no manifiestan un especial interés en asociarse y conseguir relaciones afectivas estables con otras personas.

A diferencia de otros motivos de carácter innato, el motivo de poder y el de afiliación son adquiridos, es decir, se aprenden. Teniendo en cuenta lo complejo del proceso de aprendizaje y la cantidad de factores de todo tipo que influyen en él, en la esfera política, no estaría de más preguntarnos por qué entre todos construimos liderazgos que, hablando en plata, se esfuerzan en disimular y van justos de empatía.

Seguramente, pocas personas pagarían de buen gusto un euro más al año (o dos) si ello garantizara una clase política menos formal y con más necesidad de intimar con la ciudadanía.