MIRADAS

Talentos hipercríticos

José Luis Villacañas

José Luis Villacañas

Con el pie en el estribo del avión que me ha traído a Chile, se agolpan en mi mente esas noticias que hacen imposible no despedirse de la madre patria con alivio. Puesto que no he logrado naturalizar el sufrimiento que nuestro país me produce, al menos me permito con buena conciencia no tenerlo tan presente. Es más, no ignoro del todo la secreta esperanza de echar de menos a España un poco.

Mientras esa nostalgia se presenta, dos noticias nos persiguen como sombras oscuras que hieren la autoestima. La primera, esa historia del caso Mediador, el diputado canario que presuntamente organizó una trama de mordidas. Si mordió o no, será fácil saberlo, ya que repartía con la facilidad de un limosnero el número de su cuenta corriente entre colegas de francachelas. El PSOE se ha dado prisa en retirarle el carné, pero fue el último en enterarse de las aventuras de este grupo indigno, conocido por cualquiera que estuviera al tanto de lo que pasaba en las Islas. Ahora recuerdo la rapidez, rigor e inquina con que el aparato de la justicia se desprendió de Rodríguez, el diputado de Podemos, con excusas que causaron estupor en cualquiera que tuviera una idea de la dignidad del Parlamento. Allí no hubo garantías ni cautelas. Con Rodríguez la justicia operó fulminante. El Mediador, por contra, ha podido realizar su presunta tarea delictiva, grotescamente indigna, el tiempo suficiente como para merecer ese nombre legendario.

Cuando creíamos que estas cosas ya no pasarían más, ahí están, como un calco de los protagonistas de los ERE en Andalucía. La corrupción política, no debemos olvidarlo, brota de la corrupción moral. Es aquí donde surgen las preguntas, pues el carácter no puede ocultarse. ¿Cómo reclutan los grandes partidos al personal de la política? ¿Cómo se escala en el seno de la máquina partidista? ¿Cómo se valoran los ascensos para dar entrada a gente de esta calaña? Resulta inconcebible que no se extremen los controles en este campo, cuando lo que nuestra sociedad se juega en las próximas elecciones es de una trascendencia enorme, vital. Ante una situación de incertidumbre tan profunda, cualquier flanco abierto en las filas gubernamentales es letal. ¿Acaso se ignora esto? ¿Acaso se desconoce que lo que mantiene la apariencia de que el PSOE es un partido es precisamente que Sánchez preside el Gobierno? Ya sabemos que las federaciones socialistas son una fábrica de divergencias políticas. Lo insoportable es que alguna otra federación se una a Andalucía a la hora de encubrir la corrupción.

Y es que en la próxima jugada se van a echar todas las cartas. Si no, que se lo digan a los directivos de Ferrovial, que no sólo han mostrado el ethos específico de algunos de los grandes de España, la violenta y despiadada ingratitud, sino que además han querido manifestarla justo en la ocasión que más daño hace. En realidad, han querido golpear a Sánchez de la forma más hiriente, lanzando el mensaje central de su pedagogía: quien se atreva a tocar sus intereses, por tímido que sea el ataque, lo pagará. El mensaje no puede ser más transparente. ¿No coqueteaba Sánchez con Holanda? ¿No se mostraba amigo de su primer ministro? ¿No había hecho de su mejor tarjeta de visita su alineamiento con los planteamientos europeos? Pues precisamente a Holanda se va Ferrovial, después de haberse hecho grande con los impuestos de la ciudadanía española. Y se va después de participar en un encuentro con líderes del PP y con los argumentos que sólo podría esgrimir un enemigo de España: que no hay seguridad jurídica -que se lo digan a Rodríguez- y que España no tiene triple A en las agencias de calificación.

Me gustaría saber lo que opina de este asunto la Sra. Roca Barea y su tropa de imperiofílicos acólitos, ya estén instalados en VOX o en el PP. La familia Del Pino, la cima de la nobleza empresarial española, la que unía sus destinos a las grandes obras del Estado, entrega su futuro no a cualquiera, sino al gran enemigo histórico de España, al causante de nuestra decadencia, al ejecutor de nuestra gloria, al creador de la Leyenda Negra, a la protestante Holanda. ¿Nada que decir, discípulos de Gustavo Bueno? El mismo día en que Ferrovial anunciaba su acuerdo, su majestad Felipe VI inauguraba un portal digital en el que se podría por fin mostrar al mundo la gloria de España y dar pruebas de que su obra civilizatoria era de relevancia mundial. En ese mismo discurso hizo un llamamiento a que en este portal, que enlazará biografías y topografías, podrían moderarse aquellos talentos hipercríticos con la historia de España y llegar a sentir el legítimo orgullo de ser español.

Quizá sea este un discurso que cualquier Jefe de Estado deba hacer, desde luego. Sin embargo, me pregunto a quién se referiría el rey al aludir a estos «talentos hipercríticos».

¿Estaría hablando de los directivos de Ferrovial? ¿De la familia Del Pino? Mientras tanto, debo confesar que vincularía el orgullo de ser español a que no hubiera más casos Mediador, y a que aquellos que se han hecho ricos con los impuestos de nuestra ciudadanía no mostraran una ingratitud insolidaria tan descarada. En un país así, yo no formaría parte de esos talentos hipercríticos.

Mientras tanto, sólo la reflexión crítica nos permite mantener vivo el sueño de llegar a ser algún día ese país del que sentirnos orgullosos.