Ágora

La transición será ecológica o no será

Izabel Rigo

Izabel Rigo

El 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, que se instituyó hace cinco décadas, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano de Estocolmo. En esta ocasión, por primera vez, se reunieron representantes de diferentes países del mundo para debatir la preservación de los recursos naturales de la Tierra. Al respecto, es fundamental notar la evolución que desde entonces ha habido acerca de cómo comprendemos términos como medio ambiente, recursos naturales y desarrollo sostenible, por ejemplo, al tiempo en que nuevos conceptos van surgiendo, como el de transición ecológica.

¿De qué se está hablando cuando nos referimos a este último concepto? En la página web oficial del actual ministerio español con funciones ambientales -el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico- consta que éste se ocupa de la propuesta y ejecución de las políticas del gobierno en materia de energía y medio ambiente para la «transición a un modelo productivo y social más ecológico». La transición ecológica, en tal contexto, se puede entender como un proceso de cambios en los sistemas de producción, las tecnologías y las formas de vida y de consumo que permitan mantener o mejorar los niveles actuales de desarrollo, con el fin de reducir el impacto de las acciones humanas sobre los ecosistemas.

En el marco político de la transición ecológica, una iniciativa muy frecuente es la que se orienta a reconducir el sector energético en la dirección de una sociedad baja en carbono. Centrar la atención en la energía, en realidad, está muy justificado, porque en los países industrializados el consumo de combustibles fósiles -petróleo, gas y carbón- supone gran parte de la presión ejercida sobre los sistemas naturales. La transición ecológica, en este aspecto, pretende conducirnos a una sociedad descarbonizada, es decir, una sociedad en la que los combustibles fósiles se sustituyan por fuentes alternativas de energía, o en la que se desarrollen estrategias, naturales o artificiales, de captura del dióxido de carbono presente en la atmosfera.

Hay buenas razones para ver esta transición como algo inevitable, como un cambio determinado por condiciones naturales, por los propios límites del planeta. Ello se debe a que, sobre todo a partir de la Revolución Industrial del siglo XVIII, la actividad humana está cambiando el clima, con efectos potencialmente irreversibles. Es el momento de reconocer que nos enfrentamos a un desafío muy importante, transversal y global, que es el cambio climático.

Muchos piensan que el cambio climático significa solamente temperaturas más cálidas, pero el aumento de la temperatura es sólo el principio de la historia. Ya podemos observar sequías intensas, escasez de agua, incendios graves, aumento del nivel del mar, extinción de especies, entre tantos otros efectos de esta que se podría considerar la crisis ecológica más importante de nuestra era. Se trata de un fenómeno que no conoce las fronteras políticas creadas por la humanidad, y que pone en riesgo el equilibrio del ecosistema global.

La transición ecológica, en este sentido, no es una conjetura más o menos especulativa sobre el futuro, sino más bien un horizonte ineludible, que condiciona y determina las trayectorias posibles del cambio. Françoise d’Eaubonne, la fundadora del ecofeminismo, afirma que una de las causas de las dificultades de las sociedades modernas para tratar razonablemente la crisis ecológica es la tendencia, fuertemente arraigada, a responder frente a cualquier problema con la tecnolatría, consistente en la creencia de que, sea cual sea la dificultad a la que nos enfrentemos, habrá soluciones a partir de inventos técnicos. Situados en ese marco, vemos una preferencia por buscar soluciones al exceso ecológico siguiendo los caminos del cambio tecnológico mucho más que las posibles vías alternativas, tanto las correspondientes a la reducción del consumo como las que exigirían cambios políticos sustanciales.

No obstante, la transición ecológica debe postularse como un cambio social de mayor alcance. No se trata sólo de transformar la tecnología o los sistemas de producción, sino de replantear las estructuras sociales y culturales. No se trata de pasar de los vehículos movidos por un motor de combustión a los coches eléctricos, ni del petróleo al hidrógeno. El proceso de la transición implicará transformaciones profundas en los estilos de vida, las pautas de consumo, los sistemas de valores y las formas de urbanización, así como de muchos otros aspectos de la organización social, y reclamará respuestas proactivas en esas direcciones a los actores políticos y a los movimientos y agentes sociales. Por ello, Fundación por la Justicia reafirma su compromiso de concienciar a la población, que estamos concretando en un gran evento para 2024, y reclamar una postura de los representantes políticos en la adopción de medidas para una transición que sea efectivamente ecológica.

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